martes, 31 de marzo de 2015

La corona de los sueños


Tras varios siglos después de su desaparición, sus reliquias vuelven a causar intriga, envidias, codicia y sueños de grandeza, tras ser descubiertas después de años de investigaciones.

La desaparición de uno de estos objetos y el nacimiento de Los Hijos del Eclipse pone en marcha el caótico engranaje que llevará a los protagonistas a desenlaces inesperados; odio, amor y amistad se mezclaran por diferentes caminos.

Un mundo medieval en el que la paz se consigue por medio de la espada y la magia, y donde los dioses son caprichosos sean de la oscuridad o de la luz, solo buscando su permanencia y no ser olvidados.

 
Nota: es un escrito original.
 



 
Prólogo

 

El descubrimiento

 

Transcurría un cálido día, los rayos del sol inundaban las ruinas del templo. Un templo Numit, uno de los muchos que acogieron a la ahora olvidada y casi desconocida orden numitiana. Las ruinas se encontraban rodeadas por un bosquecillo de árboles de cristal, abedules, acacias y un sinfín de arbustos y plantas trepadoras.

El gran edificio, que ya no se encontraba bajo la protección de la magia que algún día le rodeaba, empezaba a ser invadido por las plantas trepadoras y las hierbas; aunque todavía podían observarse las líneas arquitectónicas de la bella construcción, quizás, el esplendor que se rumoreaba había tenido la construcción, ya hubiese desaparecido por los efectos del tiempo, la lluvia y el aire. 

En su interior explorándolo, quizás en busca de algo insólito o de algo que no hubiese sido espoliado por los saqueadores, se encontraba un hombre que rebuscaba por doquier, en apariencia sin resultado alguno.

Un hombre alto y de complexión fuerte, cualquiera que le viese se pensaría dos veces enfrentarse abiertamente a él. Aparentaba rondar los cuarenta aunque la piel de su faz estaba tersa y bien cuidada. Un bigote y una perilla muy bien arreglados adornaban su rostro; el pelo, largo y recogido en una cola que caía sobre sus hombros, era dorado como el oro. Sus penetrantes ojos azules no perdían detalle de nada que le rodease.

Vestía un pantalón negro ceñido, marcando sus músculos, una holgada camisa blanca cubría su fornido torso. En la espalda bordado en negro y oro había un extraño símbolo, dos dragones enfrentados sostenían en sus garras delanteras un círculo con el infinito (∞) suspendido en su interior. En el bolsillo de la camisa había bordada una luna roja.

No muy lejos, bajo la sombra de un árbol, se encontraba una mujer muy hermosa. Su blanca piel contrastaba con sus negros ojos y su plateado cabello, el cual caía en tirabuzones hasta llegar a la altura de la cintura. Su figura delicada como la más preciada porcelana, estaba cubierta por un vestido largo de seda y tul de un azul celeste, que dejaba entrever las curvas de aquella mujer. Junto a ella un bebé de poco más de un año jugueteaba tumbado en la hierba. El rostro de la mujer mostraba el cansancio.

- Jan, esto es inútil –. Dijo ella poniéndose en pie y avanzando unos pasos para que el hombre pudiese oírla sin tener que alzar la voz –. Llevas horas aquí y no has encontrado nada…  – hizo una leve pausa para mirar a su esposo –, ni siquiera una simple estatua o un cáliz – suspiró –, el niño está cansado y yo también, vayámonos –, dijo en tono suplicante –, querido, creo que no vas a encontrar nada de nada.

- No seas impaciente, todos los datos que he podido recoger en mis investigaciones y viajes visitando las otras ruinas, indican que tiene que estar aquí –. Replicó él mientras la miraba y le brindaba una luminosa sonrisa.

- Es tanto el entusiasmo y el deseo que te invade, que no ves más allá de lo que es evidente –. Dijo ella con reproche y un pequeño deje de ira se dibujaba en su voz –. Aquí no hay más que muros,  piedras, madera y plantas, pero no vas a encontrar ninguna puerta secreta y mucho menos una biblioteca, todo está semiderruido o lo estará pronto. Déjalo ya, por favor.

- Sí querida, sí, como quieras Selin, pero ya que estamos aquí, terminaré lo que me falta no me llevará más de diez o quince minutos.

- De acuerdo, pero date un poco más de prisa, estoy agotada.

Él no respondió, continuó enfrascado en su búsqueda. Mientras ella regresada de nuevo al lado del bebé que continuaba jugando con un pequeño ramillete de plumas de colores.

Unos minutos después de haberse sentado junto al pequeño y mirándolo como si fuese la primera vez que le veía, escuchó un fuerte ruido que provenía de donde hacía escasos minutos estaba su marido, como si algo hubiese cedido y se hubiese hundido o peor aún como si uno de aquellos muros se hubiese venido abajo.

Se levantó con el rostro cruzado por el temor y tomando al niño en brazos se encaminó al lugar del que provenía el ruido. Mientras se acercaba podía ver como salía una pequeña torre de polvo de un gran hueco. Algo había cedido bajo los píes de Jan y se lo había tragado. La desesperación y el miedo se apoderaron de la mujer que empezó a gritar el nombre de su esposo con la voz entrecortada.

- ¡JAN!, Jan, te… te encuentras… bien –. Cuando llegó al borde del hueco apenas si podía distinguir la silueta de Jan tocándose la cabeza y comprobando que no tenía nada roto –. Contesta Jan, ¿te encuentras bien?   

- Eso dolió –, dijo con voz tenue –, cariño siento haberte asustado pero creo que estoy bien –. Se puso de píe y sacudió el polvo de sus ropas –. Creo que esto es lo que llevo tanto tiempo buscando y alguien de por aquí decía que no había nada.

- Está bien, admito que me equivoqué, pero lo más importante es cómo demonios vas a salir de ahí.

- Siempre te olvidas que eso no es problema para mí, para algo soy Gran Maestre; pero antes de salir quiero echar un vistazo –. Sabía que su mujer iba a enfadarse pero después de tanto tiempo buscando, que menos que una mirada rápida –. ¡Luz! – Exclamó, y de inmediato una ráfaga de aire recorrió toda la estancia, a su paso se iban encendiendo los cientos de antorchas y velas que había en el lugar –. ¡Por los dioses! Esto es enorme, deberías ver esto Selin, es la biblioteca más grande que jamás he visto.  

Ella no respondió, simplemente movió la cabeza en señal de asentimiento y suspiró entre aliviada y ofuscada; sabía que por mucho que le dijese, él estaba en otro mundo ahora mismo. Al fin había encontrado lo que había sido su sueño desde que ella lo había conocido.

Su marido era un gran mago, considerado el mejor de todo el continente y uno de los diez mejores del mundo conocido, pero siempre había deseado descubrir los secretos, que el pueblo Numit y más en concreto su orden de magos, habían ocultado tras su misteriosa desaparición. Por ello se había convertido en un experto arqueólogo, había reunido información de todos aquellos lugares que estaban relacionados con esa orden, La Orden de los Dragones Infinitos, había coleccionado cada artefacto, cada libro, todo lo que había encontrado, pero nada le desvelaba el secreto mejor guardado, la ubicación de la gran biblioteca.

En su último viaje había encontrado un pequeño grabado en el que se hacía mención a este templo, un lugar recóndito cercano a las montañas que dividían el continente de Horn en dos. La cordillera, que en algunos puntos alcanzaba los ocho mil metros de altitud, era denominada La Cordillera del Olvido.  

Las ruinas estaban localizadas a unos pocos miles de metros de un pequeño pueblo llamado Celes, prácticamente todos sus habitantes desconocían la existencia de ese lugar, sólo los más ancianos recordaban algo al respecto pero no con mucha seguridad, ya que el lugar estaba lo suficientemente alejado de las rutas de comunicación o de las zonas de pastoreo. Este hecho había alegrado a Jan ya que podía investigar todo lo que quisiese sin estar preocupado de interrupciones por parte de curiosos, y si encontraba algo podría trasladarlo sin que nadie se enterase.

La ubicación de aquel templo era perfecta para guardar algo sin que fuese fácilmente encontrado, estaba en un pequeño valle rodeado de montañas de roca caliza. El camino de entrada describía una suave pendiente desde el valle en el que se encontraba el poblado de Celes y que culminaba en una colina, el punto más bajo  de aquellas lomas y montañas que rodeaban el valle. Desde la colina hasta el templo el camino zigzagueaba atravesando el bosque y el pequeño prado que conformaban el paisaje de la zona.

Una vez iluminada la gran sala, pudo ver un espectáculo increíble, en perfecto orden se distribuían por la estancia cientos de estanterías repletas de libros y objetos. En una parte había varias mesas sobre las que se encontraban varios artefactos, algunos cofres y pequeñas cajas de madera. Algunos de estos objetos desprendían un halo de luz dando a indicar que eran mágicos o que estaban protegidos por algún hechizo.

En un grupo de mesas se encontraban todo tipo de utensilios de laboratorio, pipetas, vasos, destiladores, etc., junto a ellas un anaquel lleno de frascos etiquetados.

Al fondo del todo en la pared se encontraban varias vitrinas que guardaban con celo objetos preciosos, pero de todos ellos el que llamó la atención de Jan fue una hermosa corona de oro y plata con algunas piedras incrustadas aunque no se podían identificar bien, esta desprendía un extraño fulgor azulado.

En sus estudios había descubierto que los Numit eran una antigua estirpe de magos que dominaban varias artes diferentes, desde la magia hasta la medicina. En su época fueron considerados casi como dioses por los habitantes del reino de Horn del Sur y odiados por un grupo que buscaba su destrucción por todos los medios posibles.

Los Numit dedicaron su tiempo a la investigación, a la mejora de la medicina y a la ampliación de los conocimientos mágicos; en su mayoría la orden estaba formada por Grandes Maestros y Maestros en artes mágicas, sólo de cuando en cuando aceptaban nuevos aprendices y sólo si estos presentaban aptitudes apropiadas para dominar todo aquello que se exigía de ellos; puede que esta fuese una de las causas de su desaparición, aunque la verdadera causa nunca se ha descubierto.

Como resultado de su trabajo consiguieron reunir una enorme biblioteca y un gran número de objetos, donde se mostraban sus descubrimientos, sus secretos, su sabiduría. Se sabía que fueron capaces de encontrar plantas que sustituyesen a las extintas para elaborar ungüentos y medicinas, y encontraron sustitutos o crearon nuevos artefactos para sustituir a los estropeados, eran unos verdaderos genios en cualquier ciencia que se decidiesen a investigar y ejercer.

Todo lo que Jan de Blanshaph tenía ante sus ojos llevaba allí oculto siglos, tenía que estar orgulloso de su perseverancia, tanto tiempo de estudio y viajes por fin habían dado su fruto, claro que pagando un precio alto, se había distanciado mucho de su familia, su hijo Yram casi no le reconocía y estaba por cumplir los dos años, si un niño a esa edad no sentía el cariño de sus padres acabaría mal.

Jan sacudió su cabeza volvió a la realidad, sabía que su esposa y su hijo le esperaban fuera preocupados por si le había pasado algo; así que se encaminó hacia el lugar por el que había caído, no sin antes volver a mirar aquella corona que sin duda era la de los escritos, la Corona de los Sueños, la obra maestra de los Numit y a la vez la más peligrosa de todas sus creaciones. Era un objeto que poseía un poder inimaginable, aquel que la poseyese sería capaz de dominar a todo ser viviente, de conseguir hasta el más nimio de los deseos, si estaba en lo cierto, y por las descripciones que había encontrado en algún que otro escrito no parecía estar equivocado, aquel bello objeto debía ser estudiado y guardado bajo siete llaves.

Llegó al lugar por el que había caído y semioculto tras los escombros que se habían desprendido del techo al caer y las cajas rotas por estos, se podía apreciar el inicio de una escalera. Apartó con cuidado un fragmento de biga y subió lentamente, al final de la escalinata una loza de mármol gris impedía el paso.

-¡Abrir! – Gritó alzando su mano derecha hacia la loza, tras unos segundos en los que no se escuchó nada, un crujido se dejó oír y la loza comenzó a moverse de forma lenta. Jan sonrió se giró y alzando de nuevo su brazo derecho exclamó ¡Oscuridad!, y de inmediato una ráfaga de aire recorrió la estancia apagando todas las luces que titilaban por todo el lugar.

- Jan ¿estás bien? – Preguntó Selin un poco preocupada, su esposo aún estaba cubierto por el polvo que se produjo al caer.

- Sí, no ha pasado nada –, la alegría se reflejaba en su rostro –, ha merecido la pena la espera y el esfuerzo, deberías verlo todo está como lo dejaron, algo más sucio, eso sí, es increíble.

- Ya estarás contento, lo has conseguido. Ahora podrás descansar un poco y dedicarle tiempo a tu familia –, el tono alterado, no le gustaba reprocharle cosas a su marido pero era demasiado el ensimismamiento que tenía con toda esta historia, sabía que era un Gran Maestro el único que había en la actualidad, pero ella prefería las artes curativas, y la medicina llevaban menos estudio, por lo menos esa era su opinión –, parece que no te interesamos en lo más mínimo –. Suspiró con tristeza.

- Es cierto, lo reconozco, os he tenido un poco de lado, por no decir mucho, he estado demasiado metido en esto, por ahora vámonos, ya lo discutiremos mañana. Pero antes... ¡Ocultar! – Gritó, girándose hacia el lugar por el que había caído. De inmediato el hueco desapareció, como si nunca hubiese estado allí, y la loza que sellaba la entrada comenzaba a cerrarse de nuevo por si sola sin necesidad de usar ningún hechizo.

Alejándose del ruinoso templo pero sin poder olvidar todo lo que en el había visto, pensaba de forma superflua en las recriminaciones de su esposa, que tenía toda la razón del mundo, él sabía que su gran defecto era el de enfrascarse mucho en su trabajo, en sus investigaciones y olvidarse de todo, su hijo había sido el fruto de un encuentro fortuito en uno de sus descansos, no es que no lo quisiese, siempre le habían gustado los críos y su sueño era estar rodeado de niños, de que le llamasen abuelo y de que sus hijos fuesen grandes magos o especialistas médicos, pero a este paso nunca se vería rodeado de tantos hijos y nietos como había soñado. Bueno lo importante es que tenía su bien más preciado después de la magia, tenía una familia que le quería y que él adoraba aunque le costase demostrarlo.

Camina cabizbajo y en silencio, pensando en todo lo que ha pasado en los últimos meses, en los cuales había estado aún más alejado de ellos. Por lo general no tiene miedo a hablar con su esposa y expresarle sus sentimientos, pero no sabía el por qué, o quizás si que lo sabía, en ese momento tenía un pánico incalculable, estaba aterrado. Sabía perfectamente que no podía dejar pasar la oportunidad de estudiar todo aquello, de descubrir o por lo menos intentarlo todos o parte de los secretos que allí se ocultaban; por el contrario su corazón gritaba por estar junto a aquel niño y su madre, llevaba casi seis meses sin verlos, el que llevasen unos días con él no quitaba el que necesitase tenerlos cerca, de recompensar el tiempo de ausencia.

Aunque ella no lo comprendiese y tuviese toda la razón del mundo de su lado, él no podía quitarse aquello de la cabeza, había pasado mucho tiempo tras aquello que allí se ocultaba, y no sólo el tiempo sino también las penalidades, sufrimientos y fatigas. Todo merecía la pena después de haberlo visto, o tal vez no, ya no estaba seguro, lo había encontrado, sentía sus hombros más ligeros, pero ahora era otra la carga que se cernía sobre él, la intranquilidad se estaba apoderando de su mente. Selin lo notó poco después de salir del templo y como le conocía mejor de lo que él creía supo de inmediato que era lo que pasaba.

- Sabes, después de recibir tu carta en la que decías que venías a este pueblo me decidí a venir a ver a mis parientes –, dijo con la voz cansada, la mirada perdida en algún punto del camino y una lágrima que se escapaba de sus ojos –, tenía la esperanza de que aquí tampoco encontrases nada y de esa forma pasases un tiempo con nosotros, pero… – Selin    prorrumpe en sollozos y corre con el niño en brazos.

- ¡Selin, no corras! Espera, por favor. Está anocheciendo podrías caer y haceros daño. ¡¡ Por los dioses que no les pase nada!!

Jan corre tras su esposa sintiéndose culpable. Ya estaba decidido les dedicaría tiempo a partir de ahora si todo aquello había estado allí por tanto tiempo no pasaba nada si esperaba un poco más, con ocultar la entrada sería más que suficiente. Además, si lo pensaba fríamente, no estaba solo tenía algunos amigos que le habían ayudado en algunas de sus investigaciones y que les podía pedir se reuniesen para no cargar él solo con todo. La orden  de los Dragones tendría que reunirse de nuevo y volver a trabajar unida, no por separado.

El tupido manto de la noche comenzaba a cubrirlo todo. Jan temía que algo pudiese pasarle a su esposa e hijo si ella seguía corriendo por aquel camino casi oculto en su totalidad por las hierbas y matorrales.

- Selin para de una maldita vez –, gritó enojado –, no me obligues a usar la magia contigo, sabes que soy capaz. Selin maldita sea… – Con la cara cruzada por una mueca de rabia, alzó su mano y mirándola fijamente gritó – ¡Detente! – Selin se quedó paralizada al oír la voz de su marido. Este apretó el paso para llegar a la altura de ella.

Cuando ella salió del influjo del hechizo, se topó con su marido enfrente, que la miraba con el rostro severo y lleno de rabia. Ella como toda respuesta le propinó una sonora bofetada que dejó a Jan perplejo por el asombro. Atónito por esa reacción en su mujer, sabía que a ella no le gustaba demasiado la magia y menos que la usasen sobre ella o su hijo, aunque no esperaba que reaccionase así. No quiso decir nada por el momento, solo la miró a los ojos, viendo en ellos una mezcla de furia, miedo y desesperación. Cogió al niño de los brazos de su mujer y salió caminando delante de ella.

- Jan lo siento, pero sabes que detesto que uses la magia conmigo, me saca de mis casillas –. Su voz sonaba apenada –. Siempre has estado más pendiente de tus estudios, investigaciones y tu magia que de nosotros, nuestros amigos ya tienen como mínimo tres hijos y nosotros uno y de pura casualidad. Te podrías olvidar por una vez de todo eso y dedicarte a nosotros, creo que no es mucho pedir –. Su voz estaba a punto de quebrarse por la tristeza.

- Ya lo sé,  lo sé muy bien, tienes razón, he sido muy egoísta –, dijo con tono de culpabilidad y agachando la cabeza mientras abrazaba fuertemente a su hijo –, así que ya que lo he encontrado he decidido descansar un tiempo, si ha estado ahí por tantos años, no creo que ahora vaya a desaparecer, y sabes qué, creo que es un buen momento para que la orden se reúna de nuevo y empiece a trabajar  y no cargar yo con todo.

- Es en serio… lo dices de verdad –.  Exclamó ella con alegría y a la vez con un toque de desesperación –. Es magnífico, tu hijo apenas si te reconoce, así podrás jugar con él y enseñarle algo.

- Oye, oye no crees que es algo pequeño aún para enseñarle magia.

- Yo no hablaba de eso precisamente, pero… – Reprochó algo enojada, pero dibujó una sonrisa al ver como su hijo estaba dormido en brazos de su padre y con su manita aferraba aquel amuleto que Jan siempre llevaba puesto, y la cara de su esposo mientras le miraba… aquella imagen se quedaría grabada por siempre en su memoria.  

- De eso podremos hablar mañana –. Dijo mientras miraba a su hijo dormido en sus brazos y una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Apurando el paso se dirigieron a la casa donde se hospedaban. Jan tuvo que usar su hechizo de luz o no habría forma de ver por donde andaban ya que la noche les había alcanzado antes de llegar si quiera a mitad del camino. Comieron algo ligero y se acostaron a descansar.

Los días pasaron rápidamente y poco a poco se fueron convirtiendo en semanas y estas en meses. Jan reunió a todos los miembros de la Orden, aunque solo llevó al templo a aquellos en los que más confiaba, poco a poco se iba organizando y distribuyendo su tiempo entre sus dos pasiones.                 El tiempo que pasó con su familia fue maravilloso, eso era evidente pero nunca dejó de pensar en aquella enorme biblioteca y en cual sería la mejor forma de estudiarla y descifrar los enigmas que en ella se encerraban.

El tiempo iba pasando inexorablemente y el estudio de todo iba dando sus frutos, pero era necesario trasladar todo aquello, el edificio, cada vez más ruinoso, ya no era el lugar más adecuado para seguir guardando toda aquella sabiduría y aquellos tesoros.

Ocho largos años pasaron antes de que Jan encontrase un lugar adecuado para trasladar todo. La  biblioteca fue trasladada poco a poco desde el lugar en el que había estado hasta el mismo centro del Páramo del Sueño, el nuevo emplazamiento; en aquel lugar la nueva orden creada por Jan y sus seguidores tenía su laboratorio y su centro de investigación.

No dejaron nada al azar, todo se fue trasladando de tal modo que nadie sospechó o supo jamás que todo se había descubierto o que se hubiese encontrado algo entre los restos del antiguo edificio.

Los objetos bajo protección mágica fueron  los últimos, ya que había que encontrar el hechizo exacto que lo liberaba de su protección o podía destruirse o desaparecer. Por lo general cada objeto tenía un solo hechizo, ya que era complicado hacer que dos hechizos protectores trabajasen en armonía.

- Llegó el momento Gran Maestre, vamos a liberar la corona.

- Muy bien, seguro que es ese el hechizo correcto.

- Sin ninguna duda.

- Bien, adelante pues – dijo Jan, la corona era el último objeto que quedaba en la biblioteca de aquel antiguo templo.

- “Cerrojos del tiempo Abriros, Liberad”– la luz azulada que rodeaba la vitrina en la que la corona se encontraba comenzó a parpadear, pero en vez de apagarse empezó a tornarse verde –. No puede ser hay un segundo hechizo.

- Esto es malo, no esperábamos que hubiese un segundo hechizo, rápido o la perderemos.

- Luz verde, bien tengo ese hechizo también. “Llave y portal uniros, Abrid” – la luz verde reverbera, pero de nuevo hay cambio de color.

- Esa luz… no puede ser, eso ya no es protección de cerrojo eso es un hechizo de salto en el espacio, rápido solo hay un breve momento para lanzar el hechizo antes de que cambie de lugar, no quiero perder esa corona es demasiado poderosa – dijo Jan con el rostro cruzado por el miedo y la impotencia.

- Gran Maestre, no estábamos preparados para esto, tres hechizos trabajando perfectamente en un mismo objeto, eso… eso es algo inaudito por no decir imposible.

- Pues ya ves que para los Numit no había nada imposible, o eso parece, esa combinación es perfecta, la vamos a perder, y si cae en las manos inapropiadas… – la desesperación, la rabia se marcaron en el rostro de Jan que impotente observaba como la corona empezaba a desvanecerse.  

Si aquella corona caía en malas manos los desastres más grandes jamás imaginados podían pasar, y Jan sabía que algunos miembros de la Orden de las Tinieblas estaban siguiendo todos sus movimientos para intentar descubrir que era lo que estaba haciendo. El que reuniese de nuevo a la Orden había levantado sospechas entre los que siempre habían estado en contra de los Numit, y ahora en su contra también, si se descubría que la biblioteca existía y que estaba siendo estudiada podría acarrear consecuencias nefastas para sus compañeros y para el mundo, todo aquel conocimiento usado con fines malvados, no… no quería ni imaginarse lo que podría ocurrir.

Había conseguido ocultar todo lo relacionado con la biblioteca pero si por un casual encontraban la corona antes que él o siquiera descubrían lo que estaba ocultando…

Se enfrentaba a una ardua tarea para recuperarla, lo que desaparecía por medio de un hechizo de salto, si no se sabía cual era exactamente ese hechizo, podía aparecer en cualquier lugar. El que estuviese vinculado con dos hechizos de protección hacían la cosa más complicada, ya que no se sabía si eso afectaba al salto o no. Y por desgracia no esperaban que hubiese tres hechizos, eso demostraba lo importante y peligrosa que era aquella simple pieza de metal.

Jan se dedicó en cuerpo y alma a la búsqueda y dividió aún más su tiempo.

Enseñó a su hijo Yram todo lo que sabía, el niño era brillante y se convirtió en un joven apuesto y un experto en magia convirtiéndose en Gran Maestre a temprana edad.

Aunque no pudo verse rodeado de tantos niños como quería de joven, sí que tuvo un segundo descendiente, esta vez una niña, la cual era el vivo retrato de su madre. Ella prefirió seguir los pasos de su madre convirtiéndose en una experta médico, aunque su padre consiguió que aprendiese magia de defensa lo suficiente como para no caer en el primer ataque si es que algún día eso pasaba. Él ya sabía, lo intuía que tendrían que ser sus dos hijos o sus nietos los que recuperasen la corona y peleasen por el bien de todos los habitantes de Horn.

Él sentía como cada vez su vida se acortaba y el trabajo era cada vez mayor, sólo deseaba que nunca llegase el momento en el que ellos se viesen amenazados por la Orden de las Tinieblas, sólo deseaba que la corona apareciese pronto y que la pudiesen ocultar de nuevo, pero ese sueño, ese deseo no se cumplió, por lo menos en lo que le quedó de vida.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario