lunes, 29 de junio de 2015


En la biblioteca

 

Una sensación de ahogo, de  pesadez invade y consume todo el ser interior de Yrret, se siente incómodo, fuera de lugar, como si después de haber entrado algo estuviese actuando sobre él, haciéndole sentirse como si no fuese él y algo le hubiese poseído.

Se queda sin aire y cae de rodillas, le duele la cabeza, el pecho, los ojos desorbitados buscando el rostro del anciano, mil pensamientos pasan por su mente, y a punto está de enloquecer en segundos. Con trabajo finalmente encuentra el rostro de aquel anciano que había venido con él, casi no le reconoce, había rejuvenecido unos cuantos años. Aquel rostro antes surcado por profundas arrugas y aquellos ojos hundidos, ahora eran los de una persona de unos sesenta años, el pelo de un blanco inmaculado se había tornado en gris plata. Y lo que más sorprendió al joven fue ver la sonrisa que se dibujaba en aquel rostro en el que había confiado desde que lo había visto.

El tiempo pasaba lentamente e Yrret cada vez estaba más agónico, sus ojos ya no podían centrar lo que veían; las imágenes que llegaban a sus retinas se distorsionaban y veía cada vez más borroso. Boqueaba para poder introducir aire en sus pulmones pero cada vez le costaba más. Se estaba asfixiando, estaba muriendo, allí, en un lugar que no conocía, alejado de todo ser conocido y sintiendo, pues ya no podía ver, como aquella persona se reía de él. Finalmente perdió el conocimiento y se desplomó.

Todo había terminado, una sensación de paz recorría su cuerpo, no necesitaba aire o eso le parecía, temía abrir los ojos. Aquello que había sentido era una muerte segura no quería ver donde estaba. Haber muerto tan joven no podía ser cierto. De nuevo la sensación de paz le recorre, esta vez abrió los ojos y se encontró en un entorno totalmente desconocido, era como un limbo, un vacío en el que la oscuridad brillaba. Su cuerpo flotaba en el vacío, ligero como la brisa y cubierto por una tenue luz dorada. Se sentía impotente.

¿Qué demonios estaba pasando? Su mente ya no podía soportar más la tensión y el desconcierto. Llevó sus manos a su cabeza y gritó, gritó lo más fuerte que pudo pero nada salió de su boca.

Algo tocó su hombro derecho y se giró inseguro para ver que era. Al hacerlo pude ver una figura femenina, etérea, con largo traje de tul que ondeaba como si el viento la rodease, y con una larga cabellera, le sonreía.

Intentó hablar pero nada, no podía articular nada audible y de pronto sintió en su cabeza como un silbido que poco a poco se fue convirtiendo en una melodiosa voz femenina y suave.

- No intentes hablar solo piensa lo que quieras decir –, escuchó en su mente aquella hermosa voz.

- ¿Estoy muerto?

- No, no estás muerto, tu alma ha salido de tu cuerpo por efectos de la magia guardiana del lugar, no te preocupes Hijo del Eclipse, en tu destino hay muchas cosas que debes cumplir antes de morir.

- ¿Cómo me has llamado? – Preguntó atónito, jamás le habían llamado de esa forma.

- Nada que sea importante por ahora, ya lo descubrirás, se bienvenido a tus dominios, Gran Maestro de Blanshaph.

- Siento decirlo pero yo no soy Gran Maestro ese era mi padre…

- Nunca me equivoco, Gran Maestro, soy la guardiana del lugar y sólo necesitaras unos días para aprender lo que te llevaría años por el método tradicional, ahora regresa a tu cuerpo, cuando estés dispuesto a recibir el conocimiento que tus antecesores te legaron sólo llámame –. La silueta comenzó a desvanecerse.

- Espera no sé tu nombre…

- Anelea –. Escuchó la voz pero ya no veía nada.

- Y cómo vuelvo, se olvidó de lo más importante, de decirme como regresar –, murmuraba.

Instantes más tarde se sentía pesado de nuevo, habría terminado todo, otra vez sentía la sensación de ahogo, el aire le faltaba de nuevo, abrió de golpe los ojos y con un gran esfuerzo llenó sus pulmones de aire, se quedó sentado respirando aceleradamente y mirando a su alrededor, había regresado a su cuerpo y no estaba muy seguro de cómo.

- Siento no haberte avisado pero…

- ¡Cabrón! Tu lo sabías y no me dijiste nada, si no fuese porque me encuentro fatal te mataba ahora mismo.

- Lo siento, lo siento, pero hacía tiempo que no veía a nadie pasar por esto. Casi todos entran sin más, pero hay ciertos elegidos que pasan por esto, es lo que tu padre llamaba la primera muerte.

- Primera muerte, si no fuese porque estoy débil ahora mismo te daba tu merecido, estas cosas se avisan, un simple cuidado o algo por el estilo –. Le mira de nuevo y se da cuenta que aquel anciano en realidad había rejuvenecido –. Oye, sólo por curiosidad, qué te ha pasado a ti, no pareces el mismo –. Preguntó intrigado y a la vez alerta por si algo más pasaba.

- Esto es sólo un efecto del cerrojo mágico que protege toda esta caverna, rejuvenece a cierto tipo de maestros…

- ¿Cierto tipo? ¿Es que hay más de uno? – Interrumpió intrigado.

- Bueno hay cuatro elementos primordiales ¿no?, pues los Grandes Maestros se pueden especializar en uno de esos elementos. Los que no nos hemos especializado en ninguno sentimos el efecto de rejuvenecimiento al entrar en el cerrojo del tiempo que hay en este lugar –. Dijo sonriendo –. Solo una persona ha sido capaz de dominar los cuatro elementos gracias a Anelea, la guardiana de todo esto…

- No me digas que ese ser que vi realmente…

- ¿Has visto a Anelea?, imposible jamás se aparece a los nuevos y menos si no son maestros o Grandes Maestros –, la sorpresa se reflejaba en su rostro –, estás seguro que la has visto.

- Claro que sí, me llamó Hijo del Eclipse y Gran Maestro de Blanshaph, y que cuando quisiese lo que me corresponde que la llamase.

- Vaya, no se le escapa una, muy posiblemente vayas a ser la segunda persona que domine los cuatro elementos, era de esperar de alguien que es un Blanshaph y que nació el día del eclipse de luna roja.

-¿Cómo? Nací con ese eclipse, es imposible la leyenda cuenta que todo mago nacido en ese día destruirá el mundo. Y yo de momento…

- Quieres tranquilizarte –, dijo viendo lo alterado que se estaba poniendo –, sólo si se te entrena en las artes oscuras, o si tienes un fuerte instinto de sed de sangre, y no veo nada de eso reflejado en ti.

Bueno dejemos el tema ya habrá tiempo para hablar con calma de tu futuro, he de decirte que la otra persona capaz de usar los cuatro elementos fue tu abuelo, Jan.

Incrédulo se mantuvo callado, no sabía si creer todo lo que le acababa de contar. Ese fatídico día, como era posible que su madre no le hubiese dicho nada del día de su nacimiento. Todas las leyendas que había escuchado decían que el día de eclipse de la luna roja ocurría un sinfín de catástrofes, malos presagios, muertes inexplicables y la que más le afectaba todos los nacidos en ese día estaban malditos, hasta tal punto era así que la mayoría de los nacidos en esa fatídica fecha solían ser sacrificados.

Sacudió la cabeza para borrar aquellos pensamientos que vagaban por ella y se puso a mirar la cueva en la que habían entrado, iluminada por la esfera de luz que el anciano había creado. La cavidad era pequeña de paredes rugosas y agrietadas el suelo cubierto de una arena fina estaba salpicado de rocas que se habían desprendido del techo. Al fondo de la cueva se veía una apertura como si una grieta se ensanchase abriendo un pasadizo.

Los dos se miraron a los ojos por unos segundos y el anciano se encaminó a la apertura, una vez en su interior se deshizo de la esfera. Aquella abertura se convertía en un corredor pétreo de unos dos metros de ancho por unos cuatro de alto, el suelo seguía siendo de arena y las paredes formaban una especie de escamas, unas láminas finas y quebradizas, el olor a humedad inundaba el lugar. En algunas zonas el suelo estaba húmedo y por las paredes corrían débiles hilos de agua que se filtraban de algún lugar. Cada tanto se encontraban antorchas que el anciano había encendido con una simple palabra, el fuego de un color azulado apenas se movía rasgando la oscuridad del lugar.

Continuaron por el corredor durante unos minutos, y este desembocó en una gran caverna. La piedra de las paredes casi no se podía ver estaba recubierta de un liquen que desprendía una extraña luminosidad, la cual era suficiente como para poder avanzar sin necesidad de ningún otro tipo de luz, aunque podían verse más de aquellas antorchas; del techo pendían estalactitas de todos los tamaños imaginables, pero lo más llamativo es que el suelo, de aquella enorme sala, era un lago de aguas tranquilas y negras como carbón.

El corredor por el que habían llegado, terminaba en una plataforma de ligera pendiente hacia el agua que apenas tenía unos metros. Justo en el centro comenzaba una pasarela de madera que se iba posando cada cierta cantidad de metros en pequeños montículos que sobresalían del agua. En cada uno de estos montículos una antorcha aumentaba la luminosidad que producía el liquen.

Al subir y pisar la madera esta crujió como queja por el peso.

La pasarela terminaba en la entrada de otro corredor de apenas unos metros de longitud, dando paso a una enorme estancia perfectamente iluminada, de lisas paredes y cuyo suelo estaba pavimentado con hermosos mosaicos. En el centro se encontraba una mesa de madera de roble rodeada de sillas. Al lado derecho hileras de estanterías repletas de libros, pergaminos y varios objetos. A la izquierda mesas, frascos, estanterías con cajas, y un sinfín de objetos. Era un laboratorio de lo más completo. En la pared del fondo podía verse una puerta y a ambos lados de esta varias urnas protegían reliquias de los Numit.

Se acercó a una estantería que estaba repleta de frascos y pudo ver que contenían hollín, mercurio, polvo de oro, plata, cobre,… en cajas encontró raíces y plantas algunas de las cuales ya no existían.

Aquello era un verdadero paraíso. ¿Era posible que todo aquello estuviese realmente a su alcance? Sus pensamientos se agolpaban tan rápidamente que parecía que su cabeza iba a estallar. Sabía que no estaba soñando, era demasiado real para estar soñando. Tuvo que sentarse para poder asimilar todo lo que veía; el anciano hizo lo mismo, en su rostro ya no se reflejaba el cansancio es como si al entrar y haber rejuvenecido fuese otro.

No se atrevía a romper el silencio que se había producido desde el momento en que entraron, apenas si se oían las respiraciones cansadas. No deseaba que se le escapase ningún detalle, pero ardía en deseos de saber, de aclarar las dudas que se estaban cruzando por su cabeza. La tensión se respiraba, la inquietud se palpaba. Finalmente fue el anciano el que rompió el hiriente silencio.

- Parece que te has quedado mudo –. Dijo mirándole fijamente.

- Es que no es para menos, nunca hubiese pensado que algo así pudiese existir. Y dices que todo esto me pertenece –. Dijo incrédulo.

- Al ser quien eres, sí.

No podía salir de su asombro, todo aquello era increíble, su abuelo era el que había reunido todo lo que allí se encontraba.

Sabía pocas cosas de la vida de su abuelo, incluso la de su padre encerraba algunas, por no decir muchas, incógnitas, ya que su madre había estado siempre desde que él tenía uso de razón en contra del uso de la magia, él había estudiado algo a escondidas de ella con exalumnos de su padre pero ninguna gran cosa. Siempre que preguntaba a su madre por los descubrimientos de su abuelo o por los trabajos de su padre ella siempre buscaba la forma de eludir dar una respuesta, y en el poco probable caso de que se encontrase en una situación que la obligaba a responder lo hacía de forma vaga o cambiando de tema. Annie siempre fue así.

Lo poco que supo sobre sus familiares fue por medio de amigos de la familia que respondían a sus preguntas cuando su madre no estaba presente, pero con una condición, que nunca dijese que habían sido ellos los que se lo habían dicho.

Tras la muerte de su madre sólo una cosa evitó que cayese en una depresión o que se encerrase en su soledad, y fue la magia. Sí, estudiar las cosas básicas que él solo podía hacer.

Estaba decidido, tenía que aprender todo lo antes posible y si Anelea le ayudaba mucho mejor, pero también estaba el anciano, se convertiría en el mejor de todo el reino, superaría a su abuelo y a su padre.

Mientras Yrret se debatía entre que preguntas serían más importantes, por donde debería empezar, que le podía contar sobre la guardiana del lugar, y varias cosas más que estaban dando vueltas en su cabeza; el anciano le miraba intranquilo, no sabía si podría responder o si podría ayudarle en algo. Al entrar en aquel lugar todo el cansancio y la sensación de muerte que había tenido en los días pasados habían desaparecido, debía aprovechar y tomar un poco de revitalizante si es que aún quedaba, ya que todo lo que había desaparecido al entrar posiblemente volviese al salir y no quería morir, no por lo menos hasta presentar a aquel joven, que cada vez le recordaba más a su padre, a su prometida aunque él no lo supiese, algo le decía que si ellos dos se conocían el amor surgiría al instante. Sabía como era su hija terca, indomable, fuerte, mucho más que algunos varones, muy buena en las artes mágicas aunque no para llegar al nivel de Gran Maestra o Maestra, le faltaba algo importante para eso, la paciencia. Pero estaba seguro que las buenas cualidades que ella mantenía encerradas fuera del alcance de cualquiera, Yrret sería capaz de hacerlas salir. Perdido en sus pensamientos con la vista perdida en un punto indefinido y una sonrisa dibujándose en su rostro al pensar en su hija, evitaba romper el silencio.

El ambiente estaba cargado, nada rompía el ambiente. Ambos sentados en la mesa central solamente pensaban y se miraban sin intercambiar palabra. El tiempo pasaba lentamente y aunque allí no se notase ya se acercaba la media noche. El páramo era un hervidero de criaturas en busca de su presa, el viento que había reinado en los últimos días se desvaneció haciendo que la típica neblina que le cubría empezase a extenderse por todas partes.

De pronto Yrret deja escapar un suspiro, sonríe y mira al anciano. Su rostro esta aliviado es como si estar allí en silencio, pensando y observando lo que le rodeaba le hubiese resuelto tantas dudas que se reflejaban en él antes de entrar allí. Respira profundamente y rompe el silencio entablando conversación.

- Bueno creo que empezaré por lo más sencillo, me puedes explicar que es lo que tenemos ante nuestros ojos.

- Eso es fácil de contar –, el anciano respira profundamente y mira con nostalgia todo a su alrededor, como recogiendo antiguos recuerdos –, todo lo que puedes ver son los conocimientos mágicos, sobre medicina y manuales de enseñanza y de uso de los instrumentos que los Numit recopilaron durante su larga existencia, aunque seguramente no está todo, nunca se sabe. En el laboratorio hay de todo como habrás visto.

- ¿Y los trabajos de mi padre y de mi abuelo? 

- Esos están en la habitación que se encuentra tras aquella puerta –, dijo señalando a la puerta que se encontraba al final de la estancia –, en su mayoría son traducciones, recopilaciones, pero sobre todo datos y más datos sobre los posibles lugares donde se podría encontrar la reliquia más peligrosa que crearon – hizo una ligera pausa –, eso lo podrás ver por ti mismo, si no la has perdido siempre llevas la llave encima.

- ¿La llave?

- Si, siempre la has llevado –, se levantó y se acercó a él, pasando su mano por el cuello levantó la cadena de un colgante, un pequeño dragón de plata –, te lo dio tu padre el mismo día que naciste, es la llave que abre la puerta y cierra todas tus dudas o por lo menos parte de ellas. La otra llave se destruyó en el momento que murió tu padre, él tenía el colgante gemelo a este –. Sus ojos se iluminaron con el recuerdo y una lágrima se asomó a uno de ellos.

- Bueno quiero aclarar algo que sólo… – titubeó, no sabía su nombre, y quería evitar que se pusiese sentimental, pero… – bueno, me puede decir la verdadera razón por la que no se acercó a mi antes, me podría haber enseñado todo lo que sabe, y me habría evitado el vivir dependiendo de mi tía, no es que sea mala persona pero… – abrió los ojos al máximo, de pronto se dio cuenta de la razón por la que su tía le trataba tan secamente, jamás le había mostrado el más mínimo afecto, se había limitado a pasarle una suma de dinero mientras fue menor, mantener las propiedades y poco más, aquellos ojos siempre le miraban con miedo y frialdad. Ahora sabía la razón, le temía por haber nacido el día maldito, el día del eclipse de la luna roja. El silencio de nuevo.

- La verdadera razón dices… – rompió el breve silencio que se había hecho ya que sabía que  Yrret acababa de darse cuenta del porque del comportamiento de su tía –, lo que ya te dije es cierto, tu madre no me dejó acercarme a ti mientras vivió, luego por respeto y para evitar involucrarte en lo que pasaba a mi alrededor, todo eso es cierto, pero también la falta de valor, tenía miedo de enfrentarme a ti de responder tus preguntas, miedo a que rechazases venir aquí y que de pronto deseases ir por el lado oscuro.

- Eso no hubiese pasado, siempre he deseado seguir los pasos de mi padre.

- Creo que deberías ir a descubrir lo que tu padre te dejó, si no encuentras respuestas a todas tu dudas allí yo intentaré responderlas mas tarde.

- Bien, yo también deseo ver lo que se oculta tras esa puerta, ¿usted esperará aquí?

- Sí, ve tranquilo, tengo algo que buscar para ver si puedo… bueno algo que alivie mi malestar cuando salga de aquí.

Yrret comenzó a revisar el lugar con más detenimiento mientras se encaminaba a la puerta. Era sorprendente todo estaba en perfecto orden, las estanterías tenían un pequeño número escrito y al lado en caracteres góticos se especificaba el número de tomos que había en ella y sobre lo que trataban, la que tenía justo delante tenía el número 100 y al lado 45 tomos Defensa Avanzada.

Finalmente llegó a la puerta, la observó con una mezcla de ansiedad y miedo, su mano temblaba levemente. Cerró los ojos y respiró profundamente intentando calmarse.

Fue abriendo los ojos poco a poco, su mano aún temblaba cuando tomó el colgante de su cuello y lo colocó en la cerradura, este encajaba a la perfección, lo empujó levemente y escuchó un sonido metálico, luego un clic y el colgante se soltó de nuevo. La puerta se abrió.

La oscuridad era total sólo rota por la luz que entraba por la abertura de la puerta, Yrret se giró y tomó una de las antorchas que estaban cerca de la puerta. Al entrar la puerta se cerró de nuevo, buscó con la mirada un lugar donde depositar la antorcha pero no fue necesario, ya que la antorcha empezó a apagarse mientras la estancia se iluminaba.

Fue descubriendo lo que se encontraba en aquella habitación, justo en el centro un escritorio de la misma madera que la mesa central de la sala de fuera, las paredes estaban cubiertas por estanterías con libros y pergaminos. Sobre el escritorio un sobre lacrado, un tintero, varias plumas, varios pliegos de pergamino en blanco, un par de libros y un vaso con dos rosas blancas.

Yrret se acercó lentamente a la silla y la retiró con cuidado, se sentó con la duda de si debía o no tocar algo de lo que allí había. Tenía miedo y sentía un fuerte respeto por lo que se encontraba ante él, respeto ya que aquello eran las pertenencias de su padre, miedo por desordenar, por tocar y romper algo de lo que allí había. Pero lo peor era la sensación de no encontrarse lo suficientemente preparado para enfrentar lo que podría descubrir.

Con mano temblorosa tomó el sobre y vio que estaba dirigido a él, una caligrafía hermosa y cursiva dibujaba su nombre en el sobre. Los ojos se le llenaron de lágrimas que poco a poco empezaron a resbalar por su mejilla estrellándose en la pulida madera del escritorio. Soltó el sobre y se cubrió el rostro con sus temblorosas manos intentando ahogar aquel sentimiento de tristeza e impotencia que le llenaba el cuerpo. Poco a poco se fue tranquilizando y tomando el control de la situación. Miró de nuevo todos los objetos que estaban sobre el escritorio y confirmó que no había abrecartas. Abrió uno de los cajones el primero de los tres que había, en su interior un pequeño cuaderno de anotaciones, un frasco con tinta, más pliegos de pergamino y una pequeña caja de madera con un gravado de dragones. La cerradura de plata y la llave de oro.

Tomó el cuaderno para ojearlo pero prácticamente no entendía nada, los números que en el había parecían latitudes y longitudes pero el resto le parecía algo incomprensible por el momento. Lo dejó nuevamente en su lugar.

Abrió el segundo cajón, esta vez encontró lo que buscaba, el abrecartas de platino tenía la forma de una pluma en la que podía leerse su apellido. Dentro del cajón también se encontraban unos frascos con un líquido transparente con un ligero tono rosáceo, en uno de ellos había una etiqueta que ponía Elixir vital  Aceo con esto tendrás para una buena temporada, quién sería ese tal Aceo, podría ser el anciano.

Cerró el cajón y se dispuso a abrir el sobre, estaba intranquilo, inseguro pero estaba claro que tenía que hacerlo tarde o temprano, ya que estaba allí no podía dejarlo.

Casi con lágrimas en los ojos y aún con el ligero temblor en las manos y con los nervios a flor de piel, introdujo el abrecartas en un lateral y abrió el sobre, lentamente sacó varios pliegos escritos con una caligrafía clara de estilo casi gótico. Yrret comenzó a leer y ya se le formaron sólo con la primera línea dos cristalinas gotitas en sus ojos…

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