martes, 2 de febrero de 2016


Agua

 

En Deen Roof la anciana Iria comienza a preocuparse, la joven Soraya está tardando demasiado en despertar. Aquello ha de ser algo más que un simple desmayo por agotamiento. Lleva casi dos días en aquel estado, ha intentado decir algo en una ocasión pero solo fueron unos balbuceos durante unos segundos y volvió a caer. La chica está inquieta, sus ojos no paran de moverse, por momentos su respiración es agitada, en otros es normal.

Es como si estuviese en un trance, como si se encontrase bajo una maldición o un hechizo de control mental, pero por lo general la persona a la que se controla está consciente, actúa de forma diferente, pero está consciente.

Iria ha intentado todo lo que está en sus reducidos conocimientos mágicos para devolver a la normalidad a la joven, pero todo ha sido en vano.   

 

Soraya avanza por un tortuoso camino, no está segura, pero le parece haber pasado por él alguna vez, todo lo que la rodea está en penumbras, no es capaz de reconocer el lugar, pero tiene la sensación de que le es familiar.

Se detiene, quiere cerciorarse de que está en un lugar conocido, pero al pararse todo a su alrededor cambia, ahora se encuentra en una ciudad, no podría decir cual es, pero reconoce algunos edificios, y aquel callejón enfrente de ella le es demasiado familiar. Lo observa detenidamente y cae en la cuenta del lugar en el que se encuentra; cómo puede ser posible, eso está a mucha distancia, y si no recuerda mal estaba en Deen Roof cuando se sintió mal.

Avanza hacia el callejón lentamente, no hay nadie a la vista parece que la ciudad está muerta. Cuando se está acercando escucha el sonido de unos pasos acelerados que se acercan, y una respiración jadeante; intenta voltearse para ver quién o qué es lo que se acerca a ella, pero sólo distingue una sombra que pasa a su lado como una exhalación. Tras esa primera sombra otras cuatro casi pisando los talones de la anterior.

Al llegar a la entrada de aquel estrecho pasaje entre los edificios, no sale de su asombro. Allí justo en medio del lugar se encuentra una muchacha tendida en el suelo rodeada de cuatro chicos de su misma edad aproximadamente… al acercarse un poco más se reconoce a sí misma hace tan solo unos diez años.

No puede ser, sacude la cabeza, no puede estar viendo su pasado, atónita sigue mirando la escena, inmóvil, desconcertada, quiere gritar pero las palabras no le salen.

Una joven de unos quince años está en el suelo, muy asustada; rodeada de cuatro chavales de más o menos su misma edad, y quieren algo que ella no está dispuesta a darles, pero son más, y más fuertes; está agotada lleva corriendo, intentando huir de ellos, varias horas, ya no puede más va a ser forzada…

- Al fin eres nuestra maldita perra, pagarás los desaires que me has hecho – dice el que está justo a su lado mientras se arrodilla poniendo sus manos en los hombros de ella – y va a ser doloroso, no creas que disfruto de esto, pero tú lo has querido.

- ¡Qué no disfrutas!, ya te he dicho cientos de veces que no me interesas, que me olvides pero… sigues intentándolo… – dice ella con voz entrecortada intentando deshacerse del agarre de aquel chico.

- Claro que no estoy disfrutando de esto, es la primera vez que tengo que recurrir a la violencia, todas han caído a mis pies, pero tú… tú… no puedo permitir una mancha en mi orgullo y eso es lo que eres… – no pudo terminar de hablar ella escupió su rostro, mientras daba una fuerte patada a otro de los chicos, que caía de rodillas agarrándose, entre quejidos de dolor, sus partes ya que había tenido la puntería de darle en la entrepierna –. Serás… lo vas a lamentar desgraciada, buena para nada. Cogerla de los hombros, tú levanta, no será para tanto y encárgate de que no pueda mover sus piernas, va a descubrir lo que se ha estado perdiendo –. Dice mientras afloja el cinturón y se baja un poco el pantalón.

- ¡Serás cabrón! ¡Qué no es para tanto! ¿Te han dado alguna vez en ese lugar? No me jodas, si apenas puedo moverme – dice sobándose la entrepierna, con lágrimas en los ojos y con la voz algo distorsionada – creo que me la ha roto, como no la pueda poner dura otra vez la mato.

- ¡Vamos no exageres!, eso no se puede romper así como así, ¡y haz lo que te digo de una vez! ardo por entrar en ella, no sé si será por la persecución, por sus constantes rechazos y desaires, o por ser la primera vez que se me resiste una mujer, pero estoy tan excitado que creo que me corro sin tocármela.

Dos de los chicos ya la sujetan de los hombros manteniendo firmemente asidos los brazos, el tercero apenas si puede arrastrarse hasta ella y sujetarle las piernas abiertas al máximo, mientras su compañero, posicionado ante ella entre sus piernas, le sube aquella especie de falda y le rompe la ropa interior posicionándose lo mejor que puede para penetrarla, ya que ha de evitar que su compañero le suelte las piernas.

Ella grita por ayuda, intenta moverse pero le es imposible. La zona en la que se encuentran no es muy frecuentada y casi nadie pasa por ella a esas horas, va a ser forzada por aquellos indeseables y nadie la va a ayudar. Las lágrimas salen incontenibles de sus ojos, la desesperación se apodera de ella, si tan solo su hermano estuviese allí, si su hermano no hubiese desaparecido de aquella forma, ahora podría estar allí con ella, ayudándola, dándole una paliza a aquellos bellacos. Cerró los ojos fuertemente mientras sentía como él restregaba su miembro contra su piel y poco a poco se iba acercando a su sexo, con los ojos fuertemente cerrados sólo pudo musitar el nombre de su hermano seguido de un sálvame.

Algo en su interior comenzó a revelarse, no sabía muy bien que era, se sentía algo extraña, de pronto escuchó una suave voz femenina en su mente.

- Soy tu elemental, ¿vas a seguir manteniéndome dormida o quieres que te ayude?

- ¿Elemental?

- Vamos Soraya, no pretenderás decirme que no sabes que eres una elemental de agua.

- Lo sé, uso hechizos relacionados con ella pero de ahí a decir que soy…

- Quieres que te ayude ¿si o no? Solo has de decir mi nombre.

- … – se sentía extraña no sabía que responder, aunque si quería evitar que pasase algo debía aceptar, no sabía que pasaría luego pero estaba sintiendo como aquel individuo empezaba a hacer fuerza en… no, no podía dejarle seguir adelante. – ¡Wass!  

Un resplandor celeste la recubrió por completo sorprendiendo a los chicos, cuando se quisieron dar cuenta el cuerpo que estaban sujetando, y que intentaban violar, se había convertido en algo transparente, frío, era agua.

Los que sujetaban sus brazos y hombros la soltaron de inmediato atónitos, no podían creer lo que estaban viendo. El que había intentado penetrarla en primer lugar, estaba sentado sobre sus talones mirando aquel cuerpo líquido que se erguía ante él, imponente con unas curvas marcadas, unos pechos definidos, pero el rostro… no había rostro, tan solo unos puntos de un azul tan intenso que cegaban.

- Bien, veo que aún la tienes dura, normalmente tras una sorpresa de este tipo ningún hombre mantiene su herramienta erecta, se ve que eres especial.

- ¿Qué… qué demonios eres tú?; ¿cómo has hecho eso? Dime, quiero saberlo.

- Ahora la sorprendida soy yo, ¡es que ni siquiera temes por tu vida!, estás ahí, sentado en el suelo, con tus partes al aire, tus amigos están temblando del miedo, y con todas quieres saber… vaya eres un tío interesante, y que los tiene bien puestos, lástima que tenga que acabar con tu vida, no se puede permitir que una escoria como tú esté por ahí haciendo lo que le venga en gana.

- Haz lo que quieras, pero responde a mi pregunta, eres tan bella…

- Wass, no dirás en serio lo de matarle, no quiero que muera nadie –. Habló Soraya desde el interior de Wass, algo preocupada por el comentario de la elemental.

- Soraya no lo puedo creer, después de lo que han intentado hacerte…

- No, Wass, no quiero arrebatar ninguna vida.

- Está bien… lo que tú digas.

- Ya respóndeme, quiero saber quién eres en realidad –. Quiso saber el muchacho con tono impaciente.

- Vaya un tío persistente – le da un fuerte golpe que lo levanta en el aire y lo hace chocar contra uno de los muros del callejón; él escupe algo de sangre –. Después de lo que has intentado hacer y sigues con ese tono de superioridad, exigiendo una respuesta, no mereces vivir y ¿vas a merecer una respuesta?, mírate aún la tienes dura, incluso diría que más que antes, parece que te gusta que te zurren.

- ¡Arg! ¡Cof! ¡Cof! Y además es fuerte, ahora estoy aún más intrigado y excitado. Y qué hay de malo en mi actitud, soy así – jadeó al incorporarse tras el golpe.

- Saru déjalo ya y huyamos – dice uno de los chicos, mientras se incorpora e intenta salir corriendo.

- ¿A dónde crees que vas? ¡Vamos a jugar un rato!, no era eso lo que queríais –. La elemental con un simple gesto eleva una muralla de hielo que cierra el callejón por ambos lados.

Tambaleante, por el golpe recibido, se acerca a la elemental y se arrodilla ante ella. Los otros tres están temblando, temen por sus vidas, y se asombran al ver a su compañero arrodillado, jamás le habían visto así, por lo general eran los demás los que acababan postrados ante él.

- Déjales ir, ellos no tienen nada que ver, yo les induje a esto, no querían venir y les obligué, además para terminar de convencerles les prometí que podrían hacerlo por primera vez…

- Mira que sois manipulables, os dicen de tener algo de sexo y ya no usáis la cabeza, sois peores que los animales, no, es que no tenéis comparación –. Dice pasando su mirada de Saru a los otros tres y de estos de nuevo a Saru –. Lo siento vamos a divertirnos un rato, quiero que os quitéis las ropas, vamos.

- Me niego –, dice uno de aquellos chicos negando con la cabeza – puedes hacer lo que quieras pero no… – no pudo continuar un látigo de agua le golpeaba haciendo que cayese al suelo, miró a sus compañeros y a Saru apretando los dientes fuertemente y cerrando los puños, mientras, aún en el suelo, negaba con la cabeza y algunas lágrimas empezaban a salir de sus ojos.

- Os quiero postrados a mis pies, implorando por vuestras vidas y os quiero ya, y completamente desnudos. ¿Lo habéis entendido?

- Déjales ir, te lo ruego – imploró de nuevo Saru. La elemental le tomó del cuello y le elevó hasta dejarle suspendido en el aire, el pantalón terminó por bajar hasta quedar a la altura de los tobillos, su miembro aún seguía erecto y goteante – no tienen nada que ver, déjales machar, yo soy el verdadero culpable, mátame a mí si eso te satisface, pero ellos… – dijo ahogadamente. Ella le lanzó de nuevo contra el muro dejándole casi inconciente.

- Te diré quien soy. Pero después olvídame para siempre, soy Wass la elemental de agua y estoy al servicio de Soraya Zero-Rezar, una maga elemental de agua. ¡Sueño frío! – exclamó y todos se vieron cubiertos por una especie de escarcha y cayeron al suelo inconcientes. Saru, en cambio, tardó algo más – me hubiese gustado que todos estuviesen desnudos para que cuando los encontraran pasasen un mal rato y aprendiesen una lección.

La elemental se desvaneció poco a poco, de igual forma el muro de hielo fue desapareciendo. Soraya se acercó a Saru y con cuidado le colocó el pantalón en su lugar.

- Eres guapo, fuerte, valiente, buen amigo de tus amigos, no estás nada mal, pero es tu actitud la que no me ha gustado nunca, alardeas demasiado, y yo busco algo más que un caza trofeos, a mi se me conquista de otras formas más inteligentes que con mera palabrería –. Susurró ante él y luego se marchó de allí, después de lo sucedido debía dejar la ciudad y continuar su incansable búsqueda en otro lugar, allí estaba convencida de que no le encontraría, aunque era una verdadera lástima empezaba a sentirse a gusto en aquel lugar.

Aún tardó una semana en marcharse, ya que debía preparar varias cosas entes de partir, y en todo aquel tiempo no volvió a ver a ninguno de los chicos. Pero el último día cuando salía de la ciudad, le encontró a él, estaba sentado en una roca, cabizbajo y pensativo. Sus miradas se cruzaron, ella continuó sin decir nada, simplemente le ignoró.

- Espera… – pidió él.

- Vamos Saru es que no sabes darte por vencido.

- No es eso, lo siento, de veras lo siento, quería decírtelo en persona. Sé que no merezco tu perdón, ya bastante hiciste controlándote el otro día…

- Sabes, has sido muy insistente, nunca pensé que un hombre pudiese llegar tan bajo, pero en el fondo eres buena persona, tal vez muy en el fondo –, agregó esto con un deje de ironía – pero esa actitud tuya, es lo que nunca…

- Lo sé, lo sé, no hace falta que lo repitas lo oí…, te entiendo, y espero que si volvemos a encontrarnos pueda conquistarte como es debido –. Sonríe y se levanta acercándose a ella. – Espero volver a verte algún día Soraya –. Se acerca y le da un beso en la mejilla. Ella se sonroja e intenta darle un golpe pero cuando se da cuenta, él ya no está, ha salido corriendo en dirección al interior de la ciudad.

- Maldito imbécil, será posible que realmente se haya enamorado de mí… no, no puede ser es un incorregible, seguro que ahora está corriendo detrás de su siguiente objetivo –. Murmuró mientras se alejaba. Lo que ella no pudo ver es como él, oculto tras la esquina de una construcción, la veía alejarse y de sus ojos caían dos hilos de lágrimas.

 

A qué había venido recordar el momento en el que usó por primera vez a su elemental, qué le estaba pasando.

De pronto se dio cuenta que, cerca de ella, había una silueta masculina, intentó llamar su atención, intentó acercarse pero era imposible. Lo probó varias veces pero nada, al final lo único que había conseguido era estar casi frente a aquella silueta, no podía ver un rostro ya que era como una sombra.

Su sorpresa fue mayúscula cuando, después de acercarse un poco más, pudo ver claramente unos ojos rojos como la sangre frente a ella, la visión fue fugaz, fue un simple parpadeo, pero en ese instante sintió que aquella sombra que estaba allí, no era otro sino su hermano, estaba cerca, si ambos estaban siendo afectados por el mismo tipo de, cómo decirlo, magia, no podía asegurarlo, aunque esa sería la única forma de estar en un mismo lugar o estado, ya que ella no estaba segura de que era lo que le estaba pasando. Si ese era el caso, eso aclaraba algunas cosas, como el hecho de haber visto lugares cercanos a Deen Roof, como eran el páramo y la ciudadela.

Empezó a atar cabos, en algún lugar de los vistos en esas visiones se encontraba su hermano, no sabía si interpretarlo como una señal de auxilio o como otra cosa. 

Empezó a ponerse más intranquila, mucho más nerviosa y cuando quería salir de ese estado, se vio a si misma rodeada de los símbolos del fuego, del aire y de la tierra los cuatro rodeando al círculo rojo que se torna oscuro, y eso qué significaba ahora, esto no lo esperaba; que tenían que ver esos signos con encontrar a su hermano, de pronto recordó que hacía poco, unas horas quizás, había advertido el despertar de alguien y que había sentido la necesidad de reunirse con él, ¿sería eso? ¿Sería posible que todo estuviese relacionado?

 

Todo a su alrededor, aquel lugar de ensoñación en el que se encontraba, comenzó a desvanecerse, podía escuchar una voz conocida que la llamaba, sonaba lejos pero era audible. No entendía que estaba pasando, y cuando quiso darse cuenta la voz era tan cercana que tuvo que abrir los ojos. Pesada y lentamente fue abriéndolos, le costaba hacerlo, se sentía mareada y algo desorientada.

- Gracias a los dioses, has despertado, me tenías muy preocupada – dijo con alivio Iria.

- ¿Cuánto tiempo llevo aquí?, abuela – pudo preguntar aún algo aturdida.

- Niña, llevas casi dos días así, te caíste redonda en la puerta de mi casa mientras hablábamos, y déjame decirte que eso no fue por cansancio o lo que le puede pasar a una mujer…

- Lo sé… y creo que acabo de averiguar con qué está relacionado. ¡Ahh! mi cabeza, todo me da vueltas.

- Te traeré una infusión de hierbas –. La anciana salió de la habitación para pocos minutos después llegar con un vaso humeante. – Tómatelo todo, te sentará bien, puede que no tenga un sabor agradable pero…

- Gracias – la interrumpió – no era mi intención molestarla de esta forma, solo estaba de paso – tomó el vaso y dio un sorbo – ¡Argh! Sabe a demonios, que diablos tiene esto para saber tan mal.

- Es una mezcla de plantas silvestres, raíz de dragón, hoja de sapo, lirio de pantano, entre otras…

- Para, para si sigues diciéndome con lo que lo has hecho creo que voy a soltar hasta la leche que me dio mi madre – cerró los ojos y de un trago bebió el resto, su cara mostró una mueca de asco, incluso parecía que iba a vomitar. 

- Está bien, pero ahora descansa, debes recuperarte si quieres encontrar a ese apuesto príncipe que llevas tanto tiempo buscando –. Dijo con un tono de voz algo socarrón.

- No te equivoques, no es mi príncipe es algo más importante para mí, es mi hermano… – suspiró dejando la frase sin terminar.

- Vaya… lo siento no sabía nada… pensaba que…

- Tranquila, no tiene porque disculparse.

- Bueno anímate y descansa, mientras te preparo algo para que comas, ya, después, si te sientes con más entusiasmo me podrías contar algo, tal vez yo podría hacer algo…

- No se preocupe, hace ya veintiún años que todo pasó, no suelo contar mucho sobre eso, tampoco es que lo recuerde nítidamente, yo apenas tenía cuatro años… – dijo bajando su mirada, intentando que no descubriera que mentía.

- Está bien, no pasa nada, voy a preparar algo para que comas.

La anciana se levantó lentamente y se alejó con una cadencia en el paso tan parsimoniosa que parecía iba de procesión. Soraya en cambio quedó sumida en sus recuerdos, le había mentido a aquella mujer; aunque tenía cuatro años, aquel momento se había grabado a fuego en su memoria; jamás podría olvidar el momento en que aquel extraño hombre encapuchado había aparecido en la puerta de la cabaña y había exigido le entregasen al recién nacido. Tampoco podría olvidar la sensación de poder y aquel hormigueo que recorrió su cuerpo cuando, mirando a los ojos de su hermanito, se habían protegido de aquel ataque que intentaba matarla a ella y a su madre. Aquellos ojos rojos estaban presentes en sus pensamientos, en sus sueños. Y la risa de aquel hombre o demonio que se lo había llevado, aún la tenía grabada en sus tímpanos.

Por desgracia jamás pudo sacar a sus padres quien era aquel individuo, ya que al parecer ellos le habían reconocido, y tampoco pudo encontrar pista alguna del paradero de su hermano, algo si que era cierto sabía que estaba vivo. Quizás incluso se habían cruzado en su interminable deambular, pero cómo reconocer a alguien del que sólo se sabe que tiene los ojos rojos y el pelo negro, al que sólo vio por unos minutos nada más nacer. Suspiró, estaba por perder la esperanza de encontrarle alguna vez cuando había llegado a Deen Roof, y ahora aquello que le acababa de suceder le daba nuevos bríos para seguir con la búsqueda.

Una hora había pasado desde que la anciana había salido, y a la habitación llegaba el aroma de estofado recién preparado, sin poder evitarlo su estómago rugió. Poco después la mujer apareció portando una bandeja con las viandas.

Comió en silencio pensando cual sería su siguiente paso, estaba confusa todo lo que estaba pasando la desconcertaba. Iria se estaba portando como una auténtica abuela y tenía que agradecérselo de alguna forma, pero por el momento no sabía como podría hacerlo.

La tarde comenzaba, por la ventana de la habitación el aire templado entraba tímidamente, en el cielo, de un azul intenso, se veían algunas nubes solitarias y de cuando en cuando se podía ver algún ave o dragón.

El bullicio de la calle de nuevo comenzaba, una vez la hora de la comida y del descanso tras esta llegaba a su fin. Los primeros eran los niños que correteaban alegremente y jugaban a cualquier cosa que se les ocurría para poder matar el tiempo y divertirse. Los mayores regresaban a los puestos para intercambiar o vender sus mercancías, otros se encaminaban a los campos de cultivo cercanos.

Iria había salido a comprar algo que le faltaba para preparar la cena, no tardaría en regresar y, mientras ella esperaba sentada en la cama mirando por la ventana, su mente divagaba.

Viendo a aquellos niños despreocupados recordaba y pensaba como hubiese sido su infancia si aquel niño, al que llamaron Thyeor, hubiese estado a su lado haciendo travesuras, jugando, compartiendo secretos, en definitiva aprendiendo de la vida, incluso, y después de haber revivido aquel momento en el que había usado su poder de elemental por primera vez, ahora se preguntaba si aquellos chicos se hubiesen atrevido a molestarla tanto si él hubiese estado allí, incluso puede que hubiesen sido sus mejores amigos.

No tenía caso ponerse a pensar en eso ahora…, algo en la calle llamó su atención aunque algo alejado el sonido llegaba prácticamente nítido, era un sonido bastante fuerte como de un gran grupo caminando al unísono, de vez en cuando se escuchaban los gritos de los niños, algún que otro sollozo, quejas de adultos, algo estaba sucediendo. La puerta de la casa se cerró de golpe y segundos después aparecía Iria en la habitación agitada y cansada.

- Niña… de… debes irte…

- ¿Irme?, pero ¿qué pasa?

- Soraya debes salir de aquí, te están buscando…

- ¿Cómo dices?, ¿quién me busca?

- Eso no importa, en tu estado… no, es mejor que salgas y te ocultes, son demasiados. Esos hombres…

- Iria, me estás asustando, ahora tranquilízate y dime qué pasa, luego ya decidiré que hacer.

- Hace como veinte minutos que ha entrado en el pueblo un grupo de unos quince soldados, van preguntando a todos por una joven que más o menos coincide con tu descripción, de momento nadie ha respondido, pero están comenzando a agredir a las personas a las que interrogan.

- ¿Son humanos?

- No lo podría asegurar…, creo que sí.

- Bueno – dice mientras se incorpora y comienza a ponerse sus ropas – habrá que salir a recibirles y preguntarles directamente que quieren.

- Pero Soraya aún estás…

- Estoy bien, no te preocupes, si me buscan a mí no voy a esconderme y que hagan lo que les venga en gana con la gente del pueblo, creo que sabes como soy, no puedo permitir eso –. Dice sonriéndole a la anciana y dándole un pequeño apretón en el hombro –. No te preocupes no me pasará nada.

Soraya sale de la casa y camina por la calle en dirección hacia donde provenía el sonido del grupo. En pocos minutos los tiene a la vista, son quince individuos con equipamiento de soldado; pantalón de cuero gris cubierto por una fina malla de acero, el pecho cubierto por un pectoral de acero, bajo este un jubón, cuya capucha les cubre la cabeza de tal forma que el rostro es casi invisible, por eso decía Iria que no podía asegurar que fuesen humanos. Botas de cuero hasta media pierna, y guanteletes de cuero con apliques metálicos cubrían sus extremidades. En su espalda podían verse dos espadas cruzadas bajo un escudo redondo. No se podía ver ninguna insignia por ningún lado, lo que quería decir que eran mercenarios.

Qué querrían unos mercenarios de ella. Se acercó al grupo, se colocó en medio de la calle y a una distancia de unos diez metros les increpó.

- ¿Se puede saber qué hace un grupo de indeseables mercenarios molestando a los habitantes de este pacífico pueblo? – la miraron en silencio, y el que parecía ser el jefe se adelantó unos pasos.

- Puede que buscándote, la descripción que nos dieron se ajusta contigo, eres Soraya, ¿no es así?

- Pero si sabe hablar educadamente – dice provocadora – soy Soraya, se puede saber para qué me buscáis y quién manda buscarme.

- Pues a lo primero respondo diciendo que tenemos ordenes de matarte, a lo segundo no se me permite decir quien es el que desea verte bajo tierra.

- ¿Matarme? y ¿por qué?

- Eso no lo sé, simplemente cumplo órdenes, claro por una buena suma de monedas, no me gusta enfrentarme a magos son… cómo decirlo – dice con una sonrisa burlona y rascándose tras la oreja derecha – algo más complicados de eliminar que el resto, no lo tomes como una ofensa, pero sois un verdadero incordio.

- ¡Ah! Vaya, pues que sepas que no me dejo ofender por carroñeros como vosotros, que ni siquiera se interesan por… bueno sólo tenéis un interés en mente, el oro.

- ¿Y es que acaso hay algo más de lo que preocuparse? – Dice mientras hace unas señas, en segundos el grupo está colocado y sin darle tiempo a replicar, Soraya ve como varias flechas se dirigen a ella.

Parece que no queda más remedio, van en serio, tendrá que luchar. Da un par de saltos hacia atrás y esquiva sin grandes dificultades las flechas. Aunque tras la primera oleada se acerca una segunda, y aunque es rápida y bastante ágil un par de aquellas saetas la rozan una en la pierna, la otra en un costado.

La sequedad del ambiente no es la más propicia para usar los hechizos de agua, pero tiene que defenderse no va a dejar que la maten allí. Con un ligero gesto y mormurando el hechizo correspondiente en su mano aparece un látigo blanquecino.

Durante unos quince minutos pelean de esta forma, ella usando aquel látigo acuático, que lanza contra el grupo de soldados manteniéndolos algo alejados, ellos por su parte continúan lanzando flechas y algún dardo. Han conseguido herirla en un par de ocasiones, un dardo se clavó en la pierna derecha, y seguro con algún tipo de veneno o paralizante, ya que siente la pierna entumecida y le cuesta moverla. La segunda herida es algo más profunda de lo que esperaba, una flecha se ha clavado en su hombro, dejándole el brazo derecho prácticamente inmóvil.

Al verla en este estado espada en mano dos de aquellos soldados se acercan a ella. Intenta mantenerlos alejados lanzándoles agujas de hielo pero no parecen surtir el efecto deseado, si tan sólo uno de aquellos soldados logra acercarse lo suficiente para usar su espada, estará perdida.

En un descuido, el que se acerca por su derecha le lanza una estocada que logra esquivar por milímetros, el otro se acerca raudo y da un tajo ascendente que le rasga la blusa dejando entrever parte de sus senos.

La situación se le está escapando de las manos y al ver que un nuevo enemigo se acerca de inmediato piensa en lo peor.

Intenta alejarse un poco para poder pensar en su siguiente movimiento, pero no le van a dejar espacio, el resto del grupo está tomando posiciones de forma que la están dejando rodeada, pero en qué momento han hecho eso, si hasta hace unos minutos todos estaban reunidos frente a ella, sacude su cabeza y cierra los ojos un segundo para aclarar lo que sucede. Al abrirlos ve como el grupo que ella había tenido siempre enfrente se desvanecía, era una ilusión, la habían engañado, estaba claro si no hacía algo rápido no iba a vivir lo suficiente como para encontrar a su hermano.

- ¡Agujas congelar! – una lluvia de agujas de hielo comenzaron a caer, al tocar el suelo este comenzaba a cubrirse de escarcha y a congelarse.

- Eso no te servirá de nada estamos muy cerca de ti, ve dándote por vencida y no opongas resistencia, será menos doloroso así, te lo puedo asegurar.

- … – así que me de por vencida, pensó mirándole fijamente a los ojos, vosotros lo habéis querido usaré al elemental. En el momento que se movía retirándose del enemigo más cercano y se preparaba para llamar al elemental, una de aquellas espadas se clavaba en su abdomen –. ¡Ah! ¡Maldito seas! ¡Hielo! –. Exclamó con una mueca de dolor en el rostro, tocando el arma que aún se encontraba clavada en su cuerpo. Ésta comenzó a congelarse obligando al soldado a soltarla –. ¡Wass! –. Dijo casi en un susurro llena de dolor, en segundos ante aquellos sorprendidos soldados se transformó en la elemental de agua –. Soraya no debiste tardar tanto en llamarme, estas heridas van a tardar en curar – dijo la elemental, luego cambiando el tono de voz a uno más seco – Vaya, vaya soldaditos de plomo para jugar, y que mal educados llevan el rostro cubierto, a ver como podemos remediar eso, ¡Ventisca! – a su alrededor se formó un viento helado que con un solo movimiento de la mano recorrió el lugar, los dos que estaban ante ella no pudieron evitar que la capucha, que cubría su cabeza, se elevara por el frío viento, dejando al descubierto su rostro, a la vez que las ropas quedaban cubiertas de escarcha. – Así que sois humanos.

- Eso ahora es lo de menos, ¡MUERE! – Gritó como poseído y se abalanzó contra ella. De un certero tajo le cercenó el brazo izquierdo, que cayó al suelo deshaciéndose en un charco de líquido –. ¡Pero que rayos!

- Vuestros juguetitos no pueden hacerme nada, a no ser que sean especiales, ¿olvidáis que soy una elemental? – el brazo amputado resurgía de nuevo en su lugar, como si no hubiese pasado nada. Una lluvia de flechas llegaba y atravesaban el cuerpo, a excepción de una que quedó clavada entre los ojos de la elemental –. Es que no lo entendéis, cómo pretendéis cortar el agua, y flechas para qué, no veis que es inútil. Sólo aquellas armas fabricadas con metal especial, o que han recibido los hechizos adecuados pueden causar daño a un elemental –. Mientras decía esto la flecha que estaba en su entrecejo había ido introduciéndose lentamente, a la vez iba bajando, poco a poco se deslizaba hasta caer al suelo.

- No importa las veces que tenga que despedazarte, conseguiré acabar contigo –. De nuevo a la carga, dando varios tajos, pero tan pronto el metal dejaba de hacer contacto con el agua que formaba su cuerpo, ambas partes volvían a unirse.

Desde atrás se acercó el que parecía ser el jefe del grupo, lentamente con una sonrisa en el rostro. En su mano portaba una espada negra, recubierta de un leve resplandor verdoso. Se posicionó para atacar y sin mediar palabra y aprovechando que ella estaba concentrada en los ataques inútiles de uno de sus subordinados, atacó con furia, dando un fuerte salto y abatiendo la espada verticalmente. La espada tocó el hombro derecho y empezó a cortar, el vapor surgía del cuerpo de la elemental; cuando la espada salió a la altura de la axila el brazo se desprendió cayendo al suelo sin deshacerse. El jefe del grupo en ese momento soltó una fuerte carcajada.

- Has hablado de más elemental, gracias por recordarme las habilidades especiales de mi arma – dijo entre risas, mirándola, en su rostro se podía ver la victoria –. Creo que va a ser más fácil de lo que pensaba.

- Aún no des por ganada la batalla, eso puede ser un gran error. ¡Aliento gélido! – un aire frío en el que flotaban partículas de hielo empezó a surgir, la intensidad se iba incrementando y el lugar al completo se estaba viendo cubierto por escarcha, las plantas cercanas se deshacían en cristales, todo lo que aquel aire tocaba se estaba congelando al instante y segundos después se despedazaba. Los soldados de forma ágil y rápida se separaron lo suficiente como para evitar la primera ola de aire, la segunda les dejó ateridos del frío, pero habían salvado sus vidas.

- Buen intento, pero creo que ahora me toca a mí y con este ataque acabaré contigo –. Algo torpe por el entumecimiento causado por el frío, el soldado se acerca a ella arma en mano, dispuesto a decapitarla.

El ambiente había cambiado, ahora es prácticamente el del invierno más frío de la región, todo está cubierto de escarcha o hielo, la calle, los jardines, incluso algunos huertos y algunas casas de aquella zona están congeladas, todo en un radio de más de medio kilómetro está cubierto por un manto frío.

Ella se aleja un poco, le ataca con el látigo, pero él lo corta con facilidad, le ataca con agujas de hielo pero las evita al hacer girar la espada. Poco a poco se va acercando, y los otros como queriendo evitar que vuelva a poner distancia entre su jefe y ella se acercan rodeándola estrechando el cerco.       

- No me queda más remedio –, dirigiendo su mano hacia el enemigo más cercano a su izquierda –, lo siento Soraya pero he de hacerlo, ¡Abrasa hielo eterno! – una ráfaga de cristales diminutos sale disparada hacia el enemigo, al tocarle lo convierte en hielo al instante, explotando en cientos de pedazos. De un rápido movimiento alcanza a tres soldados más que se hacen añicos en un parpadeo. Ha dejado, de esta forma, un hueco por el que poder moverse y alejarse del más peligroso de todos, aquel que porta la espada anti-elementales.

- Vaya así que aún te quedaba un as bajo la manga, tendré que darme algo más de prisa si no quiero perder más subalternos –. Dicho esto, con tono sarcástico comienza a correr, al parecer recuperado del estado de frío anterior. Ella da un par de volteretas hacia atrás y se prepara para el siguiente hechizo.

- Con este acabaré contigo de una vez, ya que todavía me quedan unas cuantas sorpresas –. Le mira algo preocupada, no está segura que en movimiento el hechizo sea efectivo, pero lo realizará de todas formas –. ¡Hielo eterno, muerte blanca!

El torrente de agua choca bruscamente con el objetivo en movimiento, y al igual que una sábana que cubre el obstáculo al chocar empujada por el viento, el agua rodea de una sola vez al soldado. En pocos segundos el sarcófago de hielo rodea aquel cuerpo, en cuyo rostro se refleja la sorpresa. La espada que estuvo a punto de segar su vida ahora está prisionera junto a su dueño por la eternidad en aquel frío sarcófago.

El resto del grupo al ver que su cabecilla ha sido derrotado, y que cuatro de sus compañeros fueron convertidos en añicos con un solo movimiento, sueltan sus armas y se arrodillan implorando por sus vidas.

Ella se adelanta unos pasos, y sabedora de que ahora tiene superioridad absoluta, alza el brazo para realizar el conjuro que acabe con todos ellos de una vez.

- No, no lo hagas, que se vayan.

- Pero Soraya regresarán y sabiendo lo que saben ahora, volverán con armas capaces de…

- No quiero que mates a nadie más, ¿entendido? – habló Soraya con la voz rota por el malestar.

- No lo entiendes si dicen lo de la espada…

- Lo sé, pero en parte tu tienes la culpa, te has olvidado que estás luchando y hablas de lo que no debes, pero ya debes saber como soy no quiero más muertes.

- Está bien –, dijo dándose por vencida no podía evitar que su portadora fuera tan indulgente –, pueden irse, desaparezcan de mi vista antes de que cambie de opinión –. Dijo con tono severo.

- Total moriremos si regresamos, así que da lo mismo que lo hagas tú – habló entre dientes uno de los soldados, mientras el resto se incorporaban lentamente, y completamente abatidos no sabían que hacer.

La elemental comenzó a desvanecerse. Soraya cayó al suelo agotada, sus heridas estaban cerradas, ninguna sangraba, pero cualquier esfuerzo o movimiento brusco las abriría de nuevo.

Los soldados, en pie, esperaban que alguien tomase la iniciativa de qué hacer a continuación, algunos se les notaba asustados, preocupados, incluso lloraban.

Por la calle se acercaba un soldado, estaba intacto; al resto se le veían las ropas húmedas y rasgadas en algunos lugares, pequeños cortes en cara y brazos. Pero aquel se acercaba altivo, como si ya supiese lo que iba a suceder y se hubiese quedado rezagado a posta, venía sin la capucha, y en su rostro se dibujaba una leve sonrisa.

- Os lo advertí y no me hicisteis caso, sabiendo lo que os conté cómo pudisteis aceptar el encargo de matarla – les mira despectivo y poco a poco se va acercando a Soraya.

- No hables con superioridad ni siquiera has intentado atacar y ahora…

- Yo ya me he enfrentado a ella, y en varias ocasiones, os lo dije.

- Si pero el jefe…

- Y ahora está muerto, de qué sirve eso, es mejor no enfrentarse a ella, yo lo aprendí, casi me cuesta la vida –. Se detiene junto a la chica, y ésta al verle no sale de su asombro.

- ¡Esa voz!, no, no puede ser, ¡Saru! Tú otra vez, no me dirás que esto ha sido cosa tuya.

- No, yo ya aprendí la lección, recuerdas nuestro último encuentro, por si no lo recuerdas mira esto – dice levantándose la camisa, justo a la altura de la última costilla se puede ver una gran cicatriz – si no me hubieses dejado cerca de alguien que atendiese esto, ahora no estaría aquí.

- De qué hablas yo no hice nada, te dejé por muerto en aquel lugar era lo que te merecías ¡Canalla!

- Di lo que quieras, pero la persona que me cuido y curó el desastre que hiciste en mi cuerpo me dijo que una joven me había dejado en su puerta y que había pedido que me salvase. No lo niegues es algo innato en ti, no puedes dejar morir a nadie y evitas en lo posible matar.

- Es que no aprendes, te he perdonado la vida varias veces y tu sigues, es que no…

- Oye, que esto no es cosa mía, te quieren muerta por estar relacionada con los Hijos del Eclipse – le espeta de golpe, mientras se agacha y la toma en brazos – ¿tienes un lugar dónde puedas descansar un rato y en el que te puedan mirar esas heridas? – pregunta mirándola con una sonrisa en el rostro, espera respuesta, pero ella se queda en silencio algo sonrojada –. Di algo, no voy a estar contigo en brazos todo el día.

- Si, hay una anciana con la que tengo amistad, quizás ella pueda…

- Bien, vamos allá, y vosotros no os quedéis ahí como estatuas, ir al campamento y esperadme allí.

Todos recogen sus armas, algo sorprendidos por la actitud de aquel personaje, que por otro lado ha sido el último en incorporarse al grupo, pero que parece tener más dotes de mando que cualquiera de los que allí se encuentran, incluso es mejor que su desaparecido jefe.

Saru camina con la muchacha en brazos en la dirección que ésta le ha indicado, van en silencio, ninguno se dirige la palabra, tampoco sabrían que decirse; desde aquel primer encuentro violento en aquel callejón, sus caminos se habían cruzado de forma similar dos veces más, en ambas la derrota había sido aplastante. Incluso en la última no supo controlarse y le atravesó el cuerpo con una lanza de hielo, si no hubiese sido por aquella mujer que tenía conocimientos de sanación mágica habría muerto. Y ahora allí estaban los dos de nuevo, pero esta vez el que iba en brazos no era él sino ella.

Al llegar a la casa de Iria, la anciana se sobresaltó al ver el estado de la joven y de inmediato se preparó para lo peor.

- Niña, te dije que te escondieses, aún no estabas completamente recuperada…

- Pues si lo llega a estar acaba con todos de un solo golpe, no se preocupe señora, es más fuerte de lo que aparenta – dijo Saru en tono tranquilizador – pero es cierto que fue algo imprudente, es la primera vez que la veo tan maltrecha.

- Ya, dejar de meteros conmigo… – una mueca de dolor se dibuja en su rostro – puedes darme algo para este dolor, ese maldito con su estocada casi acaba conmigo.

- Puedes dejarla sobre esa cama, intentaré regenerar lo más posible sus heridas, aunque le llevará un par de días sentirse de nuevo en plena forma – dijo mirando a Saru y señalándole una habitación. Éste se dirigió a ella y la dejó sobre el lecho –. Nos puedes dejar a solas, por favor.

- Por supuesto, volveré más tarde para ver como ha ido todo.

- No te molestes, no somos amigos ni nada, como para que te preocupes por mí.   

- ¡Que cruel! Pensé que tras tanto tiempo enfrentándonos tendríamos una relación parecida a la amistad.

- Ya cállate y lárgate – gritó girando su rostro para no dejarle ver la sonrisa que se dibujaba en su cara, aunque fuese así y no pensase más que en conquistarla a como diese lugar y aún no terminase de cambiar aquella actitud que tanto la había disgustado al conocerle, en el fondo ese chico comenzaba a interesarle.

Él sacudió la cabeza, suspiró y salió de la habitación encaminándose a la calle, cerrando la puerta principal tras de sí. La anciana sonrió al ver las reacciones de ambos y comenzó a desvestir a la chica para atender sus heridas.

- Parece que entre vosotros dos hay algo ¿no?

- ¡Pero qué dice!, ¿cómo se le ocurre tal disparate? – dijo ella sonrojándose levemente.

- Si, si, lo que tú digas – respondió con una sonrisa en el rostro mientras sus manos se envolvían de un fulgor violáceo y comenzaba a regenerar los daños que tenía –. Veo que tu elemental hizo algo para evitar males mayores, esto será de ayuda, así tardaré menos.

- Perdón de nuevo por las molestias, no sé qué es lo que pasa… y se supone que esos tíos querían eliminarme por estar relacionada con no sé que del eclipse.

-¿Los Hijos del Eclipse?

- Si, eso mismo.

- Niña, si quieren evitar que te reúnas con ellos debes ir con cuidado. Por lo que sé al menos uno está cerca, le conozco es un buen hombre, un excelente médico, vive en la ciudadela de Lennut, debes ir allí lo antes posible. Aunque no estés en condiciones de viajar… pero en ese caso, ese muchacho puede acompañarte…

- Pero ¡qué cosas se le ocurren!, acompañarme Saru, al primer descuido intentaría propasarse conmigo, y por otro lado ¿qué tengo yo que ver con esos hijos del eclipse?

- Soraya ¿conoces la leyenda de los nacidos durante el eclipse de la luna roja? – ella asintió – entonces poco hay que contar, eres elemental de agua, si estás relacionada con ellos quiere decir que eres uno de los elementos guardianes, si os están persiguiendo, ya que supongo que irán detrás de los otros, quiere decir que quieren conseguir el poder que poseen, o que van tras algo más. Si los elementos no guardan al eclipse… bueno mejor que lo descubras cuando te reúnas con ellos.

- Ahora que lo dices, mientras estaba… bueno digamos que indispuesta, sentí que alguien me llamaba, que teníamos que reunirnos, sentí como el poder del aire despertaba, vi los símbolos elementales girando entorno de la señal del eclipse, pero… eso fue tan fugaz que pensé que era algo descabellado, que no tenía que ver conmigo. Pero…

- Pero es lo contrario, hay mucho en juego. Mañana mismo debes partir a Lennut, ese muchacho te acompañará para que no te pase nada, no, no estaré tranquila si no va contigo – la atajó al ver que iba a replicar – no deberás usar tus poderes durante un par de días o de lo contrario podrías tener problemas.

La conversación quedó zanjada con las palabras de Iria, ya que el tono utilizado en la última frase denotaba que ella no estaba para réplicas, ni aceptaría una negativa. La anciana continuó regenerando lo mejor que pudo las distintas laceraciones casi por dos horas, agotada se encaminó a la cocina y regresó con algo de comida.

Luego se retiró a descansar, había hecho un gran esfuerzo para conseguir regenerar las lesiones, y a su edad no era cosa de gastar demasiada energía en grandes regeneraciones…, pero aquella muchacha, no, aquella mujer, era como una nieta para ella, en el tiempo que hacía que la conocía le había cogido cariño, y por ella era capaz de hacer una verdadera locura, como la que acababa de hacer.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos, respirando lentamente. Su cuerpo estaba rendido, pesado. Su pecho dolía, incluso más de lo normal, sabía que su hora estaba llegando, esperaba que la muchacha comprendiera por qué lo había hecho. Su respiración era cada vez más pausada, se estaba quedando adormecida. Poco después dejó de respirar, en su rostro había dibujada una sonrisa y tenía una expresión de placidez, de satisfacción por algo bien hecho.

A la mañana siguiente Soraya quiso compensar el esfuerzo que Iria había realizado, así que comenzó a preparar el desayuno con todo el amor que pudo poner en el. Al terminar se acercó a la habitación, llamó a la puerta, silencio, repitió el llamado, pero de nuevo no hubo respuesta. Algo intranquila la abrió y encontró a la mujer inmóvil con aquel rostro de felicidad. Temiendo lo que pasaba se acercó y le tomó la mano, estaba fría, rígida…, estaba… muerta. Las lágrimas afloraron a sus ojos y comenzaron a caer imparables.

Había muerto por… por ayudarla a ella, las lágrimas corrían por sus mejillas de forma incontenible. Solo podía hacer una cosa, proporcionarle el mejor de los féretros.

Salió de la casa y en el pequeño jardín lateral recogió unas rosas blancas que comenzaban a desplegar sus pétalos y unos lilium de color carmesí, regresando al interior.

Buscó otras ropas y la vistió con un traje blanco con pequeños bordados en azul celeste y oro, peinó los blancos cabellos, puso una rosa en sus manos y el resto en un jarrón a su lado. Cuando hubo terminado llamó a su elemental, y desoyendo la petición de Iria, de no usar sus poderes en un par de días, creó un sarcófago de hielo eterno que conservaría intacto el cuerpo de la mujer que había sido como una abuela para ella cada vez que había visitado Deen Roof.

Cuando salía de la casa dolorida por hacer uso del elemental en su estado y con las lágrimas en su rostro, Saru se acercaba a la casa. Hablaron por un momento, ella le informó de lo sucedido, y ambos fueron hasta donde se encontraba el regente del lugar a informar. Hecho lo cual ella partió en dirección a la ciudadela, aunque no pudo evitar que Saru la acompañase, ya que la veía triste, decaída, incluso algo cansada.

domingo, 10 de enero de 2016


 
 
Tierra
 
Por el serpenteante camino que conduce al valle anda, con paso ligero, una joven, decidida a cumplir con su nueva  misión. Nunca se ha planteado cuestionar ni lo que se le pide ni lo que se le ordena. Lucha para conseguir ser lo que desea, una gran guerrera, de la que su padre pueda sentirse orgulloso, en su mente siempre está el honor.
Después de un tiempo de meditación junto a su abuela, supuestamente para prepararse para su nueva etapa de entrenamiento, parece que las cosas cambian y que al fin ha llegado el momento que, desde hace mucho, aquella anciana ermitaña le dice que es su destino; su futuro, su vida entera dependerán de lo que suceda a partir del encuentro.
No comprende muy bien todo lo que está pasando; ella, que se ha dedicado desde su más tierna infancia a aprender el arte de la lucha con armas, a dominar el combate cuerpo a cuerpo, a ser la mejor guerrera de la tribu; ahora, le dicen que está relacionada con los Hijos del Eclipse, que en su interior está latente el poder de la tierra, heredado de su madre, y que ese poder va a ser importante en los eventos futuros.
No entiende nada de eso, la magia le es completamente ajena, no entiende las explicaciones de su amada abuela, por mucho que ella le diga que la magia es una energía que recorre el cuerpo y que es como un éxtasis hacer uso de ella, aun así, para ella todo lo que se refiera a ciencia, magia o conocimientos que no sean habilidades físicas le resultan muy complicadas de encajar; el único placer que ella comprende es el que siente cuando está en medio de un encarnizado combate, su sangre hierve, siente un frenesí indescriptible, no le cabe en la cabeza que haya otras formas de sentir eso, pero si su abuela lo dice debe ser cierto, aquella anciana sería incapaz de mentirle, y al parecer hay más de una forma de sentir esas cosas que ella experimenta a la hora de luchar.
Las ropas que porta, ajadas ya por el uso, son las que tuvo que conseguir en la prueba que la confirmaría como una guerrera; tuvo que cazar al animal y confeccionar las prendas ella misma. Salir victoriosa, era la prueba de que era toda una mujer guerrera, dejaba de estar al cuidado del resto de miembros y pasaba a ser uno más; y esto es válido también para los varones, ellos deben pasar por lo mismo.
Esta prueba es la confirmación de mayoría de edad en la tribu; primero iban los muchachos, los cuales al conseguir lo que se les pedía pasaban a ser hombres; tres semanas después eran las muchachas las que hacían la prueba y se convertían en mujeres. Tanto unos como otras eran considerados desde ese momento como guerreros, clasificándose en la batalla dependiendo de sus habilidades y aptitudes.
La joven aspiraba a conseguir el grado de berseker, el guerrero más fiero, fuerte y hábil de todos, actualmente solo había uno en ese grado en la aldea, y ese era su padre.
Cuando llegaba el momento de realizar la prueba, cada guardián lleva a su protegido a un punto diferente del bosque prohibido, el Bosque de la Muerte, le da unas armas y le deja allí. Si en el plazo establecido no regresan se les olvida.
Ella aún recuerda aquel momento, acababa de cumplir los dieciséis, su tutor la acompañó a lo más profundo de un bosque desconocido para ella, por ser un lugar prohibido, sólo se puede entrar en él para demostrar que ya se ha dejado de ser un crío y que se es un ser adulto, listo para la batalla; todos los que salgan con vida de ese bosque entrarán en la madurez, serán considerados como iguales por los adultos del poblado, y jamás volverán a entrar en ese bosque. El que hasta ahora había sido su mentor, padrino de armas, rival en la lucha y un amigo y consejero, le hizo entrega de tres armas, un arco con flechas, un mandoble y un hacha…
 
- Nertha, a partir de este momento estarás sola en este bosque, deberás cazar el animal que creas conveniente para confeccionar tu vestimenta. Tienes un plazo de dos semanas, si en ese tiempo no regresas a la aldea, se te considerará muerta, dejarás de existir para nosotros, son las reglas. La única ayuda que recibirás serán estas armas – dijo aquel hombre curtido en innumerables batallas, serio, con un tono de voz seco y cortante a la vez que intimidatorio, dejando ante la muchacha un hacha de doble filo, un mandoble y un arco con un carcaj lleno de flechas – el que seas la hija del jefe de la tribu no te da ventajas – la miró fijamente – ahora despójate de tus ropas de niña y ve a buscar las de una mujer guerrera, no me decepciones tengo mucha fe en ti, incluso creo que lo harás más rápido que el resto de tus compañeros.
- Bien, conozco las reglas, si en ese plazo no he conseguido cazar un animal con el que confeccionar mis ropas, yo misma me quitaré la vida – miró al hombre, seria y convencida de sí misma – Jug, no traicionaré tus expectativas – dicho esto se despojó de sus ropas, dejando al descubierto aquel hermoso cuerpo blanquecino en el que unos hermosos senos quedaron libres, su cuerpo podía confundirse con el de un muchacho ya que el entrenamiento marcaba los músculos, pero ella había sabido mantener el cuerpo moldeado para que en ningún momento se perdiese ese delicado toque femenino que la hacía tan bella.
- Adiós – dijo mirándola de arriba a bajo, luego se dio media vuelta y marchó por el mismo camino por el que habían llegado. – No olvides que aquí también encontraras la sal gema con la que acelerar el proceso de secado de las pieles – añadió sin voltearse, dio un salto y desapareció en lo alto de un árbol.
La muchacha miró detenidamente las armas, y de inmediato descartó el arco, no le gustaba, prefería sentir el contacto del metal, la lucha cuerpo a cuerpo donde dominaba el valor, la destreza, la astucia, la fuerza, el sentir la sangre caer sobre su piel al infligir las heridas al enemigo.
Se centró en lo que debía realizar, no le gustaba mucho la idea de matar a un animal para poder vestirse pero debía hacerlo.
Desde muy pequeña ha tenido un sexto sentido muy desarrollado, está compenetrada con la naturaleza y los animales que en ella habitan. En varias ocasiones en las que hacían prácticas de supervivencia, fue capaz de salvar al grupo entero. Haciendo uso de ese sentido era capaz de saber exactamente donde estaban los peligros, los alimentos, los venenos, todo; al principio pensaba que todos eran como ella, que podían entender a los pájaros, a los insectos, a los animales, que eran capaces de escuchar el llamado de la naturaleza en el silbido del viento, en el latir de la tierra, en el roce de las ramas, pero descubrió que no era así, que sólo ella podía hacer eso. Con imitar el sonido de los cuervos, estos acudían a su llamado, si aullaba los lobos estaban a sus pies.
Como descubriría más tarde al revelárselo su abuela, eso era debido al legado de su madre, el elemento tierra.
Fue la única que al hacer su transformación en animal no se convirtió en un lobo o en un oso, animales ligados a la tribu, ella se había transformado en una pantera, animal escaso en esas montañas. En la aldea tomaron esto por una señal de mal augurio y si a eso se le añade que justo después de esa transformación en su hombro derecho quedó marcado por varios días el símbolo de la tierra, fue considerada como algo indigno. Su padre muy preocupado mando reunir a todos los sabios y les pidió que hiciesen consultas a los dioses y a los astros regentes de la aldea.
La petición del jefe se cumplió de inmediato. Se hicieron consultas a los astros, se sacrificaron animales para obtener respuesta, y todas las consultas dieron las mismas señales, fuego, agua, aire y tierra unidos girando en torno a un círculo rojo que se oscurecía.
Los sabios no comprendían como era posible. Era inaudito, jamás había sucedido algo así. La única que lo tuvo todo claro fue la ermitaña Lena, la madre de Vestein, el jefe de la tribu.  Si el eclipse estaba relacionado con aquella niña era algo que no se podía cambiar o evitar.
En su forma de pantera era invencible, en el campo de entrenamiento era una fugaz mancha blanca. Sí, era una pantera albina, que según iba adquiriendo experiencia se iba oscureciendo, empezó con el blanco, pasó a un blanco sucio y luego a un gris ceniza. Ahora era de un negro azabache brillante, con la peculiaridad de que era capaz de controlar su color, dependiendo de lo que las circunstancias exigiesen podía ser tan blanca como la nieve más pura, o atenuar su tonalidad  hasta confundirse con las sombras.
Anduvo durante horas hasta que oscureció, no había visto ni un solo animal que sirviese para sus propósitos. El calor era sofocante y la humedad asfixiante, cada poco tenía que parar a descansar unos minutos, a beber algo para poder soportar el ambiente, ahora sabía porque le llamaban el Bosque de la Muerte.
No se rendiría, era la última en hacer la prueba. De los dieciséis que formaban el grupo de ese año, las otras tres muchachas no habían conseguido salir de allí, y de los chicos, tres habían salido tan malheridos que murieron días después de llegar al poblado. Ella debía salir, debía demostrar que era la mejor. 
La noche no fue mejor, las temperaturas bajaron tanto que casi se podía congelar el agua. Buscó refugio en el hueco horadado por el tiempo en el tronco de un enorme árbol, y se cubrió con ramas y hojas para intentar mantener el calor corporal.
Si por el día el silencio era sólo roto por el crujir de las hojas y ramas bajo sus pies o por los sonidos producidos por las plantas al ser mecidas por el poco aire que había soplado, la noche era completamente distinta, los gritos, chillidos, gruñidos, rugidos invadían el lugar, era prácticamente imposible distinguir uno de otro, o saber a ciencia cierta de que lugar procedían, el eco y la reverberación de los sonidos era tal que dificultaba sobremanera determinar la procedencia exacta. Cualquiera temblaría del miedo, pero ella estaba calmada, no detectaba en las cercanías peligro o instintos animales hostiles. Durmió poco, el frío y el ruido la despertaban, el cuerpo empezaba a quejarse en forma de entumecimiento o dolor, pero debía soportarlo era una guerrera que tendría que enfrentarse a situaciones aún peores.
Los días pasaban y no conseguía encontrar ningún animal adecuado para confeccionar sus prendas, parecía que se habían escondido, que la evitaban.
Estaba cansada, el cuerpo cubierto de rasguños y heridas menores, sus brazos doloridos; empezaba a preocuparse, si su estado físico se seguía deteriorando a ese ritmo no lograría vencer al posible enemigo, y si tardaba dos días más en encontrar lo que buscaba muy posiblemente no pudiese conseguir preparar todo en el tiempo establecido.
En la tarde del cuarto día encontró un gran afloramiento de sal gema, el bosque había dejado a su alrededor un gran claro, ningún tipo de vegetación crecía a su alrededor. Las rocas que sobresalían del suelo brillaban como el acero recién pulido, el suelo estaba caliente, tanto que permanecer sin moverse sobre aquella especie de arenas de un color entre amarillo y rosa, era prácticamente imposible.
La muchacha se acercó dando grandes zancadas a la roca más próxima y con el hacha dio un fuerte golpe, la roca soltó varias esquirlas y un olor parecido al salitre se desprendió de la rotura. De nuevo golpeó en el mismo lugar y esta vez saltó un pedazo considerable. Lo recogió junto con algunas de las esquirlas y se alejó de allí, buscó una roca plana y sobre ella comenzó a pulverizar los fragmentos de sal gema, una vez terminado lo envolvió todo en una hoja ancha, y se tendió a descansar. Los intervalos de descanso cada vez eran más seguidos y los periodos de duración se iban alargando poco a poco. Esta era la prueba más dura por la que había pasado.
Al mediodía del quinto día se encontró con el animal que le daría lo que le hacía falta. Apenas se había distanciado del afloramiento de sal gema unos doscientos o trescientos metros, y allí estaba en la pequeña pendiente que formaba el terreno hacia una barranquera, tranquilamente comiendo unos brotes tiernos.
Ella se quedó completamente inmóvil y sorprendida, jamás había visto un oso tan grande como aquel. No tuvo tiempo de ocultarse o ponerse en un lugar en el que el animal no pudiese olerla. El oso dejó de comer y la miró fijamente, olfateó el aire y arrugó su hocico, dejando ver todos sus dientes. Ella cogió con fuerza el hacha y soltó el mandoble, preparándose para atacar.
El oso se incorporó en sus patas traseras, en esa postura medía más de dos metros, y sus zarpas eran capaces de hacer polvo el cuerpo de un ser humano de un solo golpe. Gruñó volviendo a mostrar su dentadura.
Era ahora o nunca, cerró con fuerza sus manos sobre la empuñadura del hacha y corrió de frente hacia el animal, éste ni siquiera se movió, esperó preparado para recibir el ataque. Ella abatió el arma con fuerza sobre el pecho del oso, pero este de un zarpazo la despojó del arma, haciendo a la vez que cayese por la inercia del golpe. El animal se dejó caer y con su zarpa aprisionó una de las piernas de la guerrera. La situación se estaba complicando y por instantes se tornaba en contra de la muchacha.
Se movió lentamente olfateándola; lamió su cuerpo cubierto de sudor y suciedad, y gruñó, parecía que estaba sonriendo. Ella intentaba desesperadamente soltar su pierna, pero la presión apenas si cedía. Si pudiese alcanzar el hacha, pensaba pero estaba bastante lejos. El oso alzó una de sus zarpas iba a dar el golpe mortal, tan poco valía que iba a terminar siendo devorada; ella que había entrado segura de ser la mejor y hacerlo lo más rápido posible se encontraba en aquella situación.
Cerró su puño y asestó el golpe más fuerte que pudo hacer en la postura en la que se encontraba, esto, por un lado sorprendió al oso ya que al estar boca a bajo era de suponer que ese golpe no fuese tan fuerte, pero fue lo suficiente para hacer que el animal dejase de ejercer presión por unos segundos, los que ella velozmente usó para alejarse del animal rodando por la suave pendiente.
Al llegar al final de la pendiente se encontró con restos humanos en avanzado estado de descomposición, supuso que serían los restos de las otras guerreras; la zona estaba llena de marcas de batalla y en varios lugares se podían ver todavía manchas de sangre reseca.
Se incorporó lo más rápido que pudo, si aquellos restos que estaban allí pertenecían a las que hasta hacía poco habían sido sus compañeras, aquel animal era un devorador de hombres. Incluso los tres guerreros que habían fallecido después de abandonar el bosque puede que hubiesen sido atacados por ese oso, un animal inmenso de un color marrón oscuro y que sobre su frente tiene una mancha blanca.
Una vez de pie, le buscó con la mirada pero no le veía por ningún lugar, cómo un ser tan grande como aquel podía desaparecer así de fácil. Corrió en busca de su hacha y cuando estaba a unos metros de ella, sintió el zarpazo en su espalda, su velocidad y agilidad habían evitado que fuese mortal, pero en sus carnes se habían abierto cuatro surcos poco profundos pero que estaban sangrando abundantemente. El escozor y el dolor recorrieron como un grito su cuerpo.
Ella se abalanzó, dando un par de volteretas, en pos del hacha mientras escuchaba tras ella los apresurados pasos del animal. En el mismo instante que cogía el hacha el animal se abalanzaba sobre ella. Pudo reaccionar a tiempo de evitar que le diese una dentellada, aplastándose contra el suelo, viendo como el animal pasaba sobre ella, sin poder frenarse debido a su corpulento cuerpo. El animal se giró quedando a unos metros de ella, mirándola con fiereza.
Nertha levantó el hacha y corrió hacia él, haciéndole un corte en un costado, la sangre salpicó su cuerpo, el animal gruñó fuertemente y se giró de nuevo hacia ella levantando hojarasca y polvo del suelo.
De nuevo estaban frente a frente, estudiándose; ella jadeante y dolorida, miraba tanto al animal como el terreno buscando la mejor forma de atacar o esquivar un ataque; el animal furioso, resoplaba y la miraba. En aquel momento no existía nada más en aquel bosque.
El oso comenzó el ataque, ella preparó de nuevo su hacha, pero esta vez había calculado el movimiento. Cuando el oso se disponía a dar el zarpazo, ella saltó poniendo en ello todas sus fuerzas y abatió su hacha dando un giro completo con la misma para aumentar así la fuerza del golpe, clavándola justo en el centro de la frente del animal, en el punto exacto donde aquella bestia de color marrón tenía la mancha blanca. El hueso crujió y el metal se introdujo abriendo una brecha; la sangre salió disparada manchando el rostro y el cuerpo de Nertha.
El animal cayó inerte y sobre el cayó ella exhausta, jadeante. Se mantuvo inmóvil por más de una hora, el calor y la humedad del lugar unido al ejercicio realizado la habían dejado al borde de la extenuación.
Buscó el mandoble y comenzó a cortar el animal, la piel era gruesa, dura y muy resistente. Comió algo de carne cruda para reponer fuerzas y continuó cortando, se las arregló para conseguir una nueva esquirla de roca gema, y con ella separó la piel de la carne. Una vez preparados los trozos de piel los tendió en el suelo los cubrió con la abundante sal que anteriormente había molido y dobló las piezas. Ahora era cuestión de esperar.
Tenía que buscar agua y platas con las que poder lavar la piel, así que comenzó la búsqueda, no le fue muy difícil encontrar un pequeño arroyuelo, al parecer el bosque estaba lleno de ellos unos más caudalosos otros menos; unos más grandes, otros eran simples hilos de agua que serpenteaban por las barranqueras.
Encontrar las plantas jabonosas le fue un poco más complicado, ya que estar dentro de un bosque tan tupido no era lo idóneo para ellas, plantas como el gensing, la daga, la hierba de los bataneros, el cacto de fuego,… necesitan de luz y sol, algunas incluso de mucha humedad.
Cuando estaba por darse por vencida encontró en un claro lo que buscaba, la hierba de los bataneros, aquella hermosa planta de un verde pálido, con flores desde el blanco al rosa pálido llenaba casi en su totalidad aquel claro. Arrancó unas cuantas plantas y regresó al arroyuelo. Allí fabricó con arcilla un recipiente en el que preparar el agua para lavar las pieles.
Después de dos días de preparativos comenzó con el curtido, lavó las pieles con el producto obtenido de hervir las raíces en el agua, cuando la piel producía abundante espuma las enjuagó perfectamente, las dejó secar a la sombra y continuó con el trabajo, usando el mandoble las sobó lo necesario para darles el punto adecuado. Tras cinco días de laborioso trabajo las pieles estaban listas.
Con un hueso del oso que había preparado, cosió las piezas de piel. Se hizo un top que cubría sus pechos, tapando desde unos cinco centímetros por encima del ombligo hasta llegar a la altura de las axilas. Como falda confeccionó una de corte al bies, la pierna derecha casi en su totalidad al descubierto llegando a la altura de la rodilla, incluso un poco más bajo en la pierna izquierda. Como calzado preparó unos botines hasta la altura del tobillo. Para unir todo utilizó fibras vegetales y los propios tendones del animal.
Después del trabajo y de haber consumido gran cantidad de la carne del animal, le quedaban tan solo tres días para salir del bosque y regresar al poblado.
Tenía tiempo suficiente, así que se recostó a descansar; por primera vez, desde que había entrado en aquel bosque, pudo dormir varias horas seguidas, cuando despertó la claridad de la luz solar comenzaba a romper la oscuridad reinante en aquel tupido bosque.
Se encaminó al arroyuelo y se bañó, eliminando la suciedad y la sangre que la habían acompañado durante tantos días. Las marcas del zarpazo casi habían desaparecido, y el malestar que había tenido casi era imperceptible.
Bien avanzada la mañana marchó del lugar poniendo rumbo al poblado. Las prendas le quedaban ajustadas al cuerpo, eran cómodas de llevar y suaves al tacto, prueba que había realizado un buen trabajo.
Durante todo el trayecto no tuvo ningún encuentro desagradable, animales menores pero nada de lo que preocuparse.
Cuando llegó al poblado fue recibida como la nueva guerrera, todos la felicitaban. Los que hasta apenas hacía unos días eran sus compañeros, ahora la miraban de forma diferente, en sus miradas se podía ver el deseo, eran hombres que buscaban compañera con la que procrear, una compañera que los pudiese atender en los momentos de enfermedad, o cuidarlos mientras estaban heridos, y por descontado una compañera que estuviese a su lado en el momento de la batalla. Aunque ella les miraba altiva, no estaba interesada en vincularse tan pronto con alguien, acababa de entrar en la sociedad adulta, ahora podía ser libre, no estaba obligada nada más que a cumplir con el deber de proteger a los que lo necesitasen y a aceptar las misiones que le propusiesen, por lo demás podía hacer lo que quisiese mientras no dañase a los demás.
Su padre fue el último en felicitarla, de una forma seca casi distante, aunque en sus ojos se podía ver el orgullo que sentía al tener a su única hija ante él convertida en toda una guerrera.
Su padre le tendió un pequeño cuerno de guerra, un amuleto que reconoció de inmediato ya que era algo que había pertenecido a su difunta madre.
 
Mientras recordaba lo sucedido hacía seis años, había llegado al valle. Una vez atravesado este debería dirigirse al sur para poder alcanzar la ciudadela de Lennut.  
Aquella joven de piel blanquecina ligeramente bronceada, había cambiado poco desde aquel momento, solamente sus formas habían terminado de llegar al punto adecuado. Su pelo antes corto ahora llegaba a la altura de la cintura. Lo lleva suelto a excepción de dos trenzas que salen de detrás de sus orejas y caen sobre sus hombros bajando por sobre su pecho. El pelo es ondulado y de un rojo oscuro. Sus pechos están bien proporcionados de tamaño medio y redondeados, dándole un aspecto muy sexy. El rostro es de una belleza abrumadora con la piel fina y suave, con los ojos algo rasgados y de un color gris intenso.
Sus vestimentas han envejecido y están algo rasgadas, pero aún siguen siendo las mismas que elaboró en aquella prueba, con pequeñas modificaciones para que se adaptasen mejor a su cuerpo, según este había terminado de crecer. Lo más probable es que en breve deba cambiarlas. En su cuello portaba dos colgantes, uno un pequeño cuerno de guerra, regalo de su padre por haber alcanzado la madurez en aquel examen, el otro el amuleto que la identificaba como el elemento tierra y que se lo había dado su abuela en el momento de partir a su nueva misión.
Algo diferente se presentaba ante ella, hasta ahora había vivido de luchar, de realizar misiones arriesgadas, de batallar en guerras por el honor y el bienestar de su pueblo; pero lo que se presentaba ante ella ahora, era algo mucho mayor, según las palabras de su abuela, el destino de todo el mundo estaba en juego; dependiendo del resultado de lo que pasase una vez se encontrase con aquellos denominados como los Hijos del Eclipse y con los otros guardianes; sí, dependiendo de si la luz o la oscuridad predominaba en las posibles batallas que hubiese que realizar…
Sacudió su cabeza, ella era una guerrera, pensar en la magia, en el poder que no fuese el de su propia fuerza, le producía dolor de cabeza; sabía que existía, la había visto en acción pero era algo que le venía grande; ella confiaba en su fuerza, destreza, agilidad, capacidad de leer los movimientos del enemigo… sí, era muy complicado intentar entender que con unas simples palabras o un gesto pasasen cosas, incluso su propia derrota.
Avanzaba pensativa, no sabía que le esperaba, pero ya lo afrontaría cuando estuviese ante ello, ella era así, de que valía preocuparse por una batalla antes de llegar al campo donde tendría lugar, de que servía preguntarse cuantos enemigos habría, cuantos compañeros morirían, o si esta sería la última batalla. Si uno se llenaba de preocupaciones, de temores, de dudas, a la hora de la verdad no se rendiría al máximo y eso era el fin de cualquier guerrero, ya que las dudas o el desconcierto llevaban a la derrota y en el peor de los casos, a la muerte.
Caminaba rápido, el sendero era apacible y no había ningún tipo de obstáculo que impidiese avanzar con celeridad. El paisaje se iba alternando entre las praderas verdes salpicadas de flores y pequeñas afloraciones rocosas, y los bosquecillos. Los animales salían huyendo al escuchar los pasos en el sendero, y los pajarillos levantaban el vuelo.
Su fino olfato la alertó de algo, se detuvo y observó con sumo cuidado todo a su alrededor, pero no pudo ver nada fuera de lo común por aquella zona. Se inclinó y tocó con la mano el suelo, pudo sentir una leve alteración en la energía de la tierra.
Continuó camino pero ahora iba alerta, sentía que algo o alguien la asechaba, en su espalda llevaba un mandoble y su inseparable hacha de doble filo, al primer movimiento extraño atacaría sin pensarlo.
Continuó caminando, sintiendo esa presencia un largo trecho y seguía sin aparecer nada. Unos metros más adelante el sendero se introducía en un bosque de coníferas negras, si iba a pasar algo seguro sería allí. Después de ese bosque el sendero por el que iba se unía con otro procedente del segundo paso que había para cruzar las montañas del Olvido. Conocía bien la zona y si querían tenderle una emboscada, el bosque era el mejor lugar, ya que después del punto donde terminaba este, comenzaba de nuevo una extensa pradera que llegaba hasta las estribaciones exteriores del páramo por un lado y al inicio de las zonas montañosas predecesoras de las altas cumbres de la cordillera del Olvido, era hacia esas pre-cordilleras a donde se dirigía, ya que la ciudadela de Lennut se encontraba en ellas.
Al entrar en el bosque el silencio era ensordecedor, eso la puso aún más alerta, ya que a aquella hora, poco más de media tarde, los pájaros no paran de trinar, y las arañas arbóreas no cesan de recolectar flores y hojas para alimentarse. Avanzaba despacio intentando percibir el más mínimo siseo.
Había recorrido unos cien metros dentro de aquel bosque, cuyo suelo estaba cubierto de agujas secas procedentes de los árboles, y salpicado aquí y allá por pequeños matorrales, cuyos frutos alimentaban a varios animales, de cuando en cuando se podían ver pequeños grupos de plantas herbáceas que crecían al abrigo de troncos caídos o rocas.
En su lento avanzar pudo notar como una especie de neblina grisácea estaba cubriendo el suelo y avanzando poco a poco, apenas si levantaba un par de palmos del suelo, pero no le gustaba nada. Continuó caminando, llegó a la neblina y al tocarla sus pies, se apartó, era como si estuviese viva. Siguió atenta al mínimo sonido o movimiento.
Finalmente, ante ella, aparecía un grupo de seis criaturas. Cuerpos fornidos, apariencia humana pero eran chacales, había oído hablar de esos hombres chacal, pero jamás los había visto, ni luchado contra ellos. Sabía por lo que le habían contado los ancianos que eran temibles guerreros.
Se detuvo unos instantes a observarlos, cada uno media por lo menos metro noventa, su cuerpo estaba muy musculado, las manos tenían dedos largos terminados en uñas afiladas como cuchillas, todos llevaban mandobles como arma. Su piel era de un color gris plomo, su cabeza era la de un chacal, pelo encrespado de color negro o gris oscuro, orejas puntiagudas, ojos ámbar, fauces alargadas con dientes afilados.
Sus cuerpos estaban cubiertos por un pantalón negro que llegaba a la rodilla, el pecho estaba al descubierto tan solo tenían unas correas de unos cuatro centímetros de ancho cruzadas en forma de “X”, lo más probable para poder llevar sus armas a la espalda. Al cuello una cadena de oro y en ambos brazos brazaletes del mismo metal que llegan desde le muñeca hasta la mitad del antebrazo.
Solo dos de ellos llevan un escudo redondo. No se puede saber si van calzados o no ya que la neblina cubre el suelo.
- Vaya, parece que ya ha llegado, nuestro amo sabe bien dónde está cada elegido – habló uno de aquellos hombres bestia, la voz gutural y algo chillona y daba la sensación que las vocales se alargaban un poco –, será una presa fácil es mujer y es la única que no usa magia.
- Además es muy bajita, vamos el amo nos ha subestimado, nos podía haber dado un objetivo más apropiado. – Dijo un segundo hombre, con sarcasmo en el tono y mirando a Nertha con desprecio y altivamente. Ella simplemente observaba, enfureciéndose poco a poco.
- Es que no hacemos falta los seis, por muy elegida que sea es poca cosa para nosotros – dijo un tercero casi entre risas. En cambio los otros tres la miraban sin decir nada como estudiándola.
- Creo que os estáis equivocando, no os dejéis llevar por las apariencias, las mejores fragancias se guardan en frasco pequeño – sentenció un cuarto, al parecer el mayor del grupo ya que su pelo era casi completamente blanco, y había estado negando con la cabeza los comentarios de sus compañeros.
- Capitán Mirk, ¿está seguro de lo que dice?, es solo una mujer –. El capitán miró de tal forma al subordinado que parecía que le quería matar con la mirada.
- Maldito novato, es que ya no os enseñan a no menospreciar al enemigo sea del género o raza que sea – rugió el capitán.
- Veo que por lo menos uno de vosotros usa el cerebro –. Habló Nertha, tranquila, seria, mostrando respeto por aquel enemigo, ya que era el único que se lo merecía, los otros eran simple escoria –. Dejadme pasar, no tengo ganas de segar vidas de seres inútiles.
- Lo siento guerrera, tenemos órdenes de convertir este bosque en tu última morada. No debemos dejar con vida a ninguno de los elegidos.
- Repito, retiraos si queréis regresar a vuestro hogar, vuestras órdenes son matarme aquí, pero puede que los que muráis seáis vosotros. 
- Será perra, no ve que la sobrepasamos en número, por muy buena guerrera que sea nunca será capaz de vencer a la élite –. Dijo el primero que había hablado, saliendo disparado arma en mano.
- Vosotros lo habéis querido – sentenció agarrando su hacha y poniéndose en guardia.
El hombre bestia llegó a su altura y abatió el mandoble con gran fuerza, pero ambos metales chocaron. Una lluvia de movimientos rápidos buscando el cuerpo del contrario se produjo tras ese primer contacto. Todos acababan igual, todos terminaban en choque de hacha contra mandoble o a la inversa.
Los otros hombres bestia observaban la lucha atentamente, la guerrera estaba manteniendo a raya a aquel engreído. Ya sin poder soportarlo más un segundo hombre bestia se unió al combate, no podía ver como sólo su compañero luchaba mientras él tenía que mirar; arma en mano atacó por detrás y no consiguió su objetivo por escasos milímetros.
Nertha ahora se veía enfrentada a dos de aquellos seres, tenía que acabar pronto con uno de ellos y si era posible con los dos, tenía grandes habilidades pero en combate múltiple su punto débil era la resistencia.
Se vio entre ambos, así que se agachó haciendo un barrido con su pierna derecha, consiguiendo así derribar a uno de ellos, pero no pudo evitar que el mandoble del que caía le hiciese un corte en un costado. Aguantando el dolor que producía el corte al moverse, saltó pateando al que tenía enfrente justo en medio del pecho, aprovechando el impulso de rechazo para poner algo de distancia entre ellos.
Ese movimiento les había sorprendido, no esperaban que tuviese tal agilidad. Ambos se incorporaron de nuevo y atacaron a la vez cada uno desde el lado opuesto. Ella les esperaba, al tenerlos casi encima de nuevo realizó un barrido esta vez acompañado de un movimiento circular con el hacha, uno de sus rivales pudo esquivar el hacha pero el otro recibió de lleno el tajo que le rajó el abdomen por el que empezaron a salir vísceras y abundante sangre.
Viendo que la batalla comenzaba a tomar la ventaja por el lado de la guerrera, el resto de hombres chacal se preparó para el ataque, saltando casi a la vez sobre Nertha. Ella pudo a duras penas esquivar el ataque multitudinario.
Aprovechando que era más baja que sus atacantes logró escurrirse entre ellos lanzando tajos a izquierda y derecha, consiguiendo herir levemente a un par de ellos. El cansancio comenzaba a hacer acto de presencia.
De un salto, consigue colocarse detrás de uno de sus contrincantes pillándole desprevenido, segundos que aprovechó para decapitarle. La cabeza rodó a sus pies y el cuerpo cayó lanzando chorros de sangre que mancharon el verde pasto, y el charco que se formaba en torno al cuerpo iba tiñendo de un rojo violáceo el suelo circundante. El perder otro compañero enardeció los ánimos del resto, emprendiendo con más bríos el ataque. 
Jadeante, intentó poner un poco de espacio entre ella y sus enemigos pero en un descuido recibió una estocada que le atravesó el costado izquierdo, el corte profundo unido al recibido anteriormente la dejaba en una posición crítica, le costaba respirar y moverse, y sólo había reducido el grupo adversario en dos. Las heridas sangraban profusamente, el cansancio unido a la pérdida de sangre la estaban mareando, se acercaba la muerte.
En el momento en que el capitán del grupo se acercaba para dar el golpe final, un aura de tonos azules comenzó a rodearla, los ojos se convirtieron en los de un felino, las heridas comenzaron a cerrar. Sus manos empezaron a cambiar por garras. Aquel vello rostro se convertía en el rostro negro de una pantera, en pocos segundos el aura se fue intensificando hasta producir una luz cegadora, cuando esta se disipó ante ellos pudieron ver una figura humana completamente cubierta de pelaje negro brillante.
- Lo lamentareis, primera fase completa, no querréis ver la segunda fase.
No dejó que respondiesen, se abalanzó sobre el más cercano y de un solo movimiento le arrancó la tráquea con sus zarpas, el hombre chacal solo pudo soltar un gorjeo e instintivamente se llevó las manos al cuello, pero era inútil la sangre se escapaba a grandes chorros por aquella herida, y cayó de rodillas, muriendo desangrado en pocos minutos.
Todos intentaban alcanzarla con sus mandobles pero la agilidad ahora era superior. El capitán estaba seguro de que si no hacían algo coordinado y rápido, su fin estaba muy próximo. Lo intentaron varias veces pero eran fútiles intentos; era el juego del gato y el ratón, la pantera estaba jugando y divirtiéndose con sus presas.
En un movimiento rápido el capitán logró clavarle unas dagas que llevaba ocultas. Las dagas se clavaron el la pierna derecha y en el brazo del mismo lado, ella aulló de dolor. Otro hombre bestia lanzó su mejor golpe cortando en diagonal el pecho, de nuevo las heridas eran graves, aun así ella logró clavar sus garras en el pecho desnudo de aquel hombre chacal que la había cortado, haciendo un profundo surco en la carne. Un segundo golpe en aquel pecho cubierto de sangre y la garra atravesó piel, músculo y hueso y al salir un palpitante músculo era aplastado en aquella garra. El hombre caía de espaldas con los ojos en blanco, la boca abierta con un hilo de sangre que salía de ella y un gran agujero en su pecho por el que manaban ríos de sangre violácea.
Ya solo quedaban dos, y aunque habían visto morir a sus compañeros a manos de aquella guerrera que habían subestimado, simplemente por el hecho de ser mujer, no desistieron del intento de segarle la vida.
En un intento desesperado por aprovechar las nuevas heridas que tenía para poder acabar con ella, el subordinado que quedaba atacó recogiendo el arma de uno de sus compañeros. Atacaba con los dos mandobles, en un movimiento rápido consigue clavarle uno en el hombro y darle un tajo en la pierna, ella pierde el equilibrio y cae soltando un quejido de dolor.
- Parece que queréis ver la forma definitiva… – dice dificultosamente mientras cae de rodillas y de nuevo un aura de tonos azules la cubre.
- No dejaremos que lo hagas – exclama el subordinado mientras intenta cortarle la cabeza, pero la luz que la rodea es tan intensa desde el comienzo que falla el golpe al no ver con claridad el punto al que quiere llevar su arma.
Ante ellos se presenta un animal enorme de un negro azabache impecable, poderosas garras y mandíbulas fuertes, las cuales están cerradas sobre el cuello del incauto hombre chacal, de un simple movimiento la cabeza se separa del resto del cuerpo. La sangre salpica y sale a borbotones manchando el pelaje del animal.
El capitán sabe que ante tal fiera no tiene ninguna oportunidad y se deja caer de rodillas ante ella soltando el mandoble.
- Has vencido al grupo de élite, no soy digno de continuar con vida, así que acaba rápido –. Dice mirando aquellos ojos ámbar que tiene ante él.
- Has sido el único del grupo que ha sabido que se escondía algo más que una simple mujer, por respeto a eso y al honor entre guerreros te dejaré vivir, regresa a tu hogar y entrena guerreros que sepan ver lo que se esconde detrás de su oponente tal y como lo hiciste tú –. La voz suena humana a pasear de ser pronunciada por la pantera.
- Me temo que eso no será posible, por lo menos no en el poblado del que vengo, si regreso nuestro fracaso será castigado con la muerte, desde que ese individuo llegó… todo ha cambiado… así que por favor acaba conmigo.
- No, no lo haré. Soy mujer de palabra y la mantengo, mereces mi respeto por ser un digno rival y guerrero. Si te parece bien podemos continuar camino juntos por ahora.
- No merezco tal compasión, ni tal honor.
- Quizás no, pero la vida de un guerrero da infinidad de vueltas, y puede que esta sea una de esas oportunidades para hacerse más fuerte aprendiendo de los errores –. Él no respondió, dos lágrimas surcaban su rostro.
Ella poco a poco fue regresando a su forma humana normal, su cuerpo no presentaba ninguna herida, aunque si se pueden ver marcas rosáceas en los lugares en los que los mandobles rasgaron la carne, era como si fuesen cicatrices recientes. Esa era la ventaja de su transformación mientras ningún órgano vital estuviese dañado de forma seria al cambiar todo se regeneraba.
Su cuerpo estaba cubierto de sangre que comenzaba a secarse formando costras sobre su piel. En la primera oportunidad tendría que lavarse, no sabía la causa pero el olor de aquella sangre era bastante penetrante y desagradable.
El sol comenzaba a ocultarse, tendría que pasar la noche en el bosque, si no hubiese sido el combate lo hubiese atravesado con la luz del día, pero por la noche y más en una como aquella, en la que ninguna de las lunas era visible, no era aconsejable caminar dentro de un bosque; fácilmente se podía perder el sendero y perderse dentro de la floresta o caer en el interior de alguna madriguera de araña carnívora, o encontrarse con cualquier criatura poco amigable.
El capitán la siguió cabizbajo y preocupado, no estaba del todo seguro que acompañarla le salvase la vida, sabía que si volvía moriría de inmediato y de forma cruel a manos de aquel perverso sujeto, aquel humano que hacía un par de años, se había convertido en el dueño y señor del poblado en el que hasta aquel momento habían vivido sin grandes complicaciones. Si no regresaba no tenía que preocuparse por familia o amigos; no tenía familia se había centrado en la lucha y no en crear una familia, en lo que a amigos se refería todos habían muerto ya. Eso era seguro no había nadie al que pudiesen dañar por no regresar y haber fracasado en lo que se le había pedido, pero lo que no era seguro es que aquel no tuviese ojos en todas partes.
Mientras la poca luz que aún quedaba se los permitió, se alejaron todo lo que pudieron del lugar donde estaban los cuerpos, evitando de esa forma llamar la atención de las posibles alimañas que se acercasen al olor de la sangre; cuando ya no fue posible andar con seguridad se detuvieron, se apoyaron al tronco de un árbol e intentaron dormir.  
Los que hacía unos momentos habían sido encarnizados enemigos, ahora eran compañeros de viaje extenuados. Aún era pronto para saber cómo terminaría lo que acababa de empezar, quizás en una nueva batalla cuando ambos estuviesen recuperados o quizás en una amistad duradera, eso ya se vería; por lo pronto había que descansar o por lo menos intentarlo.