En la biblioteca
Una sensación de ahogo, de pesadez invade y consume todo el ser interior
de Yrret, se siente incómodo, fuera de lugar, como si después de haber entrado algo
estuviese actuando sobre él, haciéndole sentirse como si no fuese él y algo le
hubiese poseído.
Se queda sin
aire y cae de rodillas, le duele la cabeza, el pecho, los ojos desorbitados
buscando el rostro del anciano, mil pensamientos pasan por su mente, y a punto
está de enloquecer en segundos. Con trabajo finalmente encuentra el rostro de
aquel anciano que había venido con él, casi no le reconoce, había rejuvenecido
unos cuantos años. Aquel rostro antes surcado por profundas arrugas y aquellos
ojos hundidos, ahora eran los de una persona de unos sesenta años, el pelo de
un blanco inmaculado se había tornado en gris plata. Y lo que más sorprendió al
joven fue ver la sonrisa que se dibujaba en aquel rostro en el que había
confiado desde que lo había visto.
El tiempo pasaba
lentamente e Yrret cada vez estaba más agónico, sus ojos ya no podían centrar
lo que veían; las imágenes que llegaban a sus retinas se distorsionaban y veía
cada vez más borroso. Boqueaba para poder introducir aire en sus pulmones pero
cada vez le costaba más. Se estaba asfixiando, estaba muriendo, allí, en un
lugar que no conocía, alejado de todo ser conocido y sintiendo, pues ya no
podía ver, como aquella persona se reía de él. Finalmente perdió el conocimiento
y se desplomó.
Todo había
terminado, una sensación de paz recorría su cuerpo, no necesitaba aire o eso le
parecía, temía abrir los ojos. Aquello que había sentido era una muerte segura
no quería ver donde estaba. Haber muerto tan joven no podía ser cierto. De
nuevo la sensación de paz le recorre, esta vez abrió los ojos y se encontró en
un entorno totalmente desconocido, era como un limbo, un vacío en el que la oscuridad
brillaba. Su cuerpo flotaba en el vacío, ligero como la brisa y cubierto por
una tenue luz dorada. Se sentía impotente.
¿Qué demonios
estaba pasando? Su mente ya no podía soportar más la tensión y el desconcierto.
Llevó sus manos a su cabeza y gritó, gritó lo más fuerte que pudo pero nada
salió de su boca.
Algo tocó su
hombro derecho y se giró inseguro para ver que era. Al hacerlo pude ver una
figura femenina, etérea, con largo traje de tul que ondeaba como si el viento
la rodease, y con una larga cabellera, le sonreía.
Intentó hablar
pero nada, no podía articular nada audible y de pronto sintió en su cabeza como
un silbido que poco a poco se fue convirtiendo en una melodiosa voz femenina y suave.
- No intentes
hablar solo piensa lo que quieras decir –, escuchó en su mente aquella hermosa
voz.
- ¿Estoy muerto?
- No, no estás
muerto, tu alma ha salido de tu cuerpo por efectos de la magia guardiana del
lugar, no te preocupes Hijo del Eclipse, en tu destino hay muchas cosas que
debes cumplir antes de morir.
- ¿Cómo me has
llamado? – Preguntó atónito, jamás le habían llamado de esa forma.
- Nada que sea
importante por ahora, ya lo descubrirás, se bienvenido a tus dominios, Gran
Maestro de Blanshaph.
- Siento decirlo
pero yo no soy Gran Maestro ese era mi padre…
- Nunca me
equivoco, Gran Maestro, soy la guardiana del lugar y sólo necesitaras unos días
para aprender lo que te llevaría años por el método tradicional, ahora regresa
a tu cuerpo, cuando estés dispuesto a recibir el conocimiento que tus
antecesores te legaron sólo llámame –. La silueta comenzó a desvanecerse.
- Espera no sé
tu nombre…
- Anelea –. Escuchó
la voz pero ya no veía nada.
- Y cómo vuelvo,
se olvidó de lo más importante, de decirme como regresar –, murmuraba.
Instantes más
tarde se sentía pesado de nuevo, habría terminado todo, otra vez sentía la
sensación de ahogo, el aire le faltaba de nuevo, abrió de golpe los ojos y con
un gran esfuerzo llenó sus pulmones de aire, se quedó sentado respirando
aceleradamente y mirando a su alrededor, había regresado a su cuerpo y no
estaba muy seguro de cómo.
- Siento no
haberte avisado pero…
- ¡Cabrón! Tu lo
sabías y no me dijiste nada, si no fuese porque me encuentro fatal te mataba
ahora mismo.
- Lo siento, lo
siento, pero hacía tiempo que no veía a nadie pasar por esto. Casi todos entran
sin más, pero hay ciertos elegidos que pasan por esto, es lo que tu padre
llamaba la primera muerte.
- Primera
muerte, si no fuese porque estoy débil ahora mismo te daba tu merecido, estas
cosas se avisan, un simple cuidado o algo por el estilo –. Le mira de nuevo y
se da cuenta que aquel anciano en realidad había rejuvenecido –. Oye, sólo por
curiosidad, qué te ha pasado a ti, no pareces el mismo –. Preguntó intrigado y
a la vez alerta por si algo más pasaba.
- Esto es sólo
un efecto del cerrojo mágico que protege toda esta caverna, rejuvenece a cierto
tipo de maestros…
- ¿Cierto tipo?
¿Es que hay más de uno? – Interrumpió intrigado.
- Bueno hay cuatro
elementos primordiales ¿no?, pues los Grandes Maestros se pueden especializar
en uno de esos elementos. Los que no nos hemos especializado en ninguno
sentimos el efecto de rejuvenecimiento al entrar en el cerrojo del tiempo que
hay en este lugar –. Dijo sonriendo –. Solo una persona ha sido capaz de
dominar los cuatro elementos gracias a Anelea, la guardiana de todo esto…
- No me digas
que ese ser que vi realmente…
- ¿Has visto a
Anelea?, imposible jamás se aparece a los nuevos y menos si no son maestros o
Grandes Maestros –, la sorpresa se reflejaba en su rostro –, estás seguro que
la has visto.
- Claro que sí,
me llamó Hijo del Eclipse y Gran Maestro de Blanshaph, y que cuando quisiese lo
que me corresponde que la llamase.
- Vaya, no se le
escapa una, muy posiblemente vayas a ser la segunda persona que domine los
cuatro elementos, era de esperar de alguien que es un Blanshaph y que nació el
día del eclipse de luna roja.
-¿Cómo? Nací con
ese eclipse, es imposible la leyenda cuenta que todo mago nacido en ese día
destruirá el mundo. Y yo de momento…
- Quieres
tranquilizarte –, dijo viendo lo alterado que se estaba poniendo –, sólo si se
te entrena en las artes oscuras, o si tienes un fuerte instinto de sed de
sangre, y no veo nada de eso reflejado en ti.
Bueno dejemos el
tema ya habrá tiempo para hablar con calma de tu futuro, he de decirte que la
otra persona capaz de usar los cuatro elementos fue tu abuelo, Jan.
Incrédulo se
mantuvo callado, no sabía si creer todo lo que le acababa de contar. Ese
fatídico día, como era posible que su madre no le hubiese dicho nada del día de
su nacimiento. Todas las leyendas que había escuchado decían que el día de
eclipse de la luna roja ocurría un sinfín de catástrofes, malos presagios,
muertes inexplicables y la que más le afectaba todos los nacidos en ese día
estaban malditos, hasta tal punto era así que la mayoría de los nacidos en esa
fatídica fecha solían ser sacrificados.
Sacudió la
cabeza para borrar aquellos pensamientos que vagaban por ella y se puso a mirar
la cueva en la que habían entrado, iluminada por la esfera de luz que el
anciano había creado. La cavidad era pequeña de paredes rugosas y agrietadas el
suelo cubierto de una arena fina estaba salpicado de rocas que se habían
desprendido del techo. Al fondo de la cueva se veía una apertura como si una
grieta se ensanchase abriendo un pasadizo.
Los dos se miraron
a los ojos por unos segundos y el anciano se encaminó a la apertura, una vez en
su interior se deshizo de la esfera. Aquella abertura se convertía en un
corredor pétreo de unos dos metros de ancho por unos cuatro de alto, el suelo
seguía siendo de arena y las paredes formaban una especie de escamas, unas
láminas finas y quebradizas, el olor a humedad inundaba el lugar. En algunas
zonas el suelo estaba húmedo y por las paredes corrían débiles hilos de agua
que se filtraban de algún lugar. Cada tanto se encontraban antorchas que el
anciano había encendido con una simple palabra, el fuego de un color azulado
apenas se movía rasgando la oscuridad del lugar.
Continuaron por
el corredor durante unos minutos, y este desembocó en una gran caverna. La
piedra de las paredes casi no se podía ver estaba recubierta de un liquen que
desprendía una extraña luminosidad, la cual era suficiente como para poder
avanzar sin necesidad de ningún otro tipo de luz, aunque podían verse más de
aquellas antorchas; del techo pendían estalactitas de todos los tamaños
imaginables, pero lo más llamativo es que el suelo, de aquella enorme sala, era
un lago de aguas tranquilas y negras como carbón.
El corredor por
el que habían llegado, terminaba en una plataforma de ligera pendiente hacia el
agua que apenas tenía unos metros. Justo en el centro comenzaba una pasarela de
madera que se iba posando cada cierta cantidad de metros en pequeños montículos
que sobresalían del agua. En cada uno de estos montículos una antorcha aumentaba
la luminosidad que producía el liquen.
Al subir y pisar
la madera esta crujió como queja por el peso.
La pasarela
terminaba en la entrada de otro corredor de apenas unos metros de longitud,
dando paso a una enorme estancia perfectamente iluminada, de lisas paredes y
cuyo suelo estaba pavimentado con hermosos mosaicos. En el centro se encontraba
una mesa de madera de roble rodeada de sillas. Al lado derecho hileras de
estanterías repletas de libros, pergaminos y varios objetos. A la izquierda
mesas, frascos, estanterías con cajas, y un sinfín de objetos. Era un
laboratorio de lo más completo. En la pared del fondo podía verse una puerta y
a ambos lados de esta varias urnas protegían reliquias de los Numit.
Se acercó a una
estantería que estaba repleta de frascos y pudo ver que contenían hollín,
mercurio, polvo de oro, plata, cobre,… en cajas encontró raíces y plantas
algunas de las cuales ya no existían.
Aquello era un
verdadero paraíso. ¿Era posible que todo aquello estuviese realmente a su
alcance? Sus pensamientos se agolpaban tan rápidamente que parecía que su
cabeza iba a estallar. Sabía que no estaba soñando, era demasiado real para
estar soñando. Tuvo que sentarse para poder asimilar todo lo que veía; el
anciano hizo lo mismo, en su rostro ya no se reflejaba el cansancio es como si
al entrar y haber rejuvenecido fuese otro.
No se atrevía a
romper el silencio que se había producido desde el momento en que entraron,
apenas si se oían las respiraciones cansadas. No deseaba que se le escapase
ningún detalle, pero ardía en deseos de saber, de aclarar las dudas que se
estaban cruzando por su cabeza. La tensión se respiraba, la inquietud se
palpaba. Finalmente fue el anciano el que rompió el hiriente silencio.
- Parece que te
has quedado mudo –. Dijo mirándole fijamente.
- Es que no es
para menos, nunca hubiese pensado que algo así pudiese existir. Y dices que todo
esto me pertenece –. Dijo incrédulo.
- Al ser quien
eres, sí.
No podía salir
de su asombro, todo aquello era increíble, su abuelo era el que había reunido
todo lo que allí se encontraba.
Sabía pocas
cosas de la vida de su abuelo, incluso la de su padre encerraba algunas, por no
decir muchas, incógnitas, ya que su madre había estado siempre desde que él
tenía uso de razón en contra del uso de la magia, él había estudiado algo a
escondidas de ella con exalumnos de su padre pero ninguna gran cosa. Siempre
que preguntaba a su madre por los descubrimientos de su abuelo o por los
trabajos de su padre ella siempre buscaba la forma de eludir dar una respuesta,
y en el poco probable caso de que se encontrase en una situación que la
obligaba a responder lo hacía de forma vaga o cambiando de tema. Annie siempre
fue así.
Lo poco que supo
sobre sus familiares fue por medio de amigos de la familia que respondían a sus
preguntas cuando su madre no estaba presente, pero con una condición, que nunca
dijese que habían sido ellos los que se lo habían dicho.
Tras la muerte
de su madre sólo una cosa evitó que cayese en una depresión o que se encerrase
en su soledad, y fue la magia. Sí, estudiar las cosas básicas que él solo podía
hacer.
Estaba decidido,
tenía que aprender todo lo antes posible y si Anelea le ayudaba mucho mejor,
pero también estaba el anciano, se convertiría en el mejor de todo el reino,
superaría a su abuelo y a su padre.
Mientras Yrret
se debatía entre que preguntas serían más importantes, por donde debería
empezar, que le podía contar sobre la guardiana del lugar, y varias cosas más
que estaban dando vueltas en su cabeza; el anciano le miraba intranquilo, no
sabía si podría responder o si podría ayudarle en algo. Al entrar en aquel
lugar todo el cansancio y la sensación de muerte que había tenido en los días
pasados habían desaparecido, debía aprovechar y tomar un poco de revitalizante
si es que aún quedaba, ya que todo lo que había desaparecido al entrar
posiblemente volviese al salir y no quería morir, no por lo menos hasta
presentar a aquel joven, que cada vez le recordaba más a su padre, a su
prometida aunque él no lo supiese, algo le decía que si ellos dos se conocían
el amor surgiría al instante. Sabía como era su hija terca, indomable, fuerte,
mucho más que algunos varones, muy buena en las artes mágicas aunque no para
llegar al nivel de Gran Maestra o Maestra, le faltaba algo importante para eso,
la paciencia. Pero estaba seguro que las buenas cualidades que ella mantenía
encerradas fuera del alcance de cualquiera, Yrret sería capaz de hacerlas salir.
Perdido en sus pensamientos con la vista perdida en un punto indefinido y una
sonrisa dibujándose en su rostro al pensar en su hija, evitaba romper el silencio.
El ambiente
estaba cargado, nada rompía el ambiente. Ambos sentados en la mesa central
solamente pensaban y se miraban sin intercambiar palabra. El tiempo pasaba
lentamente y aunque allí no se notase ya se acercaba la media noche. El páramo
era un hervidero de criaturas en busca de su presa, el viento que había reinado
en los últimos días se desvaneció haciendo que la típica neblina que le cubría
empezase a extenderse por todas partes.
De pronto Yrret
deja escapar un suspiro, sonríe y mira al anciano. Su rostro esta aliviado es
como si estar allí en silencio, pensando y observando lo que le rodeaba le
hubiese resuelto tantas dudas que se reflejaban en él antes de entrar allí.
Respira profundamente y rompe el silencio entablando conversación.
- Bueno creo que
empezaré por lo más sencillo, me puedes explicar que es lo que tenemos ante
nuestros ojos.
- Eso es fácil de
contar –, el anciano respira profundamente y mira con nostalgia todo a su
alrededor, como recogiendo antiguos recuerdos –, todo lo que puedes ver son los
conocimientos mágicos, sobre medicina y manuales de enseñanza y de uso de los
instrumentos que los Numit recopilaron durante su larga existencia, aunque
seguramente no está todo, nunca se sabe. En el laboratorio hay de todo como
habrás visto.
- ¿Y los
trabajos de mi padre y de mi abuelo?
- Esos están en
la habitación que se encuentra tras aquella puerta –, dijo señalando a la
puerta que se encontraba al final de la estancia –, en su mayoría son
traducciones, recopilaciones, pero sobre todo datos y más datos sobre los
posibles lugares donde se podría encontrar la reliquia más peligrosa que
crearon – hizo una ligera pausa –, eso lo podrás ver por ti mismo, si no la has
perdido siempre llevas la llave encima.
- ¿La llave?
- Si, siempre la
has llevado –, se levantó y se acercó a él, pasando su mano por el cuello
levantó la cadena de un colgante, un pequeño dragón de plata –, te lo dio tu
padre el mismo día que naciste, es la llave que abre la puerta y cierra todas
tus dudas o por lo menos parte de ellas. La otra llave se destruyó en el
momento que murió tu padre, él tenía el colgante gemelo a este –. Sus ojos se
iluminaron con el recuerdo y una lágrima se asomó a uno de ellos.
- Bueno quiero
aclarar algo que sólo… – titubeó, no sabía su nombre, y quería evitar que se
pusiese sentimental, pero… – bueno, me puede decir la verdadera razón por la
que no se acercó a mi antes, me podría haber enseñado todo lo que sabe, y me
habría evitado el vivir dependiendo de mi tía, no es que sea mala persona pero…
– abrió los ojos al máximo, de pronto se dio cuenta de la razón por la que su
tía le trataba tan secamente, jamás le había mostrado el más mínimo afecto, se
había limitado a pasarle una suma de dinero mientras fue menor, mantener las
propiedades y poco más, aquellos ojos siempre le miraban con miedo y frialdad.
Ahora sabía la razón, le temía por haber nacido el día maldito, el día del
eclipse de la luna roja. El silencio de nuevo.
- La verdadera
razón dices… – rompió el breve silencio que se había hecho ya que sabía
que Yrret acababa de darse cuenta del
porque del comportamiento de su tía –, lo que ya te dije es cierto, tu madre no
me dejó acercarme a ti mientras vivió, luego por respeto y para evitar
involucrarte en lo que pasaba a mi alrededor, todo eso es cierto, pero también
la falta de valor, tenía miedo de enfrentarme a ti de responder tus preguntas,
miedo a que rechazases venir aquí y que de pronto deseases ir por el lado
oscuro.
- Eso no hubiese
pasado, siempre he deseado seguir los pasos de mi padre.
- Creo que
deberías ir a descubrir lo que tu padre te dejó, si no encuentras respuestas a
todas tu dudas allí yo intentaré responderlas mas tarde.
- Bien, yo
también deseo ver lo que se oculta tras esa puerta, ¿usted esperará aquí?
- Sí, ve
tranquilo, tengo algo que buscar para ver si puedo… bueno algo que alivie mi
malestar cuando salga de aquí.
Yrret comenzó a
revisar el lugar con más detenimiento mientras se encaminaba a la puerta. Era
sorprendente todo estaba en perfecto orden, las estanterías tenían un pequeño
número escrito y al lado en caracteres góticos se especificaba el número de
tomos que había en ella y sobre lo que trataban, la que tenía justo delante tenía
el número 100 y al lado 45 tomos Defensa Avanzada.
Finalmente llegó
a la puerta, la observó con una mezcla de ansiedad y miedo, su mano temblaba
levemente. Cerró los ojos y respiró profundamente intentando calmarse.
Fue abriendo los
ojos poco a poco, su mano aún temblaba cuando tomó el colgante de su cuello y
lo colocó en la cerradura, este encajaba a la perfección, lo empujó levemente y
escuchó un sonido metálico, luego un clic y el colgante se soltó de nuevo. La
puerta se abrió.
La oscuridad era
total sólo rota por la luz que entraba por la abertura de la puerta, Yrret se
giró y tomó una de las antorchas que estaban cerca de la puerta. Al entrar la
puerta se cerró de nuevo, buscó con la mirada un lugar donde depositar la
antorcha pero no fue necesario, ya que la antorcha empezó a apagarse mientras
la estancia se iluminaba.
Fue descubriendo
lo que se encontraba en aquella habitación, justo en el centro un escritorio de
la misma madera que la mesa central de la sala de fuera, las paredes estaban
cubiertas por estanterías con libros y pergaminos. Sobre el escritorio un sobre
lacrado, un tintero, varias plumas, varios pliegos de pergamino en blanco, un
par de libros y un vaso con dos rosas blancas.
Yrret se acercó
lentamente a la silla y la retiró con cuidado, se sentó con la duda de si debía
o no tocar algo de lo que allí había. Tenía miedo y sentía un fuerte respeto
por lo que se encontraba ante él, respeto ya que aquello eran las pertenencias
de su padre, miedo por desordenar, por tocar y romper algo de lo que allí había.
Pero lo peor era la sensación de no encontrarse lo suficientemente preparado
para enfrentar lo que podría descubrir.
Con mano
temblorosa tomó el sobre y vio que estaba dirigido a él, una caligrafía hermosa
y cursiva dibujaba su nombre en el sobre. Los ojos se le llenaron de lágrimas
que poco a poco empezaron a resbalar por su mejilla estrellándose en la pulida
madera del escritorio. Soltó el sobre y se cubrió el rostro con sus temblorosas
manos intentando ahogar aquel sentimiento de tristeza e impotencia que le
llenaba el cuerpo. Poco a poco se fue tranquilizando y tomando el control de la
situación. Miró de nuevo todos los objetos que estaban sobre el escritorio y
confirmó que no había abrecartas. Abrió uno de los cajones el primero de los
tres que había, en su interior un pequeño cuaderno de anotaciones, un frasco
con tinta, más pliegos de pergamino y una pequeña caja de madera con un gravado
de dragones. La cerradura de plata y la llave de oro.
Tomó el cuaderno
para ojearlo pero prácticamente no entendía nada, los números que en el había
parecían latitudes y longitudes pero el resto le parecía algo incomprensible
por el momento. Lo dejó nuevamente en su lugar.
Abrió el segundo
cajón, esta vez encontró lo que buscaba, el abrecartas de platino tenía la forma
de una pluma en la que podía leerse su apellido. Dentro del cajón también se
encontraban unos frascos con un líquido transparente con un ligero tono
rosáceo, en uno de ellos había una etiqueta que ponía Elixir vital Aceo con esto tendrás para una
buena temporada, quién sería
ese tal Aceo, podría ser el anciano.
Cerró el cajón y
se dispuso a abrir el sobre, estaba intranquilo, inseguro pero estaba claro que
tenía que hacerlo tarde o temprano, ya que estaba allí no podía dejarlo.
Casi con
lágrimas en los ojos y aún con el ligero temblor en las manos y con los nervios
a flor de piel, introdujo el abrecartas en un lateral y abrió el sobre,
lentamente sacó varios pliegos escritos con una caligrafía clara de estilo casi
gótico. Yrret comenzó a leer y ya se le formaron sólo con la primera línea dos
cristalinas gotitas en sus ojos…
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