Primer encuentro
Yrret
caminaba pensativo tras Aceo, intentando poner todo en orden en su mente, era
mucha información, nuevas sensaciones, recuerdos y dolores que pensaba ya
habían sido superados, nuevas responsabilidades, reunir a personas que jamás
había conocido o si les había visto ni les recordaba, todo nuevo, y se sentía
superado. Su cabeza hervía, no sabía si podría asumirlo todo. Sacudió la cabeza
para intentar centrarse, empezaría por pensar en lo más inmediato y luego ya se
vería como iría actuando.
Cinco
días, sólo cinco serían necesarios. Si iba con Anelea tardaría en aprender todo
lo imprescindible cinco días, años de conocimiento en tan poco tiempo, era algo
increíble y muy tentador, lo que ansiaba, no, lo que deseaba desde que podía
recordar, siempre había soñado con ser como su padre; las pocas veces que le
vio usar magia le dejaron boquiabierto y deseando que éste le empezase a
enseñar, pero eso no fue posible.
Dominaba
la magia curativa como nadie en la comarca, incluso acudían de las comarcas
colindantes a buscarle por su reputación, si adquiría los conocimientos para
igualarse a su padre…, de pronto una imagen de destrucción se pasó durante un
segundo por su cabeza, tener tanto poder sería bueno realmente para él, no lo
sabía, pero nunca podría saberlo si no lo intentaba.
Tenía
que calmarse y pensar fríamente. Ahora lo más importante eran esos cinco días. Cómo
se las iba a arreglar para desaparecer de la ciudadela ese tiempo, sin que se
levantasen sospechas, sin que sus ayudantes descubrieran el secreto. Sacudió la
cabeza, contrariado; estaba muy negativo, nunca lo había estado tanto. Para
añadir más peso sobre sus hombros estaban las peticiones de su padre y eso era
mucha responsabilidad, aunque ese peso podría ser compartido con el resto de
miembros de la antigua orden, pero… quién le decía que esos antiguos miembros
quisiesen volver a unirse y arriesgar sus vidas por algo que ni su padre había
podido conseguir y que, quizás, él tampoco lo lograse, a esa posibilidad de
fracaso añadir quién era él en realidad. Sabiendo eso, quién iba a querer
colaborar con él, si pensaban que podría destruir el mundo.
Soltó
un pequeño bufido, eran demasiadas cosas a la vez, si tan solo su madre no
hubiese sido tan cabezota con lo de la magia, ahora le sería más sencillo
encargarse del asunto, claro que toda la culpa no era de su madre, a ella nunca
le gustó la magia que no fuese la curativa, la dominaba como nadie, y él la
había aprendido con facilidad. Tan solo si hubiese desobedecido un poco a su
madre y hubiese intentado aprender algo por su cuenta y a escondidas.
Pero
que demonios estaba pensando, sacudió la cabeza de nuevo, eso nunca se le
hubiese ocurrido, desde muy pequeño era una persona responsable y respetuosa
con los mayores, había mentido en muy contadas ocasiones y nunca a su madre,
esa mujer tenía un sexto sentido, veía venir una mentira aún no había salido de
lo más profundo de la mente del mentiroso, y a él nunca se le dio bien ocultar
sus emociones, así que con esa habilidad de su madre le hubiese castigado sin
cometer el delito todavía.
Suspiró
profundamente, levantó un poco la mirada del duro suelo de la cueva, la salida
se acercaba. Continuó caminando tras Aceo sin levantar la cabeza hasta que
chocó con él, se había detenido a escasos metros de la salida, la luz del alba
comenzaba a iluminar el páramo.
-
¿Pasa algo? – preguntó mirando a su acompañante.
-
Eso debería preguntar yo, ¿no crees? Pareces un alma en pena, ¿se puede saber
que tanto piensas o es que te preocupa algo? – Dijo Aceo que había notado desde
hacía un rato el comportamiento de Yrret.
-
Tranquilo, sólo pensaba, intentaba poner en orden todo en mi mente –, suspiró
desviando su mirada al camino que habían dejado tras de sí –, han sido muchas
cosas a la vez, enterarme de que estoy maldito desde el mismo momento de mi
nacimiento, de la existencia de este lugar, de la verdadera forma en que murió
mi padre, sus encargos,…
-
Veo que te lo contó todo o casi todo, aunque no precisó detalles.
-
Quedaron cosas sin decir –, su rostro preocupado.
-
¿Cómo cuáles?, porque yo ya te adelanto que no es una maldición lo de tu
nacimiento.
-
Bueno si ser capaz de destruir todo lo conocido no es una maldición ya me dirás
tú que lo es –, suspiró y continuó antes de que Aceo pudiese responder –, a lo
que iba… tú les conoces o sabes algo de ellos… – miró fijamente a los ojos de
Aceo y no se atrevía a pronunciar las palabras que faltaban.
-
Te refieres a la orden oscura ¿verdad? – Yrret asintió –, pues algo sé… en un
principio era mucho mayor, en tiempos de tu abuelo los enfrentamientos con
ellos eran casi constantes, con el tiempo se dividió, una parte casi ha
desaparecido, no están muy interesados en asuntos mágicos, se han dedicado más
al estudio del lenguaje; sin embargo, el grupo que está activo es el formado
por los más radicales de estos magos oscuros, son ambiciosos y peligrosos, su
cabecilla actual es Leafer Karas. Por desgracia no hay mucha información sobre
ese tipo, es muy escurridizo y aún no hemos podido conseguir nada relevante.
Sabemos seguro que nos tiene vigilados, pero creo que los que están al cargo no
saben que soy un gran Maestro…
-
Espera –, interrumpió Yrret algo
alterado –, sabemos, hemos, hablas en plural y ¿qué es eso de que nos vigilan?
– El tono de voz era de confusión e intranquilidad.
-
Cierto, tú no sabes nada, la orden que tu padre conoció y que lideró como Gran
Maestro ha desaparecido por completo, bueno por completo no, aún quedamos tres
vivos. Como puedes ver yo aún sigo con vida, luego está el maestro de armas
Leiram –, al escuchar ese nombre los ojos de Yrret se abrieron al máximo, era
la persona que nombraba su padre en la carta –, que lleva varios años retirado,
después de enseñar a su último alumno renegó de volver a enseñar a nadie más…
-
No, yo le necesito como es posible que…
-
Deja de interrumpir iba a explicar eso ahora, al parecer, y por lo poco que me
ha querido contar, su último alumno fue alguien fuera de lo común, algo más
joven que tú, pero su nivel de poder era increíble, apareció de improviso,
convenció fácilmente a Leiram para que lo tomase como pupilo, aprendió todo lo
necesario para manejar cualquier tipo de arma en unos cuatro meses… – hizo una
pausa, el rostro de asombro del joven era más que evidente –, usaba magia
oscura y algo de la blanca, pero lo que más temor causaba, según Leiram, era su
deseo de dominar la magia antigua, de la que ya conocía varios hechizos, no sé
mucho más sobre él, ni siquiera pude
conseguir que Leiram me dijese su nombre; le aceptó como alumno pero cuando éste
se fue el maestro se encerró en su mundo y desde ese momento sólo permite que
sus hijos y algunos amigos de toda la vida, entre los que tengo el privilegio
de encontrarme, se le acerquen.
-
Vaya eso es increíble. ¿Y se supone que yo tengo que reunir a la antigua orden?
Ja, no me hagas reír, si hasta se me están quitando las ganas de hacer nada.
-
¿Pesimista? No me lo creo. No te des por vencido antes de comenzar la batalla.
La orden que tu padre conoció ya no existe pero los hijos e hijas de los
antiguos miembros sí, y estoy casi convencido que se reunirán para terminar lo
que sus padres no consiguieron. Además hay un tercer miembro de la antigua vivo,
Zaidan, un experto en lengua antigua, y seguro que ese se apunta, siempre le ha
gustado dar batalla, es el más joven de los que quedamos vivos. Entre nosotros
intentamos durante un tiempo descubrir todo lo que pudiésemos de ese individuo,
pero fue en vano, sacamos poco en claro, ni siquiera pudimos descubrir donde
vive, aunque tenemos claro que debe ser por las cercanías. Lo de vigilarnos, sé
que siempre hay alguien siguiéndome, a ti también e incluso osaría decir que
uno de tus ayudantes o sirvientes o como les llames trabaja para ellos.
-
No creo que ninguno de ellos me espíe –. Dijo dubitativo –. Bueno, tienes razón,
ya tendré tiempo para pensar eso, hay algo que me urge más y es como resolver
lo de mi ausencia durante esos cinco días, creo que será mejor ir resolviendo
las cosas de una en una, según se vayan presentando, si me pongo a pensar en
todo a la vez voy a terminar mal…
-
¿Pensar? parece que no piensas… – hizo una pequeña pausa mirando el rostro de
incredulidad del joven, mientras una leve sonrisa se iba dibujando en su rostro,
ahora casi sin las marcas del paso del tiempo, aquel elixir hacía un buen
efecto –, no se supone que eres el único médico de la comarca y que te llaman
de las comarcas vecinas, hay que seguir dándote pistas de lo que puedes decir…
-
Vaya, me has hecho quedar como un verdadero ignorante, no se me había pasado
por la cabeza nada relacionado con eso.
-
Vale, pues si ya estás más tranquilo vayámonos, procura resolver todo lo antes
posible, es necesario que domines la magia antes de comenzar con el siguiente
paso.
-
Sí, sí, lo sé, deja de sermonearme como si fuese un niño pequeño, por si no lo
sabes odio eso, y se puede saber cómo vamos a regresar a la ciudadela. –
Inquirió mirando con un brillo en los ojos, un brillo de determinación y de
confianza en sí mismo renovada.
-
Ya lo verás.
Recorrieron
los metros que les separaban de la entrada en silencio, parecía que la
conversación terminó y que ahora sólo hacían falta miradas o gestos. Yrret
pensaba intrigado en cual sería el modo por medio del cual regresarían, él no
había traído ningún tipo de montura, y Aceo lo más seguro es que hubiese usado
un hechizo de transporte, pero no estaba seguro si se podrían hacer ese tipo de
conjuros para dos personas a la vez.
El
sol comenzaba a iluminar directamente el páramo, la neblina que cubría el
terreno poco a poco empezaba a disiparse, las alimañas, que durante la noche
habían pululado a sus anchas, estaban casi en su totalidad en sus guaridas
resguardadas. Algún predador dejaba oír su voz avisando de que aún no estaba
satisfecho. Las sombras que se iban poco a poco rompiendo con la lenta llegada
de las luminosas espadas solares todavía cubrían gran parte del lugar dando a
los árboles un aspecto tétrico.
La
atmosfera estaba cargada, el aire era bastante pesado por los gases que
contenía debido a la niebla.
Aceo
levantó su mano y de un simple movimiento hizo desaparecer la entrada por la
que acababan de salir, luego miró sonriente a Yrret y le invitó a seguirle con
un gesto de su cabeza.
Anduvieron
por un estrecho sendero que se alejaba en dirección contraria a la que habían
usado para llegar allí. Los matorrales cubiertos de telarañas y gotas de rocío
se quebraban a su paso, algunos por el contrario enganchaban sus afiladas púas
en las ropas e incluso alguna que otra vez en la carne de los hombres.
Tras
unos diez minutos de camino, se abría majestuoso ante ellos un claro
completamente circular, el suelo de una roca grisácea, el círculo formado estaba
rodeado de unas pequeñas esculturas, que parecían ser lobos. Todas en la misma
postura, sentados mirando al centro del círculo.
Aceo caminó hasta el centro y en
un leve murmullo dijo: "Ich bin der
Wanderer, Ich brauche den schnellsten Weg, Aktivierung!“[1]. Unos grabados
comenzaron a iluminarse en un tono débil desprendiendo una luminosidad azulada,
en ellos se distinguían los símbolos de los cuatro elementos y entre ellos los
de las cuatro latitudes. Miró a Yrret sonriendo y le indicó que se acercase,
cuando éste estuvo a su lado mirando todo como embobado, de nuevo murmuró: “nach Lennut”[2]. Los grabados
comenzaron a tomar más intensidad, cada vez el resplandor era mayor en un tono
verdoso, cuando no se distinguía nada en absoluto los dos cuerpos
desaparecieron del lugar. La intensidad fue apagándose poco a poco hasta
desaparecer completamente, quedando la zona completamente solitaria.
Ambos
hombres aparecieron a unos quinientos metros de las murallas de la ciudadela,
Lennut como la conocían los viajeros, pero que entre los habitantes simplemente
era la Ciudadela. Dentro del bosque a escasos metros del camino que conducía al
páramo. En el sitio en el que habían aparecido un pequeño círculo apenas
visible perdía poco a poco el tono verdoso que había adquirido al llegar los
viajeros.
-
Eso ha sido…
-
Sí, eso mismo.
-
Pero lo has activado en…
-
La frase de activación es de la magia antigua, no me preguntes es el único que
conozco, y estos pequeños portales están por todo el mundo donde los Numit
habitaron, cuando conozcas a Zaidan tendrás la oportunidad de aprender mucho más,
ya que él es un experto en este tipo de magia.
-
Ya veo –, Yrret no salía de su asombro –, vayamos a la casa… – el rostro de
Aceo se tensó y se puso serio – y ahora ¿qué pasa? – Yrret le miraba
inquisitivo.
-
No podemos aparecer los dos a la vez, te olvidas que me están siguiendo y que a
ti te vigilan…
-
Cierto me habías comentado algo sobre eso…
-
Tan despreocupado como tu padre, ve tu delante, ya me ocuparé yo de ponerme en
contacto contigo, te doy tres días para que prepares todo lo que haga falta
para que tu marcha sea creíble.
-
Bien, nos vemos. – No estaba muy de acuerdo con que le diesen plazos, pero
tampoco tenía ganas de discutir.
Yrret
caminó por entre los matorrales de forma paralela al camino unos cuantos metros
como si se dirigiese de nuevo al páramo, procuró ir lo más despacio posible
para no romper ninguna rama, luego se acercó al borde del camino y de un largo
paso se colocó casi en medio del mismo. Comenzando a andar en dirección a las
murallas que rodeaban aquella pequeña ciudad en la que había vivido toda su
vida. En su cabeza daba vueltas todo lo que había vivido en las últimas horas,
y ahora que lo pensaba fríamente, su cuerpo comenzaba a pasarle la factura por
estar tanto tiempo sin darle descanso. Aligeró un poco el paso ya deseaba
llegar a su casa soltar la mochila y echarse a descansar unas horas.
Thyeor
apareció en medio de un camino poco frecuentado, los matorrales y las hierbas
casi lo ocultaban, miró detenidamente a su alrededor, a lo lejos se veía una
ciudadela, era Lennut y, a simple vista, no había cambiado mucho desde la
última vez que había estado en aquel lugar. Justo en la otra dirección se podía ver un castillete
en lo alto de una colina, daba la impresión de ser un edificio en ruinas y
abandonado, pero en realidad era todo lo contrario.
Empezó
a dirigirse a la desvencijada construcción, ya que era el lugar de reunión con
Leafer.
A
penas si había andado unos minutos cuando se vio completamente rodeado, una
jauría de perros salvajes y algunos cuerpos, que no podría asegurarse si
estaban vivos o muertos o era una mezcla de ambas posibilidades.
En
cuestión de segundos aquel extraño grupo comenzó a acercarse, era clara la
intención con la que lo hacían.
-
Vaya, me hace venir hasta aquí y se olvida de guardar la basura, no me gusta
hacer esto pero no tengo tiempo que perder –, dice desenvainando su espada –, “Ich
bin der, der zwischen die Dunkelheit geht; der, der zwischen zwei Welten lebt;
Halito Corvus Zerstört!”[3] – dicho esto abatió
su espada y de ella salió una ráfaga de aire que se fue tornando oscura hasta
tomar la forma de un cuervo, todo a su paso quedaba convertido en polvo, los
atacantes al ver aquel poder se detuvieron retirándose poco a poco –, como era
de esperar de sirvientes tan patéticos, cualquiera con un mínimo de poder se
desharía fácilmente de ellos –, dijo con tono de superioridad, continuando su
camino hacia aquel castillete en ruinas.
Pocos
minutos después accedía al lugar por un arco de piedra, casi completamente
derruido, que daba paso a un pequeño patio de armas que rodeaba casi en su
totalidad aquel edificio. Avanzó hasta lo que parecía la entrada principal, los
destartalados portones estaban entreabiertos, algunos sillares estaban
esparcidos por los alrededores, lo que antaño hubo de ser un hermoso edificio
ahora apenas mostraba un tercio de su pasado esplendor. Entró sintiendo en su
cuerpo el peso de la barrera mágica, lo que vio en comparación con el exterior
era asombroso, los tapices adornaban las paredes, una hermosa escalera daba
paso a la parte superior y a sus lados unos pasillos conducían a la sala
principal de aquel castillete. Una hermosa alfombra en la que se podía ver un
dragón arrojando fuego de sus fauces unía la escalera con la puerta de entrada,
muebles de madera maciza con los más delicados grabados se observaban en la
estancia. Era como si el tiempo nunca hubiese pasado o como si el edificio
estuviese recién rehabilitado. Una voz prepotente y a la vez familiar le sacó
de su estado de observación.
-
Thyeor Zero-Rezar tiempo sin verte, no era necesario que hicieses esa pequeña
demostración de poder con mis sirvientes. – Dijo con una sonrisa llena de
falsedad.
-
Ya calla, y vamos al asunto que quieres tratar –, dijo mirándole a los ojos con
el rostro serio –, no me gusta que la basura interfiera en mi camino, sabiendo
que venía podías haber limpiado antes, si no querías tener bajas.
-
Bueno, bueno que susceptible estás, debe ser por lo del…
-
No tienes derecho a meterte en mi vida privada, sabes muy bien que no
trabajaría para ti si no fuese por lo que me prometiste, así que anda con ojo,
y ve al grano de una maldita vez, Leafer Karas – dijo el nombre como si lo
estuviese mascando y escupiendo.
-
Sí, ya sé que sólo quieres el libro perdido “Das alte Wissen, das Leben und der Tod”[4], el compendio
reunido por los Numit donde se encuentran todos los secretos de la magia
antigua de la que sólo unos pocos conocen solo la punta del iceberg. – Habló
mientras bajaba la escalera y en su rostro se dibujaba una sonrisa, sabía que
por mucho que le odiase no le haría nada hasta no tener como mínimo la certeza
de que lo que tanto ansiaba estaba cerca, y él se encargaría de que por muy
cerca que estuviese no se enterase nunca.
-
Deja de hacerte el sabio, no va nada con tu forma de ser y de actuar –, Thyeor
comenzaba a perder la paciencia, le pasaba siempre que estaba cerca de aquel
individuo –, qué ha pasado para que mandes a uno de tus sabuesos a buscarme.
-
Parece que al fin hay movimiento, el cordero no regresó al redil a la hora
esperada y el viejo halcón supo deshacerse de la vigilancia, así que supongo
que se han reunido y le habrá mostrado lo que supuestamente le corresponde por
herencia, pero ambos sabemos que ese medicucho con aspiraciones a gran maestro
es sólo una llave para darnos lo que nos corresponde a nosotros.
-
¿Y qué quieres que haga yo? No veo nada en lo que pueda intervenir, si es como
me has dicho y él no sabe nada de magia no te hago falta para acabar con esa
molestia.
-
No es por él por quien te mandé llamar, sino por el viejo, al parecer nos ha
sabido engañar a todos, es un gran maestro y puede usar a la perfección todo su
poder, cómo crees que burló la vigilancia, y si le ha mostrado el lugar, allí
puede aprender todo lo necesario, según tengo entendido hay un guardián…
-
Quieres decir que en ese lugar hay un guardián del saber y la magia –, le interrumpió
Thyeor un poco alterado –, si es así en poco tiempo estará al mismo nivel que cualquiera
de nosotros incluso más, si ese cabrón es afín a más de un elemento…
-
Tranquilo, no creo que desaparezca de la ciudadela así como así, por eso te he
hecho venir, tú eres el único que puede detenerlo, y de paso si consigues
averiguar donde está oculta esa biblioteca…
-
Sí, el libro será mío, no te preocupes, le mataré en cuanto…
-
¡No! – gritó alterado – no le puedes matar, él es la clave para encontrar la
corona…
-
No acepto órdenes de nadie y menos de alguien como tú –, espetó, cogiéndole por
la pechera y levantándolo del suelo unos centímetros, los ojos de Thyeor
estaban inyectados en sangre su rostro estaba cambiando y un aura oscura
empezaba a rodearle –, si se interpone en mi camino le mataré; a mi esa corona
no me importa lo más mínimo –, dijo arrojándolo contra un mueble y girándose
para salir.
-
Pu… pues debería –, dijo incorporándose de nuevo sacudiendo sus ropas –,
recuerda que si ese libro no está donde creemos, la corona puede conseguir
hacer lo que tú desees –, un brillo apareció en sus ojos, sabía cual era el
punto más vulnerable de aquel joven genio, con mayor arrogancia y firmeza en el
tono de voz continuó –, ese objeto es más poderoso de lo que muchos piensan y
unido a otros o incluso a la magia antigua… – hizo una pausa, sabía que se
arriesgaba mucho al llamar la atención de Thyeor de esa forma pero le
interesaba tenerlo de su parte – bueno no sé si captas el mensaje subliminal.
-
Sigue sin interesarme, no soy ningún niño que se deja sobornar con un caramelo,
no te interpongas en mis objetivos o puede que rompa nuestro trato y acabe con
tu vida – palabras duras y firmes salieron de su boca, pero una cosa era falsa,
si eso era cierto y no una simple treta para mantenerlo de su parte, ahora la
corona le interesaba un poco más.
Thyeor
salió del lugar cubriendo su rostro con la capucha de su gabardina, avanzó
despacio hasta alcanzar el comienzo de aquel sendero por el que había llegado.
Miró al frente y vio las murallas de Lennut, el sol ya estaba bastante elevado
por lo que debía ser más de media mañana, iría a la ciudadela, buscaría un
lugar donde comer algo y descansar, ya se dedicaría a buscar a su presa más
tarde. Se giró en la dirección del poblado y desapareció.
Yrret
había llegado a su casa casi de forma desapercibida, había utilizado un pequeño
sendero que usaba siempre que salía al páramo, conducía a su casa y estaba
alejado de las calles principales y de las zonas más concurridas, además el
jardín que estaba en la parte trasera de su casa era el lugar perfecto para que
un sendero llegase de forma desapercibida, claro que también ayudaba que su casa
quedase en las afueras del centro principal.
La
casa formaba parte de un grupo de casas que formaba una especie de anillo entre
las murallas que protegían la ciudadela y el lugar donde empezaba el bullicio,
las grandes calles comerciales, talleres, etc., este anillo estaba formado por
casas de buen aspecto, unas mayores que otras, unas rodeadas de jardín y
huerto, otras simplemente con una plaza o patio amplio al frente, era un zona
prácticamente tranquila, y en la que Yrret vivía encantado. Era como lo
llamaban algunos, casas de campo dentro de la protección de la muralla. Para él
simplemente era un lugar al que se tenían que parecer más las ciudades y no a
lo que en realidad eran.
Soltó
la mochila, llena de hatillos de hierbas, en lo que era el pequeño laboratorio
de su casa, una habitación de mediano tamaño y con todo lo necesario para
realizar las mezclas con las que hacía los ungüentos, medicinas varias y algún
que otro producto, luego se dirigió a la habitación principal y se despojó de
sus ropas, cruzando completamente desnudo el pequeño pasillo que separaba
aquella habitación y la contigua del baño.
Tenía
un baño en la habitación pero no le gustaba usarlo cuando llegaba del páramo.
Se bañó rápidamente y cuando salía fue el momento en el que se percató que no
había nadie en la casa.
Un
silencio total, cosa que no era muy normal ya que por lo general sus
ayudantes/aprendices eran bastante ruidosos. Cubierto tan solo por la toalla
recorrió la casa en su totalidad, salió al patio y jardín trasero y no vio a
nadie, se asomó por la ventana para ver el patio delantero y estaba
completamente vacío. Se extrañó ya que Egroj debería estar, nunca sale sin
permiso y no eran sus días libres, se encaminó a la cocina y descubrió una
nota, era de Egroj había ido al mercado acompañado por Aristo, pero y Six,
dónde estaba metido, esto empezaba a no gustarle nada, no estaba con los otros,
tampoco en la casa ni en el establo donde se encontraban las monturas. De
pronto pasó por su mente el comentario de Aceo “incluso me arriesgaría a decir que uno de tus sirvientes es un espía”,
sacudió la cabeza y dejó de darle vueltas, en ese instante decidió ir a dar una
vuelta, le apetecía tomar algo.
Se
vistió y salió de la casa tranquilamente a tan solo unos minutos de allí se
encontraba la posada más concurrida del lugar, era la mejor de las que había,
pero no solo por los lujos que tenía y por la comida y bebida que servía, las
dos muchachas que la regentaban eran dos verdaderas bellezas. Dos hermosas
hermanas, y él tenía que reconocer que la mayor le interesaba, nunca se había
atrevido a decirle nada, ni siquiera a pedirle salir, se conformaba con ir al
bar de la posada y sentarse a contemplarla mientras bebía una jarra de
hidromiel.
Perdido
en sus pensamientos no vio como en medio de la calle por la que iba se
materializaba un hombre joven, quizás un par de años menor que él, pero sintió
un fuerte poder que emanaba de algún lugar, por lo que alzó su rostro y su
mirada se encontró con unos ojos rojos, fríos como el hielo.
Yrret
no le dio mayor importancia al fin y al cabo a la ciudadela llegaban personas
procedentes de varios lugares y a él no le importaba quienes fuesen o dejasen
de ser. Pasó a su lado sin ni siquiera mirarle, pero al estar a su altura
sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo por completo, incluso el anillo
que llevaba desde que había estado en la biblioteca se iluminó un poco y sintió
como el escudo protector formado por el colgante y el anillo se activaba. No
pudo evitar mirar a aquella figura parada en medio de la calle y de nuevo las
miradas se cruzaron, y en aquellos ojos de sangre se ocultaba algo que a Yrret
le heló la sangre. Apresuró el paso y entró en la posada.
-
Revia, una jarra de hidromiel y unos cuernos de demonio[5] –,
dijo con voz temblorosa, el estado que le había producido aquel encuentro aún
no se pasaba.
-
Un momento Yrret, te lo llevo a la mesa de siempre ¿verdad? – La voz suave como
la de un ángel pertenecía a una joven de unos 24 años, pelo largo en
tirabuzones de un color rojizo con reflejos amarillentos, lo que daba la
impresión de que su cabello estaba en llamas, los ojos violáceos eran grandes adornados
por unas pestañas perfiladas y muy bien cuidadas que cada vez que te miraban
parecían que te robaban el alma. Su rostro ligeramente ovalado con la tez
blanquecina. Sus labios invitaban a ser saboreados, ya que eran como dos
mitades de una fresa, rojos y carnosos. Si pasamos al cuerpo era de estatura
mediana pero con unas curvas de infarto, unos senos redondeados y simétricos,
las piernas firmes y torneadas.
Cada
vez que se movía entre las mesas del bar o tras la barra, las miradas de los
hombres que en él se encontraba seguían sus movimientos embelezados.
Yrret
asintió contemplando la belleza de la muchacha, nunca se cansaba de admirarla y
se encaminó a la mesa que normalmente ocupaba.
Thyeor
se había quedado observando a aquel joven unos años mayor que él, la diferencia
no sería mucha quizás tres o cuatro años, iba protegido por un buen amuleto
escudo, así que ese debía ser el individuo que tenía que vigilar y si era
necesario matar. Al verle una sensación extraña recorrió su cuerpo, tenía tanto
poder oculto en su interior y sin saber usarlo, que le sorprendió que Leafer no
se hubiese dado cuenta de eso ya, por un momento pasó por su cabeza que si las
circunstancias fuesen otras incluso pudiesen ser aliados, pero ese leve
pensamiento fue desechado inmediatamente.
Vio
como entraba en aquel edificio, al observarlo detalladamente pudo ver el cartel
en el que, en letras grabadas a fuego, se podía leer “Posada dos hermanas”, soltó
una especie de bufido, sin quererlo aquel que el destino había marcado como su
objetivo le había hecho sin pretenderlo un favor, ya que le había indicado
donde encontrar lo que estaba buscando sin tener que preguntar.
Se
giró, se despojó de la capucha y se encaminó a la posada.
Entró
observando detenidamente todo a su alrededor, las miradas de todos los allí
presentes se clavaron en él, Yrret se estremeció de nuevo pero intentó ocultar
su rostro tras la jarra que Revia le acababa de dejar en la mesa. La joven se
acercó a Thyeor con una gran sonrisa en su rostro.
-
¿Le puedo ayudar en algo? – preguntó amablemente sin borrar la sonrisa de su
rostro.
-
Si, busco una habitación donde poder alojarme por unos días –, dijo con tono
seco, casi cortante mientras sus ojos pasaban de mirar a la chica y buscaban a
Yrret por el local.
-
Bien, nos quedan un par de habitaciones libres, si desea verlas me acompaña…
-
No es necesario –, la interrumpió, acababa de encontrar a Yrret sentado en una
mesa casi al fondo del local junto al ventanal –, me quedo con una, ahora me
vendría bien un poco de sangre de Serail[6].
Dejó
a la muchacha con la palabra en la boca y se dirigió a la mesa en la que estaba
Yrret, por otro lado la única en la que solo había una persona.
-
Te importa, no veo…
-
N…no, no me importa, adelante siéntate –, el tono de Yrret era inseguro incluso
de miedo, intentó tranquilizarse y llenándose de valor le miro a la cara, era
un joven un poco menor que él, pero aquellos ojos rojos imponían miedo y
respeto –, ¿estás de paso? – preguntó en un intento de mantener una
conversación.
-
Sí, podría decirse que estoy de paso –, en tono seco y serio dando a entender
que no deseaba conversación, en ese instante llegaba Revia con una jarra de
sangre de Serail y otro platillo de cuernos de demonio –, gracias.
-
A sus órdenes, si desean algo más sólo han de llamarme – casi canturreó ella,
con su hermosa sonrisa siempre en el rostro.
De
nuevo el silencio, ambos se observaban de forma disimulada como midiéndose el
uno al otro, intentando descubrir qué, quién, todo lo que se pueda saber solo
con mirar, el ambiente en aquella mesa era tenso y un aura fría y oscura les
envolvía.
Así
pasaba el primer encuentro entre… luz y oscuridad… entre las fuerzas del
eclipse y las de la magia antigua… entre dos hombres que quizás en otras
circunstancias fuesen buenos amigos pero que por caprichos del destino están
enfrentados, aunque todavía es pronto para saber como acabará su relación, ya
que el destino es el destino pero los seres tienen la habilidad de cambiarlo o
por lo menos de intentarlo…
[1] “Yo soy
el caminante, necesito el camino más rápido, ¡Activación!”
[2] “A
Lennut”
[3] “Soy el que camina entre las tinieblas, el que
vive entre dos mundos, Halito Corvus, ¡Destruye!”
[4] “El
saber antiguo, la vida y la muerte”
[5] frutos
secos con forma de cuerno, muy apreciados en este mundo ya que sirven de
aperitivo son muy nutritivos y salobres.
[6] bebida
elaborada con las semillas de los árboles de cristal, así llamados por el
sonido que hacen sus hojas y semillas al ser mecidas por el viento, que se
parece con el de cristales al romperse, sus semillas una vez molidas y puestas
a fermentar producen una bebida roja como la sangre, en principio es suave pero
hay variedades mucho más fuertes al ser mezcladas con otros productos, capaces
de emborrachar tan solo con una jarra; lleva el nombre del que la produjo por
primera vez.
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