65 años
después, el desconocido, la revelación
El fuerte viento castigaba los páramos, algo poco
usual aunque no imposible; sólo había que observar los retorcidos y fantasmales
árboles que se extendían en un casi impenetrable muro boscoso a lo largo de
todo lo que alcanzaba a verse.
En el centro de
uno de los pocos claros que tenían más de un centenar de metros, se alzaba una
torre de humo negro que el viento se encargaba de dispersar. El negro humo
surgía de una fogata extraña, ya que el fuego consumía la madera húmeda y las
hierbas pero no se movía por el efecto del viento. A un lado de ella se
encontraba tendido sobre una manta ajada por el uso, un joven de unos
veinticinco años de complexión fuerte, cabello del color de la paja, unos ojos
azul celeste y la tez bronceada por el sol. Jugaba con las briznas de hierba
que sobresalían de debajo de la manta. Parecía cansado e inquieto.
A su lado había
varios manojos de plantas todas ellas diferentes entre sí, y un libro pequeño
casi nuevo, incluso daba la impresión que sus hojas aún estaban en blanco.
Tras largas
horas de trabajo buscando, recoleccionando y clasificando las diferentes
plantas que necesitaba para hacer las medicinas; después de haber matado el
hambre y descansado un poco ya empezaba a impacientarse y a maldecir la hora en
la que se había dejado convencer por Sixel para no llevar él mismo una montura
y dejar que su criado, no, mejor dicho su ayudante, le trajese y le viniese a
recoger. Algo tan sencillo para cualquiera era algo muy complicado para el
inepto de Six.
- Me gustaría
saber si has tenido que ir a las tierras del norte, a Dragonaria, para capturar
un dragón Ar, o te has ido a las islas perdidas en los mares oscuros para
capturar un águila gigante, pues no se tarda tanto en ir a los establos de la
finca y coger una de las monturas que en él hay –. Murmuró en voz alta para
romper la monotonía del silbido del viento y el crujir de las ramas secas.
Yrret conocía
perfectamente aquella zona de los páramos, jamás había intentado adentrarse en
la parte que se conocía con el nombre de Páramo del Sueño, de la que se decía que
el que entraba no salía.
La zona que él
dominaba era una inmensa extensión de árboles de todo tipo, pozos de brea,
aguas sulfurosas, arenas movedizas y pantanos de aguas pestilentes, un paraíso
para las plantas medicinales que él usaba, un infierno para cualquier ser
humano. Además de los peligros propios de la zona añadir las fieras salvajes y
algún que otro monstruo que aún quedaba por la zona.
El páramo se
solía cubrir por un mar de niebla que empezaba a surgir a media tarde y que no
se disipaba hasta casi media mañana, era el efecto de la condensación de la
humedad, de los vapores de la putrefacción y de las aguas sulfurosas, por
suerte el viento estaba evitando que se formase, dando así un respiro, ya que
cuando todo era cubierto por ella solo aquellos acostumbrados a la zona podían
respirar.
La paciencia de
Yrret empezaba a agotarse y la irritabilidad ya era insoportable.
La tarde
avanzaba y la hora maldita en la que las alimañas y fieras comenzarían su ronda
buscando alimento se acercaba, y esto era algo que no le tranquilizaba en
absoluto, sabía que no le atacarían de forma inmediata, pero si permanecía allí
más tiempo del necesario era muy factible que su cuerpo fuese parte del menú de
los seres que por allí habitaban.
Su magia de
ataque era casi inexistente, no se había desarrollado como debería ya que al
morir su padre su madre se negó en rotundo a que siguiese el camino de éste, el
de convertirse en Gran Maestro. Ella le enseñó todo sobre la medicina natural y
magia curativa, nada más. Ella también podía usar magia, pero evitaba en lo
posible usarla, nunca supo el motivo pero la detestaba. Él sólo era capaz de
usar en un alto nivel de magia defensiva, si tan solo su padre no hubiese
muerto antes de enseñarle el conjuro de movimiento en el espacio, podría ir a
cualquier lugar sin necesidad de usar monturas o de esperar a otros.
- Six, maldito
seas. Si tengo que pasar la noche aquí… Si es que no voy a aprender nunca, como
he podido ser tan ingenuo y dejarme convencer, maldita sea… – maldecía y
murmuraba sin darse cuenta que no estaba totalmente solo.
Un anciano
llevaba un buen rato observándolo en completo silencio. Sudaba copiosamente y
en sus ojos semiocultos por la capucha de su vestimenta se podían ver reflejadas
la fatiga y la sombra de la muerte. No podía esperar mucho más tenía que hablar
con Yrret como fuese, hacía mucho que tenía que haberlo hecho; ya no le quedaba
mucho tiempo, lo sabía, lo presentía, quizás ya fuese tarde y no pudiese contar
todo lo que había que contar, se ceñiría a lo más importante.
Fuese como fuese
tenía que hablar con aquel joven, lo había prometido tras la muerte de Yram,
aunque se había retrasado demasiado. Ahora tendría que enfrentarse a un Yrret
adulto y a una infinidad de reproches y preguntas que no sabía si sería capaz
de responder.
El cansancio
acumulado de varios días, dejó al fin notar su presencia y su efecto, perdió el
equilibrio y cayó.
El ruido alertó al
joven que de un salto se puso en posición de defensa, y observaba todo a su
alrededor.
- ¿Six eres tú?...
¿Quién anda ahí? Da la cara –. La voz fuerte y firme indicando que estaba
preparado para lo que fuese.
- No temas –,
balbuceó el anciano con la voz quebradiza por el cansancio y el dolor del golpe,
a la vez que se apoyaba lentamente contra el tronco del árbol en el que se había
golpeado al caer –, no podría hacerte
daño aunque quisiese. Si haces el favor de acercarte y ayudarme a levantarme, estoy
demasiado viejo y cansado como para intentar hacerlo yo –. Dijo pausadamente
con la voz cada vez más cansada y rota, apartando de su cabeza la capucha de la
capa.
- ¿Quién eres? –
Volvió a preguntar encaminándose hacia el lugar de donde provenía aquella voz.
- De momento
confórmate con saber que soy un amigo de tu padre y de tu abuelo… – la voz se
rompió por un quejido de dolor.
Yrret estaba
asombrado tenía un sexto sentido para detectar o presentir a otros seres vivos
en las cercanías pero con esta persona, que dado como hablaba y lo que decía debía
ser un anciano, le había fallado por completo, y la sorpresa fue a mayor cuando
vio la vestimenta que llevaba éste.
Tenía el cabello
blanco como la nieve y largo hasta los hombros, los enjutos ojos eran grises y
el rostro surcado de arrugas. Llevaba un pantalón gris perla y una camisa del
mismo color, sobre los hombros una capa con capucha de un gris más oscuro, pero
lo que le llamó más la atención fue el bordado, dos dragones enfrentados portando
un círculo con el signo del infinito en su interior. Las manos estaban
cubiertas por unos guantes sin dedos y en ambos una luna roja.
- ¿Pero?, no, no
puede ser… ¡un miembro de la Orden de los Dragones Infinitos!; cómo es posible
pensaba que la orden a la que pertenecía mi padre había desaparecido con su
muerte –. El tono de incredulidad era evidente y el asombro mayúsculo.
- Ya ves que no,
aún quedo yo y algún que otro miembro – dijo tomando la mano del joven e incorporándose
–; por cierto, no desaparecimos, durante un tiempo nos reuníamos en lo más
profundo del páramo, luego decidimos no volver a reunirnos a no ser que fuese
de vital importancia o realmente necesario –. Puntualizó el anciano mirándole a
los ojos, para luego con una leve mueca de dolor reflejada en el rostro sacudir
sus ropas.
- ¡En el Páramo
del Sueño! –, exclamó atónito –, y se puede saber cómo es que me ha encontrado.
- Si ahí mismo –,
respondió con una débil sonrisa –, a lo otro es fácil responder, eres hombre de
costumbres igual que tu padre, vienes aquí todos los meses a reponer lo que has
usado... – un ataque de tos le interrumpe y se sienta para intentar calmarse –,
además he seguido toda tu trayectoria desde que murió tu padre –. Un silencio
incómodo se produce pero Yrret espera que el anciano continúe –. Él me pidió
que hablase contigo y te enseñase todo si algo le sucedía, además de llevarte a
cierto lugar que tenemos que visitar sin falta, si es que tu quieres ser el
último de la orden de los Dragones Infinitos.
- Pe…pero,
cómo…por qué… por qué esperó tanto… hubo algo que se lo impidió… sólo quiero
saber…saber que pasó realmente… – las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos,
se giró, se dejó caer de rodillas y cubriendo su cara con sus manos dejó salir
aquello que llevaba dentro desde hacía tanto tiempo, aquella angustia, aquel
dolor por la pérdida, aquella desesperación por conocer la verdad.
- Bueno –,
suspiró el anciano inclinando la cabeza intentando no mirar al joven –, ya
sabes como era tu madre, detestaba la magia aunque la sabía usar, cuando… – y
empieza a recordar...
“- Annie no seas
así, sabes que es lo que Yram quería…
- No me importa
en absoluto; Aceo aléjate de mi hijo y de mi, jamás permitiré que aprenda algo
que en parte fue la causa de la muerte de su padre… – empieza a llorar.
- Annie sabes
que la magia no tuvo nada que ver con eso, fue asesinado por los que buscan…
- Calla de una
maldita vez, si hubiese dejado todo eso cuando nos casamos, como le pedí, ahora
estaría vivo –, su voz enardecida por la rabia se quebraba por las lágrimas y
el dolor del recuerdo –, no vuelvas a buscar a mi hijo para enseñarle magia,
será médico igual que yo y no se hable más.
- Sabes que
tiene un gran potencial, sabes que es el niño que resolverá las calamidades que
se están produciendo, sabes que es el que la encontrará, su destino quedó
marcado el día de su nacimiento al igual que el de su prometida, mi hija, ambos
nacieron en el preciso instante que se producía el eclipse de la luna roja algo
que sólo pasa una vez cada mil años, sabes que ambos pueden destruir el mundo
conocido si no se les adiestra como es debido…
- He dicho que
te calles, todo eso son imaginaciones de ese grupo de alocados viejos
decrépitos, que creen en supercherías y leyendas, y en el que por desgracia
estáis metidos… y encima quieres que te entregue a mi hijo para que le laves el
cerebro… eso jamás. Yo no creo en nada de eso y las calamidades de las que
hablas las causamos nosotros mismos…
- Annie por
favor, no digas eso –, la interrumpió –, jamás he pensado en lavarle nada al
pobre crío, tu esposo le enseñaba defensa y curación mágica por que aprenda lo
que falta no es lavarle el cerebro, y no tiene por que saber que está prometido
desde el mismo momento de su nacimiento, no pensaba decirle nada, con que se
conozcan es suficiente creo que el destino hará el resto.
- Que el destino
hará el resto, serás… márchate de aquí y no vuelvas nunca –. Grita mientras
cierra la puerta de golpe dejando a Aceo con la boca abierta listo para
responder.”
- No puedo
decirle nada de esto, ni mi nombre de momento –, pensó Aceo mirándole en
silencio.
- ¿Qué? No te
pares continua de una buena vez –. Dijo volteando el rostro sobre su hombro.
- Bueno tu madre
le pidió a tu padre que dejase la magia cuando se casaron pero él no lo hizo y
siempre le guardó un poco de rencor por eso, cuando me ofrecí a enseñarte ella
se negó y yo no insistí, decidí aplazar el momento...
- Pero mi madre
murió hace casi diez años –, gritó Yrret interrumpiéndole, enfadado y
desafiante a la vez, girándose para estar frente a frente con el anciano –,
pudiste haberme hablado entonces...
- No me
interrumpas y déjame continuar –, espetó el anciano seriamente y con un tono de
disgusto en su voz –, como te decía decidí aplazar el momento, y cuando ella
murió por respeto a tu dolor no quise abordarte, mas siendo un completo
desconocido, luego lo fui dejando por miedo. Es muy fácil presentarse ante un
niño ávido de conocimiento, pero me aterraba la idea de hacer lo mismo ante un
adolescente o un jovencito, además me han estado siguiendo, aún no sé quien pero
podrían ser los mismos que mataron a tu padre, y no…
- ¿Cómo? Te he
oído bien, ¿mataron a mi padre?
- Ya dije de
más… sí, Yram fue asesinado, por eso mismo no quise involucrarte.
- Pero… – Yrret
no pudo continuar, su voz se apagó, las lágrimas volvían a sus ojos, sentado
sobre sus talones inclinó lentamente la cabeza, dejando escapar un leve
susurro, - ¿por qué?
- No sé si sabes
que tu padre, igual que tu abuelo antes que él, estuvo buscando la Corona de los Sueños, si no
lo sabías ahora lo sabes, la historia de la corona ya la descubrirás cuando sea
el momento, lo que importa es que tu padre estaba sobre la pista a punto de
encontrarla, también lo sabían la orden contraria a la nuestra, siempre
rivales, siempre enemigos. Poco antes de emprender viaje al lugar en el que
estaba seguro la encontraría, murió en un extraño accidente. Después la orden
decidió disolverse aunque mantuvimos el contacto, reuniéndonos de cuando en
cuando en el Páramo del Sueño, en un lugar que guarda todo lo necesario para
que aprendas lo que debes aprender, y descubras lo que debes descubrir, si es
que quieres.
- Me dejas
atónito no puedo creer lo que me dices, y a la vez ardo en deseos de saber más,
de conocer lo que en realidad le sucedió
a mi padre… – el batir de unas alas les interrumpen, era Six que llegaba
montando un águila gigante de un negro intenso con las alas blancas –, bueno ya
era hora, pero es inevitable o no llega o cuando lo hace es de lo más
inoportuno –. Suspira a la vez que resignado se pone en píe mientras sacude su
cabeza dando a entender que no tiene remedio –. Ahora qué hacemos, lo dejamos
para otra oportunidad o él puede venir –. Interroga mientras mira fijamente al
anciano a los ojos.
- Eso como tu
quieras, pero ten en cuenta que estoy en las últimas, y no sé si podré
sobrevivir mucho más tiempo, no sería recomendable aplazarlo mucho más tiempo;
por otro lado en principio, sólo tu puedes conocer el lugar, nadie, entiéndelo
bien, nadie que no sea de tu plena confianza o de la orden puede saber donde
está.
- ¡Dioses! La verdad
no sé qué hacer… quiero saber, pero tampoco puedo garantizar que él sea de
plena confianza, aún no.
- Si quieres yo
puedo hacer que regrese, incluso que olvide que tenía que venir aquí a buscarte.
- ¿En serio? Pues
creo que será lo mejor.
El anciano, sin
dudarlo un segundo, se giró hacia el lugar donde el águila estaba posando sus
garras, levantó su brazo izquierdo y apuntando con su dedo a la cabeza de Six
dijo: Olvida todo
aquello que Yrret te pidiese hoy y Regresa por donde has venido. El águila apenas si terminaba de cerrar sobre su
cuerpo sus grandes alas, cuando Six tiró nuevamente de las riendas haciendo que
elevase el vuelo de nuevo y en pocos minutos desaparecían en el horizonte.
- Listo –, dijo,
mirando a Yrret y notando en su rostro la preocupación –, tranquilo no le
pasará nada, sólo olvidará lo relacionado con esta salida y lo que le pidieses
que hiciese hoy para ti, ya podemos irnos si quieres, estaremos un par de horas
como mínimo para llegar.
- En marcha pues
– respondió más tranquilo –, apenas nos queda una hora de luz –, dijo mirando
el cielo que empezaba a teñirse con los colores del ocaso.
Emprendieron el
camino, Yrret seguía al anciano sin perder detalle de todo, intentando recordar
cada recodo, cada nudo en el tronco del árbol junto al que acababan de pasar,
alerta por si alguna fiera o alimaña se les acercaba. No sabía muy bien hacia
donde se dirigían, el páramo de por sí a aquellas tardías horas era peligroso,
y el Páramo del Sueño era un lugar inhóspito y totalmente desconocido para él.
Caminaron en silencio por una media hora pero Yrret no podía aguantar más, le
estaba dando vueltas a algo y tenía que saberlo.
- ¿Puedo hacerle
una pregunta?
- Y que crees
qué estás haciendo, vamos habla que si puedo te responderé.
- Bueno, dijo
que íbamos a ese lugar, pero dónde se encuentra exactamente.
- Eso es fácil –,
dijo mientras sonreía, aunque en su rostro se reflejaba el cansancio –, vamos a
lo más profundo del Páramo del Sueño, a su centro para ser más exactos. Allí
hay una gruta en la que se encuentra una gran sala, ahí es a donde vamos. Todo
lo que tu abuelo descubrió está guardado en ese lugar, cuando lleguemos ya lo
descubrirás.
- Bien pues toca
esperar, pero… cómo es que nadie ha llegado ahí antes, sé que en el mismo
centro del páramo hay criaturas y cosas peligrosas pero…
- La entrada
está protegida por medio de la magia, sólo aquellos que saben lo que buscan y
cual es le hechizo pueden dar con ella.
- Por lo que veo
esto no va a ser ningún paseo.
De nuevo el
silencio, roto solamente por los ruidos del entorno, la noche empezaba a cubrir
con su manto el lugar y los seres que en el moraban empezaban a rondar en busca
de una presa. El anciano continuaba, cada vez dando signos de mayor cansancio.
Cuando la oscuridad fue total alzando su mano susurró, más que otra cosa, Esfera de Luz y una bola blanca apareció
sobre su mano, unos segundos después comenzaba a brillar produciendo una luz blanca
con una luminosidad igual o superior a la de la luz solar.
- ¿Aún falta
mucho? Este camino cada vez es peor –, dijo Yrret con voz cansada –, casi no se
nota lo que hemos andado y ya llevamos unas dos horas de camino.
- No te
impacientes estamos a punto de llegar. Debes saber una cosa, aquí es mucho
mejor no saber lo que se ha andado, eso es una auténtica ventaja ya que
cualquier incauto perdería las esperanzas de encontrar lo que esté buscando y
se daría por vencido.
- No lo niego
pero después de un día como el que he tenido…
- No te quejes
que ya hemos llegado –, el anciano se detiene ante un pequeño promontorio de
roca basáltica cubierto de matorrales, al lado izquierdo un enorme árbol caído
dibuja con sus ramas una especie de rostro tétrico –, Muestra aquello que está oculto –, dice alzando su mano derecha y
apuntando justo al centro del promontorio, sólo unos segundos después aparece
una especie de entrada como una pequeña cueva –, ya está, entremos y ten
cuidado hay un pequeño escalón en la entrada –, le dice mientras sonríe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario