Tras varios siglos después de su desaparición, sus reliquias
vuelven a causar intriga, envidias, codicia y sueños de grandeza, tras ser
descubiertas después de años de investigaciones.
La desaparición de uno de estos objetos y el nacimiento de
Los Hijos del Eclipse pone en marcha el caótico engranaje que llevará a los
protagonistas a desenlaces inesperados; odio, amor y amistad se mezclaran por
diferentes caminos.
Un mundo medieval en el que la paz se consigue por medio de
la espada y la magia, y donde los dioses son caprichosos sean de la oscuridad o
de la luz, solo buscando su permanencia y no ser olvidados.
Prólogo
El
descubrimiento
Transcurría un cálido día, los rayos del sol
inundaban las ruinas del templo. Un templo Numit, uno de los muchos que
acogieron a la ahora olvidada y casi desconocida orden numitiana. Las ruinas se
encontraban rodeadas por un bosquecillo de árboles de cristal, abedules,
acacias y un sinfín de arbustos y plantas trepadoras.
El gran edificio,
que ya no se encontraba bajo la protección de la magia que algún día le
rodeaba, empezaba a ser invadido por las plantas trepadoras y las hierbas; aunque
todavía podían observarse las líneas arquitectónicas de la bella construcción, quizás,
el esplendor que se rumoreaba había tenido la construcción, ya hubiese
desaparecido por los efectos del tiempo, la lluvia y el aire.
En su interior
explorándolo, quizás en busca de algo insólito o de algo que no hubiese sido
espoliado por los saqueadores, se encontraba un hombre que rebuscaba por
doquier, en apariencia sin resultado alguno.
Un hombre alto y
de complexión fuerte, cualquiera que le viese se pensaría dos veces enfrentarse
abiertamente a él. Aparentaba rondar los cuarenta aunque la piel de su faz
estaba tersa y bien cuidada. Un bigote y una perilla muy bien arreglados adornaban
su rostro; el pelo, largo y recogido en una cola que caía sobre sus hombros,
era dorado como el oro. Sus penetrantes ojos azules no perdían detalle de nada
que le rodease.
Vestía un
pantalón negro ceñido, marcando sus músculos, una holgada camisa blanca cubría
su fornido torso. En la espalda bordado en negro y oro había un extraño
símbolo, dos dragones enfrentados sostenían en sus garras delanteras un círculo
con el infinito (∞) suspendido en su interior. En el bolsillo de la camisa
había bordada una luna roja.
No muy lejos,
bajo la sombra de un árbol, se encontraba una mujer muy hermosa. Su blanca piel
contrastaba con sus negros ojos y su plateado cabello, el cual caía en tirabuzones
hasta llegar a la altura de la cintura. Su figura delicada como la más preciada
porcelana, estaba cubierta por un vestido largo de seda y tul de un azul
celeste, que dejaba entrever las curvas de aquella mujer. Junto a ella un bebé
de poco más de un año jugueteaba tumbado en la hierba. El rostro de la mujer
mostraba el cansancio.
- Jan, esto es
inútil –. Dijo ella poniéndose en pie y avanzando unos pasos para que el hombre
pudiese oírla sin tener que alzar la voz –. Llevas horas aquí y no has encontrado
nada… – hizo una leve pausa para mirar a
su esposo –, ni siquiera una simple estatua o un cáliz – suspiró –, el niño
está cansado y yo también, vayámonos –, dijo en tono suplicante –, querido,
creo que no vas a encontrar nada de nada.
- No seas
impaciente, todos los datos que he podido recoger en mis investigaciones y
viajes visitando las otras ruinas, indican que tiene que estar aquí –. Replicó
él mientras la miraba y le brindaba una luminosa sonrisa.
- Es tanto el
entusiasmo y el deseo que te invade, que no ves más allá de lo que es evidente –.
Dijo ella con reproche y un pequeño deje de ira se dibujaba en su voz –. Aquí
no hay más que muros, piedras, madera y
plantas, pero no vas a encontrar ninguna puerta secreta y mucho menos una
biblioteca, todo está semiderruido o lo estará pronto. Déjalo ya, por favor.
- Sí querida, sí,
como quieras Selin, pero ya que estamos aquí, terminaré lo que me falta no me
llevará más de diez o quince minutos.
- De acuerdo,
pero date un poco más de prisa, estoy agotada.
Él no respondió,
continuó enfrascado en su búsqueda. Mientras ella regresada de nuevo al lado
del bebé que continuaba jugando con un pequeño ramillete de plumas de colores.
Unos minutos
después de haberse sentado junto al pequeño y mirándolo como si fuese la
primera vez que le veía, escuchó un fuerte ruido que provenía de donde hacía
escasos minutos estaba su marido, como si algo hubiese cedido y se hubiese hundido o
peor aún como si uno de aquellos muros se hubiese venido abajo.
Se levantó con
el rostro cruzado por el temor y tomando al niño en brazos se encaminó al lugar
del que provenía el ruido. Mientras se acercaba podía ver como salía una
pequeña torre de polvo de un gran hueco. Algo había cedido bajo los píes de Jan
y se lo había tragado. La desesperación y el miedo se apoderaron de la mujer
que empezó a gritar el nombre de su esposo con la voz entrecortada.
- ¡JAN!, Jan,
te… te encuentras… bien –. Cuando llegó al borde del hueco apenas si podía
distinguir la silueta de Jan tocándose la cabeza y comprobando que no tenía
nada roto –. Contesta Jan, ¿te encuentras bien?
- Eso dolió –,
dijo con voz tenue –, cariño siento haberte asustado pero creo que estoy bien –.
Se puso de píe y sacudió el polvo de sus ropas –. Creo que esto es lo que llevo
tanto tiempo buscando y alguien de por aquí decía que no había nada.
- Está bien,
admito que me equivoqué, pero lo más importante es cómo demonios vas a salir de
ahí.
- Siempre te
olvidas que eso no es problema para mí, para algo soy Gran Maestre; pero antes
de salir quiero echar un vistazo –. Sabía que su mujer iba a enfadarse pero
después de tanto tiempo buscando, que menos que una mirada rápida –. ¡Luz! –
Exclamó, y de inmediato una ráfaga de aire recorrió toda la estancia, a su paso
se iban encendiendo los cientos de antorchas y velas que había en el lugar –.
¡Por los dioses! Esto es enorme, deberías ver esto Selin, es la biblioteca más
grande que jamás he visto.
Ella no
respondió, simplemente movió la cabeza en señal de asentimiento y suspiró entre
aliviada y ofuscada; sabía que por mucho que le dijese, él estaba en otro mundo
ahora mismo. Al fin había encontrado lo que había sido su sueño desde que ella
lo había conocido.
Su marido era un
gran mago, considerado el mejor de todo el continente y uno de los diez mejores
del mundo conocido, pero siempre había deseado descubrir los secretos, que el
pueblo Numit y más en concreto su orden de magos, habían ocultado tras su
misteriosa desaparición. Por ello se había convertido en un experto arqueólogo,
había reunido información de todos aquellos lugares que estaban relacionados
con esa orden, La Orden
de los Dragones Infinitos, había coleccionado cada artefacto, cada libro, todo
lo que había encontrado, pero nada le desvelaba el secreto mejor guardado, la
ubicación de la gran biblioteca.
En su último
viaje había encontrado un pequeño grabado en el que se hacía mención a este
templo, un lugar recóndito cercano a las montañas que dividían el continente de
Horn en dos. La cordillera, que en algunos puntos alcanzaba los ocho mil metros
de altitud, era denominada La
Cordillera del Olvido.
Las ruinas
estaban localizadas a unos pocos miles de metros de un pequeño pueblo llamado
Celes, prácticamente todos sus habitantes desconocían la existencia de ese
lugar, sólo los más ancianos recordaban algo al respecto pero no con mucha
seguridad, ya que el lugar estaba lo suficientemente alejado de las rutas de comunicación
o de las zonas de pastoreo. Este hecho había alegrado a Jan ya que podía
investigar todo lo que quisiese sin estar preocupado de interrupciones por
parte de curiosos, y si encontraba algo podría trasladarlo sin que nadie se
enterase.
La ubicación de
aquel templo era perfecta para guardar algo sin que fuese fácilmente encontrado,
estaba en un pequeño valle rodeado de montañas de roca caliza. El camino de
entrada describía una suave pendiente desde el valle en el que se encontraba el
poblado de Celes y que culminaba en una colina, el punto más bajo de aquellas lomas y montañas que rodeaban el
valle. Desde la colina hasta el templo el camino zigzagueaba atravesando el
bosque y el pequeño prado que conformaban el paisaje de la zona.
Una vez
iluminada la gran sala, pudo ver un espectáculo increíble, en perfecto orden se
distribuían por la estancia cientos de estanterías repletas de libros y
objetos. En una parte había varias mesas sobre las que se encontraban varios
artefactos, algunos cofres y pequeñas cajas de madera. Algunos de estos objetos
desprendían un halo de luz dando a indicar que eran mágicos o que estaban
protegidos por algún hechizo.
En un grupo de
mesas se encontraban todo tipo de utensilios de laboratorio, pipetas, vasos,
destiladores, etc., junto a ellas un anaquel lleno de frascos etiquetados.
Al fondo del
todo en la pared se encontraban varias vitrinas que guardaban con celo objetos
preciosos, pero de todos ellos el que llamó la atención de Jan fue una hermosa
corona de oro y plata con algunas piedras incrustadas aunque no se podían
identificar bien, esta desprendía un extraño fulgor azulado.
En sus estudios
había descubierto que los Numit eran una antigua estirpe de magos que dominaban
varias artes diferentes, desde la magia hasta la medicina. En su época fueron
considerados casi como dioses por los habitantes del reino de Horn del Sur y
odiados por un grupo que buscaba su destrucción por todos los medios posibles.
Los Numit
dedicaron su tiempo a la investigación, a la mejora de la medicina y a la
ampliación de los conocimientos mágicos; en su mayoría la orden estaba formada
por Grandes Maestros y Maestros en artes mágicas, sólo de cuando en cuando
aceptaban nuevos aprendices y sólo si estos presentaban aptitudes apropiadas
para dominar todo aquello que se exigía de ellos; puede que esta fuese una de
las causas de su desaparición, aunque la verdadera causa nunca se ha
descubierto.
Como resultado de
su trabajo consiguieron reunir una enorme biblioteca y un gran número de
objetos, donde se mostraban sus descubrimientos, sus secretos, su sabiduría. Se
sabía que fueron capaces de encontrar plantas que sustituyesen a las extintas
para elaborar ungüentos y medicinas, y encontraron sustitutos o crearon nuevos
artefactos para sustituir a los estropeados, eran unos verdaderos genios en
cualquier ciencia que se decidiesen a investigar y ejercer.
Todo lo que Jan
de Blanshaph tenía ante sus ojos llevaba allí oculto siglos, tenía que estar
orgulloso de su perseverancia, tanto tiempo de estudio y viajes por fin habían
dado su fruto, claro que pagando un precio alto, se había distanciado mucho de
su familia, su hijo Yram casi no le reconocía y estaba por cumplir los dos años,
si un niño a esa edad no sentía el cariño de sus padres acabaría mal.
Jan sacudió su
cabeza volvió a la realidad, sabía que su esposa y su hijo le esperaban fuera
preocupados por si le había pasado algo; así que se encaminó hacia el lugar por
el que había caído, no sin antes volver a mirar aquella corona que sin duda era
la de los escritos, la Corona
de los Sueños, la obra maestra de los Numit y a la vez la más peligrosa de
todas sus creaciones. Era un objeto que poseía un poder inimaginable, aquel que
la poseyese sería capaz de dominar a todo ser viviente, de conseguir hasta el
más nimio de los deseos, si estaba en lo cierto, y por las descripciones que
había encontrado en algún que otro escrito no parecía estar equivocado, aquel
bello objeto debía ser estudiado y guardado bajo siete llaves.
Llegó al lugar
por el que había caído y semioculto tras los escombros que se habían
desprendido del techo al caer y las cajas rotas por estos, se podía apreciar el
inicio de una escalera. Apartó con cuidado un fragmento de biga y subió
lentamente, al final de la escalinata una loza de mármol gris impedía el paso.
-¡Abrir! – Gritó
alzando su mano derecha hacia la loza, tras unos segundos en los que no se
escuchó nada, un crujido se dejó oír y la loza comenzó a moverse de forma
lenta. Jan sonrió se giró y alzando de nuevo su brazo derecho exclamó ¡Oscuridad!,
y de inmediato una ráfaga de aire recorrió la estancia apagando todas las luces
que titilaban por todo el lugar.
- Jan ¿estás
bien? – Preguntó Selin un poco preocupada, su esposo aún estaba cubierto por el
polvo que se produjo al caer.
- Sí, no ha
pasado nada –, la alegría se reflejaba en su rostro –, ha merecido la pena la
espera y el esfuerzo, deberías verlo todo está como lo dejaron, algo más sucio,
eso sí, es increíble.
- Ya estarás
contento, lo has conseguido. Ahora podrás descansar un poco y dedicarle tiempo
a tu familia –, el tono alterado, no le gustaba reprocharle cosas a su marido
pero era demasiado el ensimismamiento que tenía con toda esta historia, sabía
que era un Gran Maestro el único que había en la actualidad, pero ella prefería
las artes curativas, y la medicina llevaban menos estudio, por lo menos esa era
su opinión –, parece que no te interesamos en lo más mínimo –. Suspiró con
tristeza.
- Es cierto, lo
reconozco, os he tenido un poco de lado, por no decir mucho, he estado
demasiado metido en esto, por ahora vámonos, ya lo discutiremos mañana. Pero
antes... ¡Ocultar! – Gritó, girándose hacia el lugar por el que había caído. De
inmediato el hueco desapareció, como si nunca hubiese estado allí, y la loza
que sellaba la entrada comenzaba a cerrarse de nuevo por si sola sin necesidad
de usar ningún hechizo.
Alejándose del
ruinoso templo pero sin poder olvidar todo lo que en el había visto, pensaba de
forma superflua en las recriminaciones de su esposa, que tenía toda la razón
del mundo, él sabía que su gran defecto era el de enfrascarse mucho en su
trabajo, en sus investigaciones y olvidarse de todo, su hijo había sido el
fruto de un encuentro fortuito en uno de sus descansos, no es que no lo
quisiese, siempre le habían gustado los críos y su sueño era estar rodeado de
niños, de que le llamasen abuelo y de que sus hijos fuesen grandes magos o
especialistas médicos, pero a este paso nunca se vería rodeado de tantos hijos
y nietos como había soñado. Bueno lo importante es que tenía su bien más
preciado después de la magia, tenía una familia que le quería y que él adoraba
aunque le costase demostrarlo.
Camina cabizbajo
y en silencio, pensando en todo lo que ha pasado en los últimos meses, en los
cuales había estado aún más alejado de ellos. Por lo general no tiene miedo a
hablar con su esposa y expresarle sus sentimientos, pero no sabía el por qué, o
quizás si que lo sabía, en ese momento tenía un pánico incalculable, estaba
aterrado. Sabía perfectamente que no podía dejar pasar la oportunidad de
estudiar todo aquello, de descubrir o por lo menos intentarlo todos o parte de
los secretos que allí se ocultaban; por el contrario su corazón gritaba por
estar junto a aquel niño y su madre, llevaba casi seis meses sin verlos, el que
llevasen unos días con él no quitaba el que necesitase tenerlos cerca, de
recompensar el tiempo de ausencia.
Aunque ella no
lo comprendiese y tuviese toda la razón del mundo de su lado, él no podía
quitarse aquello de la cabeza, había pasado mucho tiempo tras aquello que allí
se ocultaba, y no sólo el tiempo sino también las penalidades, sufrimientos y
fatigas. Todo merecía la pena después de haberlo visto, o tal vez no, ya no
estaba seguro, lo había encontrado, sentía sus hombros más ligeros, pero ahora
era otra la carga que se cernía sobre él, la intranquilidad se estaba
apoderando de su mente. Selin lo notó poco después de salir del templo y como
le conocía mejor de lo que él creía supo de inmediato que era lo que pasaba.
- Sabes, después
de recibir tu carta en la que decías que venías a este pueblo me decidí a venir
a ver a mis parientes –, dijo con la voz cansada, la mirada perdida en algún
punto del camino y una lágrima que se escapaba de sus ojos –, tenía la
esperanza de que aquí tampoco encontrases nada y de esa forma pasases un tiempo
con nosotros, pero… – Selin prorrumpe
en sollozos y corre con el niño en brazos.
- ¡Selin, no
corras! Espera, por favor. Está anocheciendo podrías caer y haceros daño. ¡¡
Por los dioses que no les pase nada!!
Jan corre tras
su esposa sintiéndose culpable. Ya estaba decidido les dedicaría tiempo a
partir de ahora si todo aquello había estado allí por tanto tiempo no pasaba
nada si esperaba un poco más, con ocultar la entrada sería más que suficiente. Además,
si lo pensaba fríamente, no estaba solo tenía algunos amigos que le habían ayudado
en algunas de sus investigaciones y que les podía pedir se reuniesen para no
cargar él solo con todo. La orden de los
Dragones tendría que reunirse de nuevo y volver a trabajar unida, no por
separado.
El tupido manto
de la noche comenzaba a cubrirlo todo. Jan temía que algo pudiese pasarle a su
esposa e hijo si ella seguía corriendo por aquel camino casi oculto en su
totalidad por las hierbas y matorrales.
- Selin para de
una maldita vez –, gritó enojado –, no me obligues a usar la magia contigo,
sabes que soy capaz. Selin maldita sea… – Con la cara cruzada por una mueca de
rabia, alzó su mano y mirándola fijamente gritó – ¡Detente! – Selin se quedó
paralizada al oír la voz de su marido. Este apretó el paso para llegar a la
altura de ella.
Cuando ella
salió del influjo del hechizo, se topó con su marido enfrente, que la miraba
con el rostro severo y lleno de rabia. Ella como toda respuesta le propinó una
sonora bofetada que dejó a Jan perplejo por el asombro. Atónito por esa
reacción en su mujer, sabía que a ella no le gustaba demasiado la magia y menos
que la usasen sobre ella o su hijo, aunque no esperaba que reaccionase así. No quiso
decir nada por el momento, solo la miró a los ojos, viendo en ellos una mezcla
de furia, miedo y desesperación. Cogió al niño de los brazos de su mujer y
salió caminando delante de ella.
- Jan lo siento,
pero sabes que detesto que uses la magia conmigo, me saca de mis casillas –. Su
voz sonaba apenada –. Siempre has estado más pendiente de tus estudios,
investigaciones y tu magia que de nosotros, nuestros amigos ya tienen como
mínimo tres hijos y nosotros uno y de pura casualidad. Te podrías olvidar por
una vez de todo eso y dedicarte a nosotros, creo que no es mucho pedir –. Su
voz estaba a punto de quebrarse por la tristeza.
- Ya lo sé, lo sé muy bien, tienes razón, he sido muy
egoísta –, dijo con tono de culpabilidad y agachando la cabeza mientras abrazaba
fuertemente a su hijo –, así que ya que lo he encontrado he decidido descansar
un tiempo, si ha estado ahí por tantos años, no creo que ahora vaya a
desaparecer, y sabes qué, creo que es un buen momento para que la orden se reúna
de nuevo y empiece a trabajar y no
cargar yo con todo.
- Es en serio…
lo dices de verdad –. Exclamó ella con
alegría y a la vez con un toque de desesperación –. Es
magnífico, tu hijo apenas si te reconoce, así podrás jugar con él y enseñarle
algo.
- Oye, oye no
crees que es algo pequeño aún para enseñarle magia.
- Yo no hablaba
de eso precisamente, pero… – Reprochó algo enojada, pero dibujó una sonrisa al
ver como su hijo estaba dormido en brazos de su padre y con su manita aferraba
aquel amuleto que Jan siempre llevaba puesto, y la cara de su esposo mientras
le miraba… aquella imagen se quedaría grabada por siempre en su memoria.
- De eso
podremos hablar mañana –. Dijo mientras miraba a su hijo dormido en sus brazos
y una sonrisa se dibujaba en su rostro.
Apurando el paso
se dirigieron a la casa donde se hospedaban. Jan tuvo que usar su hechizo de luz
o no habría forma de ver por donde andaban ya que la noche les había alcanzado
antes de llegar si quiera a mitad del camino. Comieron algo ligero y se
acostaron a descansar.
Los días pasaron
rápidamente y poco a poco se fueron convirtiendo en semanas y estas en meses. Jan
reunió a todos los miembros de la Orden, aunque solo llevó al templo a aquellos
en los que más confiaba, poco a poco se iba organizando y distribuyendo su
tiempo entre sus dos pasiones.
El tiempo que pasó con su familia fue maravilloso, eso era evidente pero
nunca dejó de pensar en aquella enorme biblioteca y en cual sería la mejor
forma de estudiarla y descifrar los enigmas que en ella se encerraban.
El tiempo iba
pasando inexorablemente y el estudio de todo iba dando sus frutos, pero era
necesario trasladar todo aquello, el edificio, cada vez más ruinoso, ya no era
el lugar más adecuado para seguir guardando toda aquella sabiduría y aquellos
tesoros.
Ocho largos años
pasaron antes de que Jan encontrase un lugar adecuado para trasladar todo. La biblioteca fue trasladada poco a poco desde el
lugar en el que había estado hasta el mismo centro del Páramo del Sueño, el
nuevo emplazamiento; en aquel lugar la nueva orden creada por Jan y sus
seguidores tenía su laboratorio y su centro de investigación.
No dejaron nada
al azar, todo se fue trasladando de tal modo que nadie sospechó o supo jamás
que todo se había descubierto o que se hubiese encontrado algo entre los restos
del antiguo edificio.
Los objetos bajo
protección mágica fueron los últimos, ya
que había que encontrar el hechizo exacto que lo liberaba de su protección o podía
destruirse o desaparecer. Por lo general cada objeto tenía un solo hechizo, ya
que era complicado hacer que dos hechizos protectores trabajasen en armonía.
- Llegó el
momento Gran Maestre, vamos a liberar la corona.
- Muy bien,
seguro que es ese el hechizo correcto.
- Sin ninguna
duda.
- Bien, adelante
pues – dijo Jan, la corona era el último objeto que quedaba en la biblioteca de
aquel antiguo templo.
- “Cerrojos del tiempo Abriros, Liberad”– la
luz azulada que rodeaba la vitrina en la que la corona se encontraba comenzó a
parpadear, pero en vez de apagarse empezó a tornarse verde –. No puede ser hay un
segundo hechizo.
- Esto es malo,
no esperábamos que hubiese un segundo hechizo, rápido o la perderemos.
- Luz verde, bien
tengo ese hechizo también. “Llave y
portal uniros, Abrid” – la luz verde reverbera, pero de nuevo hay cambio de
color.
- Esa luz… no
puede ser, eso ya no es protección de cerrojo eso es un hechizo de salto en el espacio,
rápido solo hay un breve momento para lanzar el hechizo antes de que cambie de
lugar, no quiero perder esa corona es demasiado poderosa – dijo Jan con el
rostro cruzado por el miedo y la impotencia.
- Gran Maestre,
no estábamos preparados para esto, tres hechizos trabajando perfectamente en un
mismo objeto, eso… eso es algo inaudito por no decir imposible.
- Pues ya ves
que para los Numit no había nada imposible, o eso parece, esa combinación es
perfecta, la vamos a perder, y si cae en las manos inapropiadas… – la desesperación,
la rabia se marcaron en el rostro de Jan que impotente observaba como la corona
empezaba a desvanecerse.
Si aquella
corona caía en malas manos los desastres más grandes jamás imaginados podían pasar,
y Jan sabía que algunos miembros de la
Orden de las Tinieblas estaban siguiendo todos sus
movimientos para intentar descubrir que era lo que estaba haciendo. El que
reuniese de nuevo a la Orden había levantado sospechas entre los que siempre habían
estado en contra de los Numit, y ahora en su contra también, si se descubría
que la biblioteca existía y que estaba siendo estudiada podría acarrear
consecuencias nefastas para sus compañeros y para el mundo, todo aquel
conocimiento usado con fines malvados, no… no quería ni imaginarse lo que podría
ocurrir.
Había conseguido
ocultar todo lo relacionado con la biblioteca pero si por un casual encontraban
la corona antes que él o siquiera descubrían lo que estaba ocultando…
Se enfrentaba a
una ardua tarea para recuperarla, lo que desaparecía por medio de un hechizo de
salto, si no se sabía cual era exactamente ese hechizo, podía aparecer en
cualquier lugar. El que estuviese vinculado con dos hechizos de protección hacían
la cosa más complicada, ya que no se sabía si eso afectaba al salto o no. Y por
desgracia no esperaban que hubiese tres hechizos, eso demostraba lo importante
y peligrosa que era aquella simple pieza de metal.
Jan se dedicó en
cuerpo y alma a la búsqueda y dividió aún más su tiempo.
Enseñó a su hijo
Yram todo lo que sabía, el niño era brillante y se convirtió en un joven
apuesto y un experto en magia convirtiéndose en Gran Maestre a temprana edad.
Aunque no pudo
verse rodeado de tantos niños como quería de joven, sí que tuvo un segundo
descendiente, esta vez una niña, la cual era el vivo retrato de su madre. Ella prefirió
seguir los pasos de su madre convirtiéndose en una experta médico, aunque su
padre consiguió que aprendiese magia de defensa lo suficiente como para no caer
en el primer ataque si es que algún día eso pasaba. Él ya sabía, lo intuía que
tendrían que ser sus dos hijos o sus nietos los que recuperasen la corona y
peleasen por el bien de todos los habitantes de Horn.
Él sentía como
cada vez su vida se acortaba y el trabajo era cada vez mayor, sólo deseaba que
nunca llegase el momento en el que ellos se viesen amenazados por la Orden de las Tinieblas, sólo
deseaba que la corona apareciese pronto y que la pudiesen ocultar de nuevo,
pero ese sueño, ese deseo no se cumplió, por lo menos en lo que le quedó de
vida.