miércoles, 12 de agosto de 2015


Planes

 

Six se había encontrado intranquilo desde el día anterior, estaba seguro que se olvidaba de algo importante, y lo peor era que sentía como si de golpe hubiesen desaparecido unas horas de su vida, unas horas de las que no recordaba absolutamente nada de lo que había hecho o dónde había estado.

Se había encontrado de pronto en la zona donde descansan las monturas mientras no son usadas. En aquella especie de cuadras o caballerizas por llamarlas de alguna forma, ya que había caballos, águilas y dragones; sentado junto a una de las águilas que normalmente usaba Yrret para ir al páramo. Era de noche y no podía explicarse como había llegado a aquel lugar.

Salió de allí y se adentró en la casa, sus dos compañeros estaban acostados y su maestro no estaba, recordaba que había salido al páramo en una de esas salidas que hacía frecuentemente para recolectar plantas, frutos y todo aquello que le pudiese servir para hacer ungüentos, cataplasmas, elixires y medicamentos. Aún no tenía tiempo de llegar ya que había ido a pie y solo, se había negado por completo a ser acompañado por él, tenía que reconocer que era un poco torpe, bueno siendo sincero muy torpe, era un verdadero inútil, aún no se explicaba como no le había echado ya. Como fuese, estaba intranquilo, estaba seguro de que se olvidaba de algo importante, algo relacionado con Yrret, pero por más que lo pensaba no podía recordar que era. Dejó de darle vueltas y se acostó.

Al despertar, lo primero que hizo fue comprobar si su maestro había regresado, al encontrar el lecho intacto, se alarmó un poco, aquello no era normal, se vistió y salió de la casa como alma que lleva el diablo.

Su misión de espionaje había fracasado, había perdido a su objetivo por más de veinte horas, sí, había pasado casi un día completo, su hermano le iba a matar o peor aún le convertiría en una de sus esculturas. Tenía que verle lo antes posible informarle directamente antes que otro de los secuaces de su hermano mayor lo informase, si eso ocurría la ira de Leafer Karas caería sin dilación sobre él, Sixel Karas.

Ando lo más rápido que pudo, era como una carrera a contra reloj, su hermano tenía ojos en casi todo Lennut, estaba acabado. Temía más a su hermano que a la propia muerte que se le presentase ante él con guadaña y todo.

El sendero era estrecho, poco frecuentado, en muchos lugares estaba lleno de hierbas y maleza, en otros había zonas en las que árboles caídos o piedras desprendidas hacían que tuviese que pasar por encima o buscar la forma de salvar el obstáculo.

Cuando llegó cerca del lugar desde el cual se divisaba la ciudadela y el castillete, se detuvo en seco, una extraña figura lanzaba un potente conjuro sobre algunos de los guardianes que su hermano tenía dispuestos por toda la zona que rodeaba su guarida; un negro resplandor surgió de aquella espada y en cuestión de segundos todo lo que aquella oscura silueta tocaba desaparecía convirtiéndose en polvo. Se quedó petrificado, no estaba seguro si era algún aliado de su hermano o todo lo contrario, pero no se movería de aquel lugar hasta estar seguro. El tiempo pasó lento o por lo menos esa fue la impresión que él tuvo; finalmente vio salir a aquel individuo, cuando llegó al mismo lugar donde le había visto por primera vez se esfumó en el aire.

Esperó unos minutos más y se encaminó al castillete, corrió más que ando, no es que tuviese miedo, tampoco que estuviese preocupado por su hermano, bueno un poco si, era su hermano y aunque le temiese, no siempre fue así, guardaba muy buenos recuerdos de su infancia, pero todo había cambiado cuando Leafer había mostrado su afinidad y facilidad para la magia, a partir de ese momento se fueron distanciando y ese lazo de hermandad se rompió, uniéndose más a su padre.

Llegó jadeante a causa de la carrera, se paró y tomó un poco de aire. Todo estaba tranquilo. Caminó despacio acercándose lentamente a la entrada. Al entrar pudo ver a su hermano sentado en la escalera mirando hacia la puerta como si le estuviese esperando.

- Ya era hora hermanito –, el tono frío, cortante, el rostro serio y la mirada fría y penetrante, Six sintió como un escalofrío recorría su columna vertebral –, ya lo sé, has vuelto a meter la pata como de costumbre, aún no me explico como te mantengo trabajando para mí…  – gira la cabeza y mira para otro lado dejando la frase en el aire.

- Her…hermano no seas tan frío y duro conmigo, tenemos la misma sangre…

- A veces me pregunto si eso será cierto. – Suspiró y volvió a mirar a su hermano. – Cambiando de tema se puede saber que es lo que pasó, como lo pudiste perder, no se supone que te las habías ingeniado para irle a recoger al páramo.

- ¿Cómo? ¡Recogerle en el páramo!, no recuerdo nada de eso – el rostro de sorpresa de Six era máximo.

- Como lo sospechaba, has sido víctima de un hechizo de “olvido”, bueno no importa, regresa, que nadie sospeche que has salido, y no te separes de él, ni a sol ni a sombra, ten en cuenta que si vuelves a fallar pasaras a formar parte de mi colección…

- No serías capaz de hacerme eso ¿verdad? Somos…

- Deja de recordarme de una maldita vez que somos hermanos, para mi dejaste de serlo en el momento que te mostraste como un verdadero inútil, es que no sirves para nada en absoluto, encima eres afín con un elemento y aún no lo pues usar, has tenido que llevarte tu hasta eso y … – las  palabras más duras que había escuchado de labios de su hermano se clavaron como puñales en su pecho, aquello que le acababa de mostrar era odio, un rencor que no se podía explicar como había llegado a aquel punto, tanta era la ambición de su hermano, Six cerró los ojos dejó salir unas lágrimas  y se giró sin terminar de escuchar el veneno que su hermano expulsaba por su boca –, …se puede saber a donde vas, aún no hemos terminado.

- Lo siento hermano, si te soy sincero extraño aquellos momentos que pasábamos juntos cuando aún éramos unos chiquillos, si tanto te molesta mi presencia o incluso mi existencia, por qué no has acabado conmigo, por qué sigues usándome como un juguete, por qué me odias tanto, sí, sólo soy tu único hermano, eso te paree poco, ya estamos solos tú y yo nuestros padres ya no están, si es por la magia… – su voz se rompió, la mirada de odio de su hermano cada vez era más potente y la crueldad se dibujaba en su rostro –, …si tanto te… si me odias hasta querer verme inmóvil hazlo de una maldita vez, y pensar que cuando vi a aquel individuo salir de aquí, pensé que te habían hecho daño y vine corriendo… siento ser una carga para ti, procurare no volver a molestarte pero no esperes que te vuelva a…

- ¿A qué? A informar, a perder a la persona que se supone debes vigilar, ja, no seas necio, qué harías tú si se enteran que eres un simple y de paso inútil espía…

- Basta, basta, ya cállate… – el cuerpo de aquel muchacho delgado, de ojos rasgados de un negro intenso, de cabello corto y gris, comenzó a rodearse de un resplandor ambarino y un círculo de aire empezó a formarse a su alrededor, meciendo las prendas holgadas que llevaba puestas, sus ojos empezaron a cambiar de color pasando del negro intenso al gris brillante, poco a poco levantó su rostro de nuevo, para fijar su mirada en la de su hermano, esta vez al hablar su voz sonaba completamente diferente era gruesa un tono o dos más grave que la normal voz de Six –, …olvidas muy fácilmente que somos hermanos que por nuestras venas corre la misma sangre, olvidas que soy afín al aire, es por eso por lo que me odias porque tu no puedes ser afín con ningún elemento, es esto lo que tanto quieres pues ven y tómalo no esperes más, si no me equivoco tienes los conocimientos necesarios para arrebatar poder mágico, ¿no es así?, no opondré resistencia te lo doy gustoso para lo que me sirve… – el rostro de Leafer estaba descompuesto, desde cuando su inútil e inservible hermano podía desprender tanto poder, le daba la sensación de estar ante un huracán en pleno proceso de crecimiento, sabía que era afín al aire pero no que pudiese dominarlo, ¿cuándo?¿cómo?, ni siquiera se atrevía a acercarse, el poder en aumento de su hermano parecía querer destruir todo a su paso.

- Vaya –, dijo con la voz temblorosa –, parece que puedes ser más útil de lo que pensaba… pero no me interesa robarte lo que es tuyo… simplemente vigila a ese maldito curandero del tres al cuarto y no vuelvas a fallar.

- No hermano, se acabó. Creo que en el tiempo que he estado intentando aprender de ese curandero como tu dices, he entablado una relación con él y mis otros compañeros que creo jamás se dio entre tu y yo, o tomas lo que te ofrezco ahora o me olvidas para siempre. – El muchacho aún rodeado de aquella aura y de aquel poder se giró lentamente y comenzó a andar, se arriesgaba a que su hermano lo convirtiese en una de sus estatuas vivientes pero ya estaba cansado de desprecios, desplantes, humillaciones y de ver aquel odio reflejado en aquellos ojos que años atrás le habían mirado con amor y dulzura.

- Bueno, pensándolo fríamente puede que esta nueva faceta en la vida de mi hermanito se ajuste mejor a mis planes de lo que en un principio pensaba –, murmuró de forma casi inaudible mientras veía a su hermano dirigiéndose a la salida, una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su rostro –, ya vendrás de nuevo a mi suplicante como de costumbre y la próxima vez no seré tan benévolo – gritó para que Six le escuchase.

- La próxima vez que entre aquí será con los pies por delante o para acabar contigo, si es que alguna vez consigo reunir el valor suficiente para desterrar esto que llevo guardado en mi corazón desde hace tanto. – Murmuró débilmente mientras las lágrimas caían de sus ojos y el cansancio empezaba a apoderarse de su cuerpo, desplegar aquello por primera vez al reunir en su interior la rabia que le causaba todo lo que su hermano le decía, estaba agotando de forma rápida su cuerpo, tenía que hacer un esfuerzo para salir de allí cuanto antes.

Una vez fuera corrió con sus últimas fuerzas y al llegar al bosque, a través del que pasaba el sendero, cayó al suelo completamente agotado perdiendo el conocimiento instantes después.

    

 

Yrret no soportaba la tensión, aquella presión que sentía a su alrededor era agotadora, el murmullo de los otros clientes del bar casi no superaba el silencio que había en aquella mesa, llevaba a su boca algunos cuernos de demonio y bebía el hidromiel de forma rápida intentando permanecer allí el menor tiempo posible, estaba a punto de dar el último sorbo cuando…

- ¿Es buena esta posada? – Preguntó Thyeor mirando por el ventanal, es que de pronto se ha vuelto hablador pensó Yrret.

- La mejor de la zona, y no lo digo por ser amigo de las dueñas, es que lo es.

- ¿Eres mago? Siento una gran fuerza mágica en ti. – La pregunta tomó por sorpresa a Yrret e intentó que no se le notase en el rostro pero era tarde.

- Soy médico o lo intento, uso la magia curativa nada más. – Intento ser lo más amable y frío a la vez.

- Ya veo… – aquellos ojos rojos como sangre se fijaron en una joven que entraba en aquel momento, de unos 22 años, con el pelo recogido en una larga trenza atada con una cinta azul, aquellos cabellos rojos resaltaban lo sonrosado de su rostro y aquellos ojos azules; al entrar miró al lugar que ocupaban Yrret y Thyeor, deslumbrándoles con una hermosa sonrisa, la muchacha de delgado cuerpo se acercó a ellos.

- Yrret otra vez has venido a contemplar a mi hermana, cuando te lanzarás de una vez –, dijo mirando a Yrret viendo como este se ponía colorado –, si tu amigo está libre quizás me lo puedas presentar – soltó coquetamente mientras miraba a Thyeor.

- Krista tu tan descarada como siempre, no cambias, no seas así entre tu hermana y yo… bueno ya se verá, por cierto, él no es que sea mi amigo precisamente, es sólo alguien de paso que necesitaba un lugar para sentarse.

- Vamos Yrret que te conozco muy bien, eres capaz de hacerte amigo de un desconocido en menos que canta un gallo.

- Lo siento señorita, apenas hemos hablado, y no estoy interesado en hacer amistades, sólo estoy de paso –, el tono frío y distante y aquella mirada demostraron a Krista que se había precipitado al sacar conclusiones –, si me disculpa – dijo intentando ponerse de pie, dejando su jarra a medio beber.

- Para, para, que no hay un incendio por controlar, no tienes porque irte, esta es Krista la otra propietaria de esta posada, como has podido comprobar es un poco lanzada pero muy buena gente, y ya que estamos con las presentaciones yo soy Yrret. – Dijo mientras se ponía de pie, tendiendo su mano e intentando esbozar una sonrisa.

- Bueno, siendo así, no estoy muy acostumbrado a entablar conversación con aquellos que encuentro en los lugares por los que paso, pero verdaderamente estoy sediento y necesito descansar –, habló sin mirar a ninguno de los dos en particular –, me llamo Thyeor, y como ya he dicho estoy de paso –, su  rostro ni se inmutó, primero miró a la muchacha e inclinó la cabeza a modo de saludo, luego estrechó la mano que Yrret le tendía, apretando como si quisiese saber la fuerza que aquel individuo tenía, Yrret devolvió la presión sin mostrar en su rostro la sorpresa por la fuerza de aquella mano.

- Discúlpame si te he molestado en algo, pero conociendo a este como le conozco pensé… bueno voy a ayudar a mi hermana antes de que no pueda más, si deseas algo de comer solo pídelo. – Se dio la vuelta y se dirigió al fondo del local, hacia una puerta que daba paso a la cocina.

De nuevo el frío rodeó a los dos hombres, Yrret dio el último sorbo y se puso en pie, se despidió de aquel joven con un movimiento de cabeza y se acercó a la barra. Revia se acercó a él unos minutos más tarde.

- ¿Ya te vas?

- Si, he de hacer unas cosas y poner a secar las nuevas plantas que he traído, dime que te debo, e incluye lo de ese tipo que se sentó junto a mi, no sé porque pero tengo la extraña sensación de que vamos a estar más ligados de lo que pueda parecer…

- Vaya, ya estás otra vez, no iras a decirme que le vas a proponer que sea tu aprendiz, aún recuerdo cuando Six llegó… – se interrumpió al ver la cara de Yrret. – ¿Pasa algo?

- No, nada, cosas mías. Haces el favor de decirme cuanto es.

- Dos monedas de plata.

- Bien quédate el cambio por tu simpatía –, dijo mientras dejaba sobre la barra dos monedas de oro y se giraba para marcharse.

- Pero Yrret esto es… – no continuó, él caminaba hacia la puerta mientras se despedía con un gesto de su mano. – Este hombre es incorregible –, suspiró ella mientras guardaba las monedas, luego observando al extraño joven se encaminó hacia él –, deseas algo más…

- Sólo saber a que hora se sirve la comida y cuánto es lo que tengo delante de mí – interrumpió él.

- Bueno eso ya está pagado, Yrret se ha encargado de eso, si deseas comer algo sólo dilo servimos a cualquier hora del día.

- Bien… – dijo mientras veía por el ventanal desaparecer la figura de Yrret entre las personas que andaban en la calle, que persona más extraña, invita a alguien sin apenas conocerla y si sabe sentir el poder mágico debe haber supuesto tras lo que voy, por qué habrá hecho eso, se preguntaba mientras con la mirada perdida continuaba mirando el último lugar en el que le había visto.

  

 

Yrret hizo el camino de regreso a su hogar pensativo, aquel encuentro le había dejado helado y a la vez con una sensación de que no sería ni la primera ni la última vez que se encontrarían. Algo le decía que estaban relacionados por finos e invisibles hilos.

No era muy hábil percibiendo el poder mágico de los demás, pero aún dado su bajo nivel en ese tipo de conocimiento había notado una gran cantidad de poder en aquel hombre, sería otro interesado en la dichosa corona, esto empezaba a molestarle, ahora era capaz de entrar en un estado de paranoia y ver espías y enemigos en cualquier extraño o conocido que de pronto se le pusiese en frente.

Algo le decía que estuviese en alerta por si se volvían a cruzar sus caminos y a la vez un instinto le decía que no era para tanto, ese instinto era lo que peor solía soportar, veía todo con los ojos del hijo único siempre deseoso de tener una gran familia, le había pasado con sus aprendices todos varios años menores que él, es que los había visto caminando por la calle, solitarios, harapientos sedientos y con hambre y su instinto de hermano mayor, ese instinto que jamás pudo practicar con alguien de su propia sangre, le gritaba que les ayudase. Así había sucedido con Egroj y con Aristo ambos unos viajeros vagabundos que llegaron a la ciudadela en un día de tormenta casi muertos, y él no pudo evitar darles cobijo y trabajo, aunque tiene que reconocer que los dos son buenos aprendices en poco tiempo serán unos buenos doctores o curanderos como les llaman algunos.

La cosa había sido diferente con Six, le había conocido en la posada, en su rostro se reflejaba el miedo, la incertidumbre y como de costumbre él no se pudo rehusar a ofrecerle su ayuda, este era bastante patoso pero algo en él le decía que no era todo lo que potencialmente podía ser, por eso le mantenía a su lado, quería descubrir cual era ese poder o si esa sensación que sentía cada vez que le miraba era cierta.

Pensar que todo con Six fuese una farsa le estaba poniendo de muy mal humor.  La posibilidad de que él pudiese ser el espía que le vigilaba cobraba más vigor según pasaba el tiempo. Eso le pasaba por ser tan confiado con la gente y tan bueno, tenía que endurecerse un poco y dejarse llevar lo justo al lado oscuro para que esas cosas no volviesen a pasar, y ahora con más razón si tenía que hacerse cargo de todo lo que se le avecinaba.        

Llegó a su casa y se encontró con Egroj en la cocina comenzando a preparar la cena o el almuerzo no estaba muy seguro de la hora, aquel encuentro le había dejado un poco descolocado.

- Yrret ya has regresado –, exclamó Egr alegre –, pensaba que Six tenía que ir a recogerte pero al parecer no fue así, él salió ayer y regresó tarde, y esta mañana salió de nuevo muy temprano y todavía no ha regresado.

- Bueno hubo un pequeño cambio en los planes, no pasa nada, le dije que no hacía falta que fuese a buscarme, quería recorrer una nueva zona del páramo en busca de plantas –, mintió rápidamente intentando ocultar la sorpresa por descubrir que él aún no estaba en la casa –, lo que me extraña es que saliese sin avisar.

- A mí no, no es algo como para preocuparse, eso lo suele hacer habitualmente, bueno de cuando en cuando para ser exactos, lo que me tiene inquieto es que siendo casi media tarde no haya regresado aún.

- Cierto, eso es preocupante, y más sabiendo lo tor… bueno ya me entiendes… – dejó la frase sin concluir o estaba ante una prueba clara de quien era el espía o ya no sabía que pensar, estaba a punto de empezar a desconfiar de sus propios sentidos. – Por cierto ¿dónde está Aristo?

- Cuando regresamos del mercado vio que ya habías traído las nuevas plantas y las está organizando, limpiando y colocando en el secadero.

- Ese siempre tan organizado. Bueno me retiro un momento a mi habitación cuando todo esté listo para comer me avisas, por favor, he de revisar unas anotaciones. – Dijo girándose y encaminándose a la habitación.

- Muy bien maestro.

Aquello que otras veces le parecía de lo más normal esta vez le sonó de forma diferente, maestro, maestro de qué. Continuó, tenía que pensar la forma en que se escabulliría para ir al páramo de nuevo sin llamar la atención, sin que nadie se diese cuenta de nada.

Podía fingir una urgencia, algún enfermo en otro lugar alejado que le llevase unos cuantos días el ir, hacer su trabajo y regresar, pero el problema era que no sabía como hacer para que sus ayudantes no se diesen cuenta que todo era un engaño, si no llegaba nadie para dejar la noticia o el encargo. Al entrar en su habitación vio una nota sobre la cama, le pareció bastante extraño ya que ninguno de los otros entraba en la habitación, sabían mantener las distancias. Se acercó y la leyó.

 

 Bueno, sé que estarás pensando en como deshacerte de tus, digámoslo así, molestos acompañantes, para lo que tu y yo sabemos, eso se puede arreglar de forma sencilla, enviaré a mi hija mañana portando un encargo para salir a atender a varios enfermos lejos de aquí, al condado de Drache, hay rumores de una enfermedad o dolencia rara que está afectando a algunos ciudadanos, eso debería bastar para que puedas aprender lo que necesitas, o más; incluso, si hay tiempo, podrías visitar realmente la zona.

                                                                                                  Aceo Ziad.

 

El endemoniado viejo se había adelantado, bueno de todas formas le vendría bien esa ayudita y ya de paso no estaría mal conocer a la que se supone nació en el mismo instante que él y que es su futura esposa, sacudió la cabeza, esa idea le causó un estremecimiento, eso de futura habría que verlo, no estaba dispuesto a casarse con alguien que le hubiesen impuesto, vamos eso ya ni se pensaba como para él ir y hacer lo que su padre le… que no, el ya le tenía el ojo puesto a una buena moza, Revia formaba parte de algunos de sus sueños desde hacía mucho, claro todavía tenía que lanzarse y proponerle salir, pero era verla y quedarse sin palabras. Aquellos cabellos como el fuego y aquellos ojos en los que le gustaba quedarse perdido. Le gustaría verla con un vestido, ya que siempre lleva pantalón y camisa la que suele ser algo provocativa en muchas ocasiones dejando ver el nacimiento de aquellos senos o algo más si se inclina. Solo de recordar las veces que había visto esa situación frente a sus ojos, se le ponía el rostro al rojo. Dejó de pensar en la propietaria de la posada y se centró en lo que debería preparar para los días que supuestamente estaría fuera.

 

 

Una joven hermosa mantenía una fuerte discusión con su padre. Este le había comentado algo y ella se negaba rotundamente a hacer lo que se le pedía.

- Padre como se te ocurre meterme en una encerrona como esa, solo quieres que se cumpla la promesa que hiciste a tu amigo el día de mi nacimiento… pues puedes ir olvidándote de eso, jamás me casaré. Prefiero vivir sola que atada a un calzonazos… – la voz alterada, los gritos fuertes, estaba dejando salir todo el genio que tenía.

- Aetna, eres igual de impulsiva y cabezota que tu madre y eso era lo que me volvía loco de ella. Sólo te pido que lleves una nota a su casa, para que pueda tener la excusa perfecta para salir de ella sin que los demás sospechen.

- Pues si tanto te interesa que ese imbécil se convierta en un gran maestro llévasela tú, yo no tengo porque estar metida en tus juegos de magia –, y  mientras decía eso, con su mano derecha señalaba una pila de ropa que se alzaba sola y se introducía en un barreño lleno de agua jabonosa –, sabes que no uso la magia.

- ¿Cómo? ¿Y se puede saber qué es lo que haces ahora mismo? – dijo mientras señalaba la ropa sumergiéndose en el agua.

- ¡Ups! Vale, sí que la uso, me has enseñado muy bien, pero no estoy interesada en nada de lo que ya me has contado cientos de veces, y menos en conocer al famoso hijo del eclipse, bastante he tenido yo con ser la hija del eclipse como para que ahora nos vean juntos entonces se desata el Apocalipsis entre…

- Ya está bien Aetna –, el tono severo y el rostro firme –, nadie te está diciendo que te vayas a casar con él, descubrimos que no es necesario un enlace entre los nacidos bajo el eclipse, es suficiente con que trabajen juntos o se conozcan cuando los poderes de ambos se encuentren en su estado máximo, los tuyos están a punto de llegar a ese punto y los de él, que aún no han despertado ni mostrado de ninguna forma, si entra en el plano de la guardiana lo estarán en poco tiempo. Con respecto a la magia tu tendrás que sustituirme a mi, en poco tiempo serás una gran maestra o si lo prefieres hechicera –, el tono de voz se había dulcificado un poco, no le gustaba hablarle a su hija de esa forma pero era muy cerrada a tener que seguir un camino marcado por otro que no fuese ella –, no es tanto pedir, es sólo por un tiempo, cuando todo se haya resuelto puedes regresar a la normalidad.

- Sí, sí… siempre dices lo mismo, pero es que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer y cómo o cuándo tengo que hacerlo, ya soy mayorcita para poder elegir. Y el colmo es saber que desde el mismo momento de mi nacimiento ya estaba prometida con alguien que ni siquiera has tenido la decencia de presentarme, vamos que eso hace que mi sangre se altere.

- Pues ya sabes que no tienes que casarte con él, pero espero que tampoco te quedes sola para siempre, no he visto que salgas con nadie o…

- Vamos tu sigue echando leña al fuego –, exclamó irritada –, no, ninguno de los inmaduros que conozco de la zona me agradan, todos babean nada mas verme, como si fuese un pedazo de carne, nunca miran el interior sino mis atributos, para estar con un sobón baboso prefiero… bueno ya me entiendes no me hagas hablar de eso que me da reparo.

- Sí, entiendo a donde quieres llegar, sólo quiero tu felicidad. Y por favor entrégale esta nota mañana, puedes ir oculta por la invisibilidad para que nadie te vea. Hazlo por tu anciano padre y los dioses te recompensarán como es debido –, dijo con el tono de voz más zalamero que pudo y con los ojos suplicantes.

- Está bien, la llevaré, pero no prometo nada más, no esperes que caiga siempre en tus súplicas y vete olvidándote de que forme parte de esa nueva dichosa orden de los…

- Niña ese vocabulario. – Atajó él antes que ella terminase.

Ella hizo un gesto y se marchó. Su niña se había convertido en una hermosa mujer de veinticinco años, el pelo largo hasta la cintura plateado como la luna llena, unos ojos grandes y de un verde agua, que hipnotizaban a cualquiera. El rostro bien cuidado con la tez ni muy bronceada ni pálida sino en un término medio. Era una mujer alta y delgada con fuertes piernas torneadas, una cintura de avispa y unos senos que eran la envidia de muchas de las conocidas de la familia. En ese momento llevaba una falda hasta la rodilla y una blusa ambas de un azul cielo. Iba descalza, siempre le gustaba andar por la casa de esa forma, decía que era la única manera de estar en contacto con la naturaleza.

Se dio la discusión por finalizada, al final no sabía muy bien cómo había conseguido que le hiciese aquel favor, siempre tuvo la esperanza de que cuando ellos dos se conociesen… deseaba saber como sería ese encuentro, deseaba que ella fuese una gran hechicera, pero ella lo tomaba todo de una forma que él se sentía un poco, no sabía cómo definirlo, triste, quizás sería la palabra más adecuada. Los hijos de los otros antiguos miembros eran reconocidos en varios lugares por sus dotes y trabajos, pero su hija aunque era posible que fuese mucho mejor que muchos de aquellos arrogantes se había mantenido alejada del mundo de las magia, en el sentido público, ya que en lo personal había aprendido casi todo, incluso era afín a dos elementos solo posible en contados casos ya que eran contrarios, agua y fuego, algo que iba muy bien con su forma de ser, temperamental y cariñosa.

Aceo suspiró y preparó una pequeña nota para que todo fuese más creíble, luego preparó en una mochila varias cosas que pensó serían necesarias para su estancia cuidando del cuerpo de Yrret.

 

 

Estaban cenando, Yrret ya había dejado una mochila preparada con cosas necesarias para hacer las posibles curas o preparar tratamientos, era la forma de que su excusa fuese más firme y creíble, salir sin llevar nada levantaría sospechas hasta en el más ignorante.

Todos estaban en silencio, nadie quería nombrar la falta de Six, las miradas dejaban ver la preocupación y a la vez algo de desconfianza sobre todo en el rostro de Yrret.

Ya casi oscurecía y no había señales de aquel torpe joven de 23 años, Yrret cada vez estaba más seguro que era un espía, los otros estaban preocupados por el que pensaban era su compañero.

Un sonido seco sonó ante la puerta principal, como de un cuerpo al desplomarse. Todos se quedaron atentos escuchando si se volvía a oír algo, solo podían escuchar el leve sonido de una respiración agitada y cansada. Yrret se levantó y se dirigió a la entrada, debía comprobar que había sido aquello que se había desplomado en la puerta de su domicilio.

Al abrir se encontró con Six exhausto de rodillas intentando incorporarse para alcanzar el picaporte de la puerta, se le veía completamente agotado, las ropas un poco rasgadas y llenas de polvo y tierra, el rostro arañado y en uno de sus brazos un corte sangrante, Yrret no salía de su asombro que demonios le había pasado.

- Six – exclamó sorprendido – que demonios… Egr ven rápido, llevémosle a su habitación, Aris trae agua templada, unas vendas y la cataplasma contra infecciones, este corte no me gusta mucho, y trae un revitalizante también, está muy agotado. – Yrret dio las ordenes rápidamente sabía como actuar casi por instinto.

- Pero que demonios le ha pasado.

Ambos llevaron a aquel cuerpo agotado a la habitación, Yrret le tendió sobre la cama y le despojó en cuestión de segundos de las ropas. Cuando Aristo llegó con lo que le había pedido limpió el corte, le untó la cataplasma y le vendó. Luego le limpió el resto del cuerpo, tenía algunos moratones y rasguños sin importancia, parecía que le habían dado una golpiza o en uno de sus momentos de torpeza se había caído por alguna ladera.

Murmuraba algo pero era casi inaudible. Yrret le hizo tragar un par de sorbos del revitalizante y luego comenzó a curar con la magia todos los rasguños, el corte lo dejaría para el final primero debía dejar que el ungüento hiciese su función de desinfección.

Un aura azul recubrió sus manos, cuando comenzó a pasarla por el cuerpo de su aprendiz.

Indicó a los otros dos que podían retirarse y él se quedó vigilante, a pesar de que por su cabeza pasaba una y otra vez, que lo más probable era que aquel que se encontraba ante él, indefenso y tendido sobre aquella cama era parte de sus enemigos, no podía evitar sentir un fuerte sentimiento de socorrerle, de ayudarle, no podía evitar sentirse responsable de aquel ser que durante los últimos cuatro años, había sido su aprendiz y que casi consideraba como un hermano.

No le sacaba el ojo de encima, tras poco más de una hora Six se sentó en la cama de golpe como si despertase de una pesadilla a la vez que gritaba:

- Hermano por qué me odias tanto… – en sus ojos se reflejó la sorpresa al encontrarse cara a cara con Yrret –,…maestro ¿qué pasa?  

- Eso debería preguntarlo yo, has estado fuera todo el día, anoche al parecer te comportaste de forma extraña y llegas en un estado lamentable. – Dijo con tono de reproche.

- Lo… lo… lo siento, tenía que hacer unas cosas y de regreso…

- Sí, no me digas, y por cierto entre esas cosas estaba dar un informe de mis movimientos –, Yrret  no pudo contenerse y se lo dijo abiertamente. Six se sorprendió e inclinó la cabeza, no podía mirarle a la cara.

-  Bu… bueno…

- Habla de una vez, me he enterado de que alguien me vigila y el mismo día que me entero de eso tú desapareces y te comportas de una forma… extraña, qué quieres que piense…

- Lo siento, no estoy en condiciones de negar nada, pero tampoco quisiera descubrir a la persona que me mandó hacerlo… puedes hacer lo que quieras, de todas formas ya no…

- No importa lo que haya pasado, no te voy hacer nada, tampoco voy hacer que te vayas de aquí, solo quiero una cosa –, le miró fijamente y al ver que mantenía la cabeza gacha, le tomó de la barbilla y le obligó a alzar la mirada hasta que sus ojos estuvieron frente a frente –, sólo quiero que me prometas que nunca más volverás a espiarme, de lo contrario yo mismo me encargaré de ti, y créeme no querrás que eso pase. – La mirada de Yrret era dura dejando ver un aspecto suyo que nadie conocía.

- Yrret… yo…– no pudo continuar, un torrente de lágrimas comenzó a salir de sus ojos.

- Descansa, ya lo hablaremos con más calma mañana… – se levantó y se encaminó a la puerta.

- No, no te vayas… yo… yo…– inspiró profundo, se llevó las manos a su cara y se cubrió el rostro con ellas por unos segundos, luego miró a Yrret y prosiguió hablando esta vez un poco más calmado –, yo he estado vigilándote desde que llegue aquí, mi hermano me obligó en cierta forma, siempre pude haberme negado, pero le tengo demasiado temor… ya no sé lo que siento por él, ha cambiado tanto… – hizo una nueva pausa, como intentando ordenar todo de nuevo –, él es un gran mago pero se ha obsesionado con encontrar…

- La corona de los sueños, ¿no?, eso quiere decir que tu hermano es Leafer el dirigente de la orden de las Tinieblas –, le interrumpió Yrret mirando incrédulo a Six. No sabía porque esa idea se había formado en su mente así como si nada.

- No sé si es el dirigente de nada o si es un completo desquiciado, lo que si sé es que lleva mucho tiempo empeñado en conseguir esa corona, después que padre no lo consiguió, se olvidó de todo lo demás. Desde muy joven se encargó de ver como padre hacía todo, para él encargarse después y así lo ha hecho, y no veas como se tomó el que yo fuese afín al elemento aire y él no pueda dominar ningún elemento.

- Bueno no tienes porque contarme nada de eso, no quiero forzarte a que pongas tu vida en peligro.

- No lo haces, de eso ya me encargué yo esta mañana, tuve un encuentro con él, y lo que me dijo fue tan hiriente tan… humillante que… bueno, despertó el poder latente en mi, despertó el viento que siempre ha dormido en mi interior, al ver esto, sé que pensó en la forma de usar eso en su propio beneficio y al negarme he firmado mi condena… – la voz se quebró y no pudo continuar.

- Descansa y no pienses más en ello, ya buscaremos la forma de que no te pase nada –, de nuevo su sentimiento de hermano mayor empezaba a actuar, un problema más a los que últimamente se estaban uniendo a su alrededor, ya parecía un imán.

Le puso la mano en la frente y con un simple toque hizo que se quedase profundamente dormido. Le miró el corte del brazo e hizo que desapareciese con solo poner su mano sobre el, luego le cubrió con una sábana y dejó que descansase tranquilamente. Tendría que ir resolviendo problemas poco a poco.

Yrret se aseó un poco y se recostó en su cama. Tener a aquel chico a su lado era una espada de doble filo. Se le notaba triste, casi se podría decir que arrepentido de espiar, pero quien le decía que no acudiría veloz a la llamada de la sangre. De momento le mantendría a su lado, había que aplicar eso de mantén cerca de tus amigos y mucho más a tus enemigos. Quizás esto fuese un pequeño revés en los planes del enemigo o una pieza fundamental ya se vería, de momento sus planes parecía que no cambiaban, lo prioritario era hacerse con su conocimiento mágico, todo aquel que le fuese posible, y claro está aprender a usarlo adecuadamente, de que le valdría saber mucho si no  lo sabía usar como era debido. Lo siguiente sería despertar el elemento que le fuese afín, no tenía idea de cuál podría ser, nunca, en toda su vida, había sentido nada que le pudiese indicar algo sobre ello.

A continuación debería plantearse comenzar a reunir la nueva orden de los Dragones Infinitos, si es que le aceptaban, todavía no había terminado de asimilar que él, fuese realmente “el hijo del Eclipse”, como le había llamado la guardiana.

Que le esperaría en los días siguientes aún no lo sabía, pero estaba dispuesto a enfrentarse a todo aquello que se pusiese en su camino, grande o pequeño, fuese lo que fuese, tendría que ir solucionando o sorteando los diferentes obstáculos que se fuesen presentando, estaba decidido más que nunca.

El sueño empezó a vencerle, pero una imagen pasó por su mente en ese momento en el que el subconsciente empieza a dominar, esa imagen fue el rostro de aquel joven de ojos rojos que había conocido en la posada, algo le decía que en algún momento, cercano o lejano, sus caminos volverían a cruzarse y que lo más probable es que tendrían que trabajar juntos.

 

Justo en el mismo momento que Yrret se estaba quedando dormido, en una habitación de la posada Thyeor tenía en su mente el rostro del que tendría que seguir si quería encontrar la forma de traer de entre los muertos a su amada Anastasia. Lo extraño es que no paraba de darle vueltas a la sensación de que tendrían que trabajar juntos en algún momento.

- Querida creo que cada vez estoy más cerca –, murmuró mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro, cerrando los ojos y quedándose dormido.

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