Thyeor
Krad caminaba
raudo, un ser como él estaba acostumbrado a hacerlo; además conociendo al amo
como le conocía, mejor no demorarse en cumplir con sus peticiones o volvería al
letargo.
Estaba completamente
seguro que encontraría a aquel joven mago en el lugar al que se dirigía, y más
sabiendo la fecha que sería justo cuando llegase. Al paso que iba llegaría allí
al amanecer del día siguiente, 10 de julio.
El sol pegaba
fuerte en su piel morena, marcada en varios lugares por largas cicatrices, pero
su estilo de lucha no le permitía llevar camisa y menos si usaba su habilidad
especial de aumentar sus músculos. Su cabeza despoblada de cabello relucía a
causa del sudor que cubría su piel, sus ojos de un gris intenso parecían estar
sin vida.
Un joven alto
vestido completamente de negro, con pantalón de algodón holgado sujeto con un
cinturón ancho y hebilla metálica con un
sol que se eclipsa por la luna grabados;
la camisa con hilera de botones oculta era de seda en un negro oscuro más
intenso que el del pantalón. El conjunto le daba el aire de un sacerdote
vestido de calle, todo cubierto por una
gabardina tan blanca como la nieve que llega a escasos centímetros del
suelo, a la altura de los hombros se distingue un serigrafiado de un sol y una
luna enfrentados.
El joven de unos
veintiún años cubre su cabeza con la capucha de la gabardina, ocultando su
rostro. En sus manos se pueden
distinguir anillos, uno en cada mano, oro y plata, un sol y una luna. En su
cuello se vislumbra un medallón en plata de un sol atravesado por la luna
creciente, tiene incrustadas un par de piedras cristalinas que no se sabría muy
bien lo que son, posiblemente cristal de roca o diamante. Apenas visible bajo
la gabardina una espada en su funda. Calzado con unas botas negras como el
carbón, deja sus huellas en el polvoriento camino.
Camina sin pausa,
parece no cansarse y su respiración es tan normal como si estuviese sentado. El
que le observa siente como un frío le recorre el cuerpo, da la impresión de ser
el mal en persona.
Llega a lo alto
de una colina y se detiene, retira la capucha dejando ver su rostro, la piel
tersa y bronceada, el rostro es el de un hombre joven bien parecido, para
algunas podría decirse que el ideal de belleza, pelo corto muy bien cuidado de
un negro azabache que al darle el sol brilla. Los ojos grandes y profundos,
llaman la atención ya que son de un rojo intenso.
Detenido en el
camino, justo donde este comienza a bajar a la llanura que se extiende ante
aquella colina, mira detenidamente un conjunto de ruinas. Parecen ser de un
castillo o un fuerte, no se aprecia muy bien, pero justo al centro se aprecia
una alta torre, única construcción que aparenta estar intacta. El joven suspira
y continúa andando.
- Ya han pasado
cuatro años, mi querida Anastasia y aún no he encontrado nada, en aquel momento
te prometí que te traería de vuelta y lo haré cueste lo que cueste… – murmuró
casi inaudiblemente.
Continúa
caminando, el sol empieza a ocultarse, pero él no se detiene ya que su destino
está muy cerca apenas un kilómetro.
Poco a poco la
oscuridad va tragando todo a su paso, en el cielo completamente despejado
empiezan a verse las estrellas y la luna es una simple línea blanca. El joven
chasqueando sus dedos hace que una esfera aparezca iluminando el camino, apresura
un poco el paso, desea llegar a su destino cuanto antes, no por temor o miedo
sino por el anhelo de ver de nuevo a su amada.
Los metros que
le separan de aquel conjunto de ruinas pasan raudos, nada se interpone entre él
y ellas, su corazón palpita cada vez más rápido sólo por sentir la cercanía de
aquel bello ser.
Finalmente está
ante la entrada derruida al conjunto, de nuevo chasquea los dedos y la esfera
desaparece, toca el suelo y comienza a surgir a su alrededor un remolino de
aire, todo se estremece y el suelo comienza a separarse lentamente, dejando ver
el inicio de una escalinata de piedra. Cuando todo termina el interior se ve
iluminado, baja lentamente.
Al final de la
escalinata se abre un pasillo largo e iluminado por unas antorchas que parecen
no arder, se adentra en el pasillo y continua hasta llegar al final del mismo,
se encuentra ante tres puertas una al frente y las otras a ambos lados. Toca
delicadamente la que tiene enfrente.
- Aún no, no
antes de que sea el día diez –. Se voltea y abre la puerta que tiene a su
derecha.
En el interior
hay una pequeña cómoda, un camastro y un par de sillas sobre una mesa, a los
pies de la cama un arcón, un par de barriles en la esquina opuesta a la de la
entrada y otro arcón justo al lado de la puerta, sobre este último un par de
jarras de barro. Todo está cubierto por el polvo.
El joven hace un
ligero movimiento con su mano y sin decir absolutamente nada la habitación es
recorrida por una ráfaga de aire que deja la estancia limpia.
Se despoja de la
gabardina dejándola sobre el arcón que se encuentra a los pies de la cama;
ahora se observa perfectamente la espada, la empuñadura de ébano tiene un sol
grabado, la vaina completamente negra tiene dos medias lunas grabadas. Al
soltarla de su cinturón la desenfunda dejando ver una hoja negra y reluciente
de doble filo. La enfunda de nuevo y la deposita cuidadosamente sobre su
gabardina. Luego abre un par de botones de su camisa, libera el cierre del
cinturón, se descalza y se tumba en el camastro.
Es tarde y
prácticamente no ha comido en todo el día, así que se incorpora de nuevo y sale
de la habitación entrando en la puerta que está justo enfrente. La habitación
es pequeña, en un rincón un hogar, unas estanterías a lo largo de una de las
paredes, estas están repletas de frascos, ollas, tinajas y vasijas. En otro
rincón el brocal de un pozo, a su lado un barreño, un cubo atado a una cuerda y
sobre este un par de paños, en el interior del barreño se podían ver un pedazo
de jabón y un estropajo. A unos metros del hogar unas barricas y frente a estas
una mesa sobre la que se encontraban tres sillas. Al lado de la puerta una
alacena contenía varios platos, vasos, algunas bandejas y en una pequeña caja
se encontraban los cubiertos. Al igual que en la anterior todo completamente
cubierto de polvo. El joven dejó escapar un suspiro o más bien un resoplido de
enfado y al igual que poco antes con un ligero gesto de su mano el aire recorre
la estancia y todo está impecable en cuestión de segundos.
Se acerca al
pozo y tomando el balde lo lanza al interior del mismo, se escucha un chapoteo,
mueve la cuerda de un lado a otro y luego tira de ella.
El líquido está
frío y él bebe ávidamente. Luego se dirige a una de las barricas y saca de su
interior un poco de carne seca, en la otra hay aceitunas en salmuera, y en una
tercera frutos secos. Come tranquilamente, una vez termina, bebe de nuevo y se
lava las manos para luego refrescarse la cara quitando de paso el polvo que
había cogido en el camino.
De regreso a la
habitación vuelve a detenerse ante aquella puerta cerrada y la acaricia de
nuevo pero sin entrar. Continúa hasta el camastro y se tumba quedándose dormido
en pocos minutos.
“Una joven de
unos 17 años ríe alegremente mientras corre por una pradera cubierta de flores.
La muchacha viste un hermoso vestido azul celeste que le llega a las rodillas.
Calzada con unas sandalias cuyos tirantes serpenteaban por sus piernas para
terminar en un lazo centímetros por debajo de la rodilla. El rostro iluminado
por su sonrisa es hermoso, ojos grandes y de un verde intenso, el cabello
ligeramente ondulado caía como una cascada violácea sobre sus hombros. Alta y
delgada marcando las curvas de su cuerpo.
Tras ella un
joven de la misma edad del que llamaba la atención sus ojos rojos, sonreía
mientras perseguía a la muchacha.
- Anastasia ya es
suficiente, no puedo seguir tu ritmo, regresemos ya –, dijo entre jadeos el
muchacho.
- ¿Cómo puedes
decir que no puedes seguirme? El futuro mejor mago del mundo, y se cansa por
una simple carrera, jajajá –, rió alegremente mientras le hacía muecas
burlándose de él.
- Simple
carrera, ¿tú has visto dónde estamos? – La muchacha se paró y miró a su
alrededor, el poblado donde vivían apenas se veía a lo lejos.
- No me di
cuenta que nos habíamos alejado tanto, lo siento, regresemos. – Él la mira y
simplemente asiente.
El muchacho la
toma de la mano y comienzan su camino de regreso, de cuando en cuando se miran
dejando que sus miradas se pierdan en los ojos del otro. Cuando están llegando
se detienen se miran nuevamente como varias veces a lo largo del camino de
vuelta y se dan un beso, al separarse ambos están sonrojados.
Los dos jóvenes
se separan al llegar al interior de aquella fortaleza, ella se dirige a su
casa, él al lugar en el que está realizando su entrenamiento de magia, le falta
muy poco para terminarlo, el ser un joven aplicado y un verdadero genio ayudan
bastante, todos sus mentores han dicho siempre lo mismo, es el mejor alumno que
han tenido a ese paso se convertirá en el maestro más joven de la historia.
Cuando llega y
entra en el que es ahora su hogar escucha voces alteradas, su maestro está
discutiendo acaloradamente con alguien, intenta descubrir quien está allí pero
no puede, en el mismo momento en el que se acerca a la puerta de la habitación
una explosión la destruye por completo y la onda expansiva le lanza varios metros
hacia atrás.
Incorporándose
como puede ve como su maestro sale tambaleándose, varias manchas de sangre
marcan su túnica, al ver al muchacho le grita que salga de inmediato y que proteja
su vida en el lugar que solo ellos dos conocen. El muchacho se niega y se
prepara para ayudar a su maestro.
El otro
interlocutor sale del lugar cubierto de una densa neblina negra que no dejaba
ver ni su cuerpo ni su rostro.
- Maldición,
parece que te has puesto serio. Thyeor maldita, sea sal de aquí, no puedes
hacer nada contra él, ni siquiera estoy seguro de poder hacer algo yo.
- Imposible
maestro, yo le ayudo –, gritó con voz temblorosa.
- Ninguno de
vosotros puede nada contra mí en este momento. – Dijo aquel ser con una voz
profunda que producía miedo.
El maestro cogió
al alumno y desaparecieron del interior de la casa, apareciendo de nuevo en la
pequeña plaza que rodeaba la torre central del pequeño poblado fortaleza en el
que se encontraban. Sobre la casa de la que habían salido se empezó a ver una
pequeña mancha negra que fue tomando la forma de una persona, sobre sus manos
comenzaron a formarse dos pequeñas esferas, poco a poco fueron tomando la forma
de dos leones, al alcanzar el tamaño apropiado se escuchó: “Destrucción de la vida”. Ambos leones se
convirtieron en un borrón oscuro como si una nube casi transparente estuviese
allí, empezaron a recorrer el lugar y de las casas se escuchaban los gritos de
las personas.
El muchacho miró
horrorizado a su maestro y al ver la expresión de su rostro supo de inmediato
que lo que estaba imaginado era real, todos en aquel lugar estaban siendo
destruidos. Salió corriendo en la dirección de la casa de su amada Anastasia,
tenía que protegerla como fuese, él estaba seguro que nada podría dañarle,
estaba en estado de inmortalidad parcial por algo que le había sucedido en su
más tierna infancia, no sabía muy bien lo que era pero era así, y odiaba eso,
el no saber y el sentir que ese estado era para pagar tanto sus pecados como
los de su familia, pero ahora debía protegerla.
Como un poseso
corrió lo más rápido que pudo, cuando llegaba lanzó un hechizo de escudo y otro
de protección sobre la casa, aquellas bestias inmundas hechas de magia pura
estaban llegando. Escuchaba como los gritos y la agonía llegaban de todas
partes a sus oídos, escuchaba también como el maestro y aquel ser luchaban
encarnizadamente, ya que las explosiones de los hechizos más potentes se
dejaban oír.
Entró en la casa
casi sin darse cuenta, sus hechizos no surtían efecto ya que pudo ver como una
de las criadas se convertía en polvo ante sus ojos. Subió las escaleras que
conducían a los dormitorios en un aliento, con el corazón apretado por el miedo
de llegar tarde. Abrió de golpe la puerta de la habitación de la joven y sus
sospechas se confirmaban el cuerpo de la chica flotaba en el aire rodeado por
aquella neblina negra, la mirada de ella se clavó en la del chico y pudo ver
como las lágrimas salían de sus ojos. Un grito desgarrador se escapó de la garganta
del chico, reunió todas sus fuerzas y lanzo el hechizo protector más fuerte que
conocía. Pero por desgracia en el mismo instante en que el fulgor azulado que
salía de las manos del muchacho alcanzaba el cuerpo de Anastasia esta espiraba,
su alma su vida habían sido absorbidas por aquella neblina negra que salía de
la habitación sin ni siquiera intentar acercarse a él.
Él caía de
rodillas las lágrimas recorrían su rostro, no comprendía que es lo que estaba
pasando allí, quería despertar de aquel sueño y volver a los momentos felices
vividos con todos los de allí.
Se acercó al
cuerpo de la chica y lo tomó en brazos, en el exterior ya no se oía nada en
absoluto. Salió de la casa lentamente, intentando comprender que es lo que
había sucedido, no podía creer, aunque lo viese y lo acabase de vivir, que todo
aquello acabase de suceder.
En la calle no
se veía un alma, las casas, a excepción de un par de ellas, estaban
completamente destruidas, la torre central estaba intacta, aunque podían verse
algunas grietas y manchas oscuras causadas por las explosiones de los hechizos
usados. A unos cuantos metros de la entrada a la torre el cadáver de su maestro
estaba comenzando a convertirse en polvo; al contemplar esa escena dantesca no
pudo evitar mirar con miedo el cuerpo que llevaba en brazos, pero para su
alivio un fulgor azulado lo recubría, aunque no había podido salvarle la vida
el hechizo protegía el cuerpo.
Respiró aliviado.
Continuó
caminando hasta llegar a una de las entradas del lugar, soltó el cuerpo
delicadamente apoyándolo en los restos del muro.
Dio unos pasos
hacia la derecha y con su mano tocó el suelo dibujando unas líneas, el lugar se
estremeció levemente y comenzó a moveré una loza.
Se abrió así la
entrada al lugar en el que tantas veces había entrado con su maestro para hacer
prácticas o simplemente para estudiar en la más absoluta soledad y en el
silencio infinito.
La magia
ancestral era uno de sus intereses, ya conocía varios conjuros y en sus
estudios había descubierto sobre la existencia de uno que le sería muy útil para devolver la
vida a aquella joven que portaba inerte en sus brazos, en la biblioteca que en
aquel lugar se encontraba estaba seguro de encontrar algo, tenía que estar allí;
con una pequeña luz de esperanza se encaminó por aquella escalinata y a lo
largo de aquel pasillo que por primera vez, en mucho tiempo, le parecía
interminable.
Cuando entró en
aquella sala central se sintió aliviado, caminó al centro de la misma y dejó el
cuerpo sobre la mesa que allí se encontraba.
No lo pensó más y
comenzó de inmediato a mirar libro por libro, buscando sin parar algo que hiciese referencia a lo
que buscaba, pero no lo lograba y el tiempo pasaba de forma inevitable. Temiendo
que le fuese a costar más de lo que esperaba se acercó a la joven y la tomo en
brazos de nuevo se dirigió a la habitación del lado derecho la colocó sobre la
cama le quito el vestido que llevaba, salió y regresó con agua y unos paños y
limpió el cuerpo de la muchacha cuidadosamente, abrió uno de los arcones y
buscó una camisa blanca y un pantalón negro, aquellas prendas eran suyas pero a
la chica le quedaban perfectamente ya que ambos tenían una constitución física
muy parecida.
Una vez
terminado aquella especie de ritual regresó con el cuerpo a la sala central, de
nuevo se encaminó al centro de la misma y la depositó sobre la mesa.
- Conservación eterna – susurró casi de
forma inaudible, y el cuerpo comenzó a flotar sobre la mesa hasta quedar en
posición vertical, formándose alrededor del mismo una esfera con tonalidades
rosáceas como si fuese un líquido que la rodeaba por completo.
- Mi querida
Anastasia no descansaré hasta que te devuelva a la vida, cueste lo que cueste,
te lo juro.
Dicho lo cual
comenzó de nuevo a ojear todos los libros, estuvo allí por días y finalmente lo
único que encontró fue la referencia a unos libros perdidos hacía mucho tiempo
en los cuales se hablaba de la manipulación de la materia y de la resurrección
de las seres vivos, de sus pros y sus contra. Eran libros de la magia
ancestral, que supuestamente se encontraban en poder de los Numit, pero esa
gente había desaparecido hacía mucho tiempo y no se sabía mucho de las
posesiones que tenían, durante un tiempo se rumoreó acerca de un descubrimiento
hecho por un Gran Maestro llamado Jan de Blanschaph, pero todo quedó en eso, en
rumores.
Tenía que
descubrir si todo eso era cierto, si esos libros existían debía encontrarlos,
tenía que encontrar el hechizo “Anima
Aeter” el que le permitiría encontrar aquel objeto tan preciado por los
usuarios de la magia ancestral, el que era capaz de revivir a los muertos, el “Chrono Spira” o lo que es lo mismo
Espiral del Tiempo, un pequeño cetro forjado de un metal desconocido y que
había desaparecido en la guerra que había puesto fin al reinado de los usuarios
de la magia antigua. Este objeto usado sobre el cuerpo de un ser muerto antes
de que le llegase su hora revivía, si el sujeto había muerto de vejez renacía.
Como
su búsqueda en aquel lugar no le dio más que esa pequeña información tuvo, sin
más remedio, que marcharse y dejar en aquella sala el cuerpo sin vida de su
amada.
-
Regresaré todos los diez de julio hasta que encuentre lo que busco y pueda
regresarte a mi lado, amor mío. – Dijo con el rostro endurecido, toda la
alegría y felicidad, incluso la bondad que había habitado en su ser se había
marchitado y desaparecido, la venganza, la ira y el único deseo de resucitarla
habían llenado el vacío dejado por las otras emociones.
El
joven salió de la sala mirando una última vez a la joven, cerró la puerta tras
de sí y continuó camino.
A
partir de ese momento empezaría una nueva etapa en su vida cuyo único objetivo
sería el de regresar a su amada a su lado.”
Despertó
cubierto de un sudor frío, hacía tiempo que no revivía lo sucedido hacía ya
cuatro años, se incorporó dejando caer sus pies sobre el frío suelo.
De
pronto sintió que una presencia se estaba acercando a la habitación. Se puso de
pie cogió su espada la desenfundó en cuestión de segundos y preparó la habilidad
especial de su arma.
Esperó
unos segundos y cuando aquella presencia estaba a punto de entrar, se abalanzó
sobre ella con una espada negra en cada mano. Aquella era una espada doble
capaz de cortar cualquier cosa de un simple golpe y a su vez era un arma capaz
de conducir y amplificar la magia.
-
Sabía que os encontraría aquí maestro Thyeor – dijo Krad con el frío metal de
las espadas una a cada lado de su cuello, impasible y si tenía miedo su rostro
no lo reflejaba –, por favor podríais tranquilizaros y retirar el arma de mi
cuello, me gustaría conservarlo intacto un poco más.
- Vaya, eras
tú Krad, tiempo sin verte. Leafer te ha devuelto a la normalidad de nuevo, eso
solo puede significar…– dijo Thyeor mientras unía de nuevo su espada y la
enfundaba.
-
Si el maestro Leafer ha tenido a bien concederme el honor de volver a servirle,
desea que os reunáis con él en el lugar de siempre.
-
Entonces eso quiere decir que hay movimiento, ¿verdad? – Preguntó serio, si eso
era cierto lo que buscaba podría estar más cerca de lo que había pensado.
-
Al parecer un anciano ha desaparecido, parece ser que un joven médico también
está envuelto en el asunto, ya que me ha pedido que busque al anciano y que le
vigile y que de paso vigile al joven.
-
Los dioses parece que están de nuestro lado. Bien si no deseas decirme nada más
puedes partir, yo aún he de hacer algo aquí.
-
Si no os importa primero desearía beber y comer algo, he venido a paso ligero
todo el trayecto.
-
Bien, sabes donde está todo, cierto, procura no molestar. – Dijo en tono severo
con un fulgor en sus ojos que daba miedo. Krad asintió y se encaminó a la
habitación que hacía de cocina y comedor.
Thyeor
dejó la espada sobre el camastro para luego dirigirse a la puerta de la sala
central, la abrió con sumo cuidado, entrando una vez se había abierto lo
suficiente como para poder pasar y cerrando tras de sí.
Todo
estaba igual que el año anterior y el anterior, todo estaba como hacía cuatro
años atrás. Estaba cumpliendo su promesa, y pasase lo que pasase cada día 10 de
julio estaba allí.
Como
había hecho la noche anterior al llegar, limpió aquella sala también. Un simple
movimiento de su mano y el polvo acumulado durante un año desaparecía, llevado
por una ligera ráfaga de aire.
Suspendido,
en el centro de la estancia, se encontraba el cuerpo de Anastasia, igual que
cuando lo dejó, rodeado por aquella esfera protectora.
-
Amada mía, tú regreso está más cercano. Me acaban de informar de algo que me
hace pensar que lo que busco está ahora más cerca que nunca. – Retira una silla
y se sienta ante Anastasia, hablando con ella y mirándola al rostro como si
esta estuviese viva, escuchándole y dándole conversación.
Después
de hablar con ella por más de una hora y sabiendo que la posibilidad de
conseguir lo que buscaba estaba ahora más cercana que nunca, se despidió de
ella, salió de la sala cerrando nuevamente la puerta, esperando regresar antes
del próximo 10 de julio con lo que necesitaba para volver a tenerla a su lado.
Entró
en la habitación se calzó, tomó su espada y su gabardina y se dirigió a la
cocina-comedor, una vez allí se aseó un poco y preparó algo rápido para comer y
beber.
Krad
estaba tumbado sobre la mesa, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados,
algo adormilado, aunque no lo reflejase el viaje había sido extenuante y estaba
cansado.
Durante
unos minutos Thyeor le interrogó intentando obtener algún dato más sobre el
pedido de Leafer, pero no pudo obtener más información de la que ya le había dado
al llegar, se notaba que había salido nada más recibir el encargo sin hacer
preguntas o pedir más detalles.
Después
de haber comido y bebido, se prepararon para el viaje de regreso.
Cerró
las puertas con un solo gesto de su mano y recorrió aquel pasillo rápidamente,
deseoso de comprobar que es lo que tenía aquel arrogante mago, con el que se había
aliado con el único fin de encontrar lo que buscaba, que le pudiese ser de
utilidad; tenía claro que si eran solo rumores o nada concreto que se pudiese
comprobar le dejaría y buscaría por su propia cuenta.
Al
llegar al exterior cerró la entrada, miró al cielo completamente despejado y
desaparecieron.