sábado, 27 de junio de 2015


65 años después, el desconocido, la revelación

 

El fuerte viento castigaba los páramos, algo poco usual aunque no imposible; sólo había que observar los retorcidos y fantasmales árboles que se extendían en un casi impenetrable muro boscoso a lo largo de todo lo que alcanzaba a verse.

En el centro de uno de los pocos claros que tenían más de un centenar de metros, se alzaba una torre de humo negro que el viento se encargaba de dispersar. El negro humo surgía de una fogata extraña, ya que el fuego consumía la madera húmeda y las hierbas pero no se movía por el efecto del viento. A un lado de ella se encontraba tendido sobre una manta ajada por el uso, un joven de unos veinticinco años de complexión fuerte, cabello del color de la paja, unos ojos azul celeste y la tez bronceada por el sol. Jugaba con las briznas de hierba que sobresalían de debajo de la manta. Parecía cansado e inquieto.

A su lado había varios manojos de plantas todas ellas diferentes entre sí, y un libro pequeño casi nuevo, incluso daba la impresión que sus hojas aún estaban en blanco.

Tras largas horas de trabajo buscando, recoleccionando y clasificando las diferentes plantas que necesitaba para hacer las medicinas; después de haber matado el hambre y descansado un poco ya empezaba a impacientarse y a maldecir la hora en la que se había dejado convencer por Sixel para no llevar él mismo una montura y dejar que su criado, no, mejor dicho su ayudante, le trajese y le viniese a recoger. Algo tan sencillo para cualquiera era algo muy complicado para el inepto de Six.

- Me gustaría saber si has tenido que ir a las tierras del norte, a Dragonaria, para capturar un dragón Ar, o te has ido a las islas perdidas en los mares oscuros para capturar un águila gigante, pues no se tarda tanto en ir a los establos de la finca y coger una de las monturas que en él hay –. Murmuró en voz alta para romper la monotonía del silbido del viento y el crujir de las ramas secas.

Yrret conocía perfectamente aquella zona de los páramos, jamás había intentado adentrarse en la parte que se conocía con el nombre de Páramo del Sueño, de la que se decía que el que entraba no salía.

La zona que él dominaba era una inmensa extensión de árboles de todo tipo, pozos de brea, aguas sulfurosas, arenas movedizas y pantanos de aguas pestilentes, un paraíso para las plantas medicinales que él usaba, un infierno para cualquier ser humano. Además de los peligros propios de la zona añadir las fieras salvajes y algún que otro monstruo que aún quedaba por la zona.

El páramo se solía cubrir por un mar de niebla que empezaba a surgir a media tarde y que no se disipaba hasta casi media mañana, era el efecto de la condensación de la humedad, de los vapores de la putrefacción y de las aguas sulfurosas, por suerte el viento estaba evitando que se formase, dando así un respiro, ya que cuando todo era cubierto por ella solo aquellos acostumbrados a la zona podían respirar.

La paciencia de Yrret empezaba a agotarse y la irritabilidad ya era insoportable.

La tarde avanzaba y la hora maldita en la que las alimañas y fieras comenzarían su ronda buscando alimento se acercaba, y esto era algo que no le tranquilizaba en absoluto, sabía que no le atacarían de forma inmediata, pero si permanecía allí más tiempo del necesario era muy factible que su cuerpo fuese parte del menú de los seres que por allí habitaban.

Su magia de ataque era casi inexistente, no se había desarrollado como debería ya que al morir su padre su madre se negó en rotundo a que siguiese el camino de éste, el de convertirse en Gran Maestro. Ella le enseñó todo sobre la medicina natural y magia curativa, nada más. Ella también podía usar magia, pero evitaba en lo posible usarla, nunca supo el motivo pero la detestaba. Él sólo era capaz de usar en un alto nivel de magia defensiva, si tan solo su padre no hubiese muerto antes de enseñarle el conjuro de movimiento en el espacio, podría ir a cualquier lugar sin necesidad de usar monturas o de esperar a otros.

- Six, maldito seas. Si tengo que pasar la noche aquí… Si es que no voy a aprender nunca, como he podido ser tan ingenuo y dejarme convencer, maldita sea… – maldecía y murmuraba sin darse cuenta que no estaba totalmente solo.

Un anciano llevaba un buen rato observándolo en completo silencio. Sudaba copiosamente y en sus ojos semiocultos por la capucha de su vestimenta se podían ver reflejadas la fatiga y la sombra de la muerte. No podía esperar mucho más tenía que hablar con Yrret como fuese, hacía mucho que tenía que haberlo hecho; ya no le quedaba mucho tiempo, lo sabía, lo presentía, quizás ya fuese tarde y no pudiese contar todo lo que había que contar, se ceñiría a lo más importante.

Fuese como fuese tenía que hablar con aquel joven, lo había prometido tras la muerte de Yram, aunque se había retrasado demasiado. Ahora tendría que enfrentarse a un Yrret adulto y a una infinidad de reproches y preguntas que no sabía si sería capaz de responder.

El cansancio acumulado de varios días, dejó al fin notar su presencia y su efecto, perdió el equilibrio y cayó.

El ruido alertó al joven que de un salto se puso en posición de defensa, y observaba todo a su alrededor.

- ¿Six eres tú?... ¿Quién anda ahí? Da la cara –. La voz fuerte y firme indicando que estaba preparado para lo que fuese.

- No temas –, balbuceó el anciano con la voz quebradiza por el cansancio y el dolor del golpe, a la vez que se apoyaba lentamente contra el tronco del árbol en el que se había golpeado al caer –, no  podría hacerte daño aunque quisiese. Si haces el favor de acercarte y ayudarme a levantarme, estoy demasiado viejo y cansado como para intentar hacerlo yo –. Dijo pausadamente con la voz cada vez más cansada y rota, apartando de su cabeza la capucha de la capa.

- ¿Quién eres? – Volvió a preguntar encaminándose hacia el lugar de donde provenía aquella voz.

- De momento confórmate con saber que soy un amigo de tu padre y de tu abuelo… – la voz se rompió por un quejido de dolor.

Yrret estaba asombrado tenía un sexto sentido para detectar o presentir a otros seres vivos en las cercanías pero con esta persona, que dado como hablaba y lo que decía debía ser un anciano, le había fallado por completo, y la sorpresa fue a mayor cuando vio la vestimenta que llevaba éste.

Tenía el cabello blanco como la nieve y largo hasta los hombros, los enjutos ojos eran grises y el rostro surcado de arrugas. Llevaba un pantalón gris perla y una camisa del mismo color, sobre los hombros una capa con capucha de un gris más oscuro, pero lo que le llamó más la atención fue el bordado, dos dragones enfrentados portando un círculo con el signo del infinito en su interior. Las manos estaban cubiertas por unos guantes sin dedos y en ambos una luna roja.

- ¿Pero?, no, no puede ser… ¡un miembro de la Orden de los Dragones Infinitos!; cómo es posible pensaba que la orden a la que pertenecía mi padre había desaparecido con su muerte –. El tono de incredulidad era evidente y el asombro mayúsculo.

- Ya ves que no, aún quedo yo y algún que otro miembro – dijo tomando la mano del joven e incorporándose –; por cierto, no desaparecimos, durante un tiempo nos reuníamos en lo más profundo del páramo, luego decidimos no volver a reunirnos a no ser que fuese de vital importancia o realmente necesario –. Puntualizó el anciano mirándole a los ojos, para luego con una leve mueca de dolor reflejada en el rostro sacudir sus ropas.

- ¡En el Páramo del Sueño! –, exclamó atónito –, y se puede saber cómo es que me ha encontrado.

- Si ahí mismo –, respondió con una débil sonrisa –, a lo otro es fácil responder, eres hombre de costumbres igual que tu padre, vienes aquí todos los meses a reponer lo que has usado... – un ataque de tos le interrumpe y se sienta para intentar calmarse –, además he seguido toda tu trayectoria desde que murió tu padre –. Un silencio incómodo se produce pero Yrret espera que el anciano continúe –. Él me pidió que hablase contigo y te enseñase todo si algo le sucedía, además de llevarte a cierto lugar que tenemos que visitar sin falta, si es que tu quieres ser el último de la orden de los Dragones Infinitos.

- Pe…pero, cómo…por qué… por qué esperó tanto… hubo algo que se lo impidió… sólo quiero saber…saber que pasó realmente… – las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, se giró, se dejó caer de rodillas y cubriendo su cara con sus manos dejó salir aquello que llevaba dentro desde hacía tanto tiempo, aquella angustia, aquel dolor por la pérdida, aquella desesperación por conocer la verdad.

- Bueno –, suspiró el anciano inclinando la cabeza intentando no mirar al joven –, ya sabes como era tu madre, detestaba la magia aunque la sabía usar, cuando… – y empieza a recordar...

“- Annie no seas así, sabes que es lo que Yram quería…

- No me importa en absoluto; Aceo aléjate de mi hijo y de mi, jamás permitiré que aprenda algo que en parte fue la causa de la muerte de su padre… – empieza a llorar.

- Annie sabes que la magia no tuvo nada que ver con eso, fue asesinado por los que buscan…

- Calla de una maldita vez, si hubiese dejado todo eso cuando nos casamos, como le pedí, ahora estaría vivo –, su voz enardecida por la rabia se quebraba por las lágrimas y el dolor del recuerdo –, no vuelvas a buscar a mi hijo para enseñarle magia, será médico igual que yo y no se hable más.

- Sabes que tiene un gran potencial, sabes que es el niño que resolverá las calamidades que se están produciendo, sabes que es el que la encontrará, su destino quedó marcado el día de su nacimiento al igual que el de su prometida, mi hija, ambos nacieron en el preciso instante que se producía el eclipse de la luna roja algo que sólo pasa una vez cada mil años, sabes que ambos pueden destruir el mundo conocido si no se les adiestra como es debido…

- He dicho que te calles, todo eso son imaginaciones de ese grupo de alocados viejos decrépitos, que creen en supercherías y leyendas, y en el que por desgracia estáis metidos… y encima quieres que te entregue a mi hijo para que le laves el cerebro… eso jamás. Yo no creo en nada de eso y las calamidades de las que hablas las causamos nosotros mismos…

- Annie por favor, no digas eso –, la interrumpió –, jamás he pensado en lavarle nada al pobre crío, tu esposo le enseñaba defensa y curación mágica por que aprenda lo que falta no es lavarle el cerebro, y no tiene por que saber que está prometido desde el mismo momento de su nacimiento, no pensaba decirle nada, con que se conozcan es suficiente creo que el destino hará el resto.

- Que el destino hará el resto, serás… márchate de aquí y no vuelvas nunca –. Grita mientras cierra la puerta de golpe dejando a Aceo con la boca abierta listo para responder.”

- No puedo decirle nada de esto, ni mi nombre de momento –, pensó Aceo mirándole en silencio. 

- ¿Qué? No te pares continua de una buena vez –. Dijo volteando el rostro sobre su hombro.

- Bueno tu madre le pidió a tu padre que dejase la magia cuando se casaron pero él no lo hizo y siempre le guardó un poco de rencor por eso, cuando me ofrecí a enseñarte ella se negó y yo no insistí, decidí aplazar el momento...

- Pero mi madre murió hace casi diez años –, gritó Yrret interrumpiéndole, enfadado y desafiante a la vez, girándose para estar frente a frente con el anciano –, pudiste haberme hablado entonces...    

- No me interrumpas y déjame continuar –, espetó el anciano seriamente y con un tono de disgusto en su voz –, como te decía decidí aplazar el momento, y cuando ella murió por respeto a tu dolor no quise abordarte, mas siendo un completo desconocido, luego lo fui dejando por miedo. Es muy fácil presentarse ante un niño ávido de conocimiento, pero me aterraba la idea de hacer lo mismo ante un adolescente o un jovencito, además me han estado siguiendo, aún no sé quien pero podrían ser los mismos que mataron a tu padre, y no…

- ¿Cómo? Te he oído bien, ¿mataron a mi padre?

- Ya dije de más… sí, Yram fue asesinado, por eso mismo no quise involucrarte.

- Pero… – Yrret no pudo continuar, su voz se apagó, las lágrimas volvían a sus ojos, sentado sobre sus talones inclinó lentamente la cabeza, dejando escapar un leve susurro, - ¿por qué?

- No sé si sabes que tu padre, igual que tu abuelo antes que él, estuvo buscando la Corona de los Sueños, si no lo sabías ahora lo sabes, la historia de la corona ya la descubrirás cuando sea el momento, lo que importa es que tu padre estaba sobre la pista a punto de encontrarla, también lo sabían la orden contraria a la nuestra, siempre rivales, siempre enemigos. Poco antes de emprender viaje al lugar en el que estaba seguro la encontraría, murió en un extraño accidente. Después la orden decidió disolverse aunque mantuvimos el contacto, reuniéndonos de cuando en cuando en el Páramo del Sueño, en un lugar que guarda todo lo necesario para que aprendas lo que debes aprender, y descubras lo que debes descubrir, si es que quieres.

- Me dejas atónito no puedo creer lo que me dices, y a la vez ardo en deseos de saber más, de conocer  lo que en realidad le sucedió a mi padre… – el batir de unas alas les interrumpen, era Six que llegaba montando un águila gigante de un negro intenso con las alas blancas –, bueno ya era hora, pero es inevitable o no llega o cuando lo hace es de lo más inoportuno –. Suspira a la vez que resignado se pone en píe mientras sacude su cabeza dando a entender que no tiene remedio –. Ahora qué hacemos, lo dejamos para otra oportunidad o él puede venir –. Interroga mientras mira fijamente al anciano a los ojos.

- Eso como tu quieras, pero ten en cuenta que estoy en las últimas, y no sé si podré sobrevivir mucho más tiempo, no sería recomendable aplazarlo mucho más tiempo; por otro lado en principio, sólo tu puedes conocer el lugar, nadie, entiéndelo bien, nadie que no sea de tu plena confianza o de la orden puede saber donde está.

- ¡Dioses! La verdad no sé qué hacer… quiero saber, pero tampoco puedo garantizar que él sea de plena confianza, aún no.

- Si quieres yo puedo hacer que regrese, incluso que olvide que tenía que venir aquí a buscarte.

- ¿En serio? Pues creo que será lo mejor.

El anciano, sin dudarlo un segundo, se giró hacia el lugar donde el águila estaba posando sus garras, levantó su brazo izquierdo y apuntando con su dedo a la cabeza de Six dijo: Olvida todo aquello que Yrret te pidiese hoy y Regresa por donde has venido. El águila apenas si terminaba de cerrar sobre su cuerpo sus grandes alas, cuando Six tiró nuevamente de las riendas haciendo que elevase el vuelo de nuevo y en pocos minutos desaparecían en el horizonte.

- Listo –, dijo, mirando a Yrret y notando en su rostro la preocupación –, tranquilo no le pasará nada, sólo olvidará lo relacionado con esta salida y lo que le pidieses que hiciese hoy para ti, ya podemos irnos si quieres, estaremos un par de horas como mínimo para llegar.

- En marcha pues – respondió más tranquilo –, apenas nos queda una hora de luz –, dijo mirando el cielo que empezaba a teñirse con los colores del ocaso.

Emprendieron el camino, Yrret seguía al anciano sin perder detalle de todo, intentando recordar cada recodo, cada nudo en el tronco del árbol junto al que acababan de pasar, alerta por si alguna fiera o alimaña se les acercaba. No sabía muy bien hacia donde se dirigían, el páramo de por sí a aquellas tardías horas era peligroso, y el Páramo del Sueño era un lugar inhóspito y totalmente desconocido para él. Caminaron en silencio por una media hora pero Yrret no podía aguantar más, le estaba dando vueltas a algo y tenía que saberlo.

- ¿Puedo hacerle una pregunta?

- Y que crees qué estás haciendo, vamos habla que si puedo te responderé.

- Bueno, dijo que íbamos a ese lugar, pero dónde se encuentra exactamente.

- Eso es fácil –, dijo mientras sonreía, aunque en su rostro se reflejaba el cansancio –, vamos a lo más profundo del Páramo del Sueño, a su centro para ser más exactos. Allí hay una gruta en la que se encuentra una gran sala, ahí es a donde vamos. Todo lo que tu abuelo descubrió está guardado en ese lugar, cuando lleguemos ya lo descubrirás.

- Bien pues toca esperar, pero… cómo es que nadie ha llegado ahí antes, sé que en el mismo centro del páramo hay criaturas y cosas peligrosas pero…

- La entrada está protegida por medio de la magia, sólo aquellos que saben lo que buscan y cual es le hechizo pueden dar con ella.

- Por lo que veo esto no va a ser ningún paseo.

De nuevo el silencio, roto solamente por los ruidos del entorno, la noche empezaba a cubrir con su manto el lugar y los seres que en el moraban empezaban a rondar en busca de una presa. El anciano continuaba, cada vez dando signos de mayor cansancio. Cuando la oscuridad fue total alzando su mano susurró, más que otra cosa, Esfera de Luz y una bola blanca apareció sobre su mano, unos segundos después comenzaba a brillar produciendo una luz blanca con una luminosidad igual o superior a la de la luz solar.

- ¿Aún falta mucho? Este camino cada vez es peor –, dijo Yrret con voz cansada –, casi no se nota lo que hemos andado y ya llevamos unas dos horas de camino.

- No te impacientes estamos a punto de llegar. Debes saber una cosa, aquí es mucho mejor no saber lo que se ha andado, eso es una auténtica ventaja ya que cualquier incauto perdería las esperanzas de encontrar lo que esté buscando y se daría por vencido.

- No lo niego pero después de un día como el que he tenido…

- No te quejes que ya hemos llegado –, el anciano se detiene ante un pequeño promontorio de roca basáltica cubierto de matorrales, al lado izquierdo un enorme árbol caído dibuja con sus ramas una especie de rostro tétrico –, Muestra aquello que está oculto –, dice alzando su mano derecha y apuntando justo al centro del promontorio, sólo unos segundos después aparece una especie de entrada como una pequeña cueva –, ya está, entremos y ten cuidado hay un pequeño escalón en la entrada –, le dice mientras sonríe.

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