Fuego
El apacible poblado de Errok se
encuentra localizado al norte, al pie de la Cordillera del Olvido, en un valle
tranquilo y en el que parece que el tiempo se ha detenido.
Está
formado por tranquilas familias de agricultores y cazadores, ajenos, en su gran
mayoría, a la magia y a todo lo relacionado con ella.
Una
de estas familias ha guardado durante años un pequeño secreto relacionado con
sus hijos. Al mayor, cuando cumplió los diez años, le apareció en su hombro
izquierdo una marca, pequeña y rojiza; en los dos primeros días no podía
distinguirse si tenía o no una forma definida, pero con el paso de los días
esta fue adquiriendo la forma de una llama.
Durante
los días que esa marca estuvo visible, el muchacho no sentía ningún tipo de
molestia o malestar.
Desapareció
como mismo había aparecido, de improviso. Solo hubo un cambio en el jovencito, a
partir de ese momento él era capaz de controlar el fuego, de forma torpe y a
veces sólo si se veía amenazado o estaba asustado por algo.
Los
padres no entendían nada, en su familia jamás había habido magos, ni brujos o
personas afines a algún elemento. Estaban temerosos, asustados de su propio
hijo, así que ocultaron todo lo sucedido y procuraban que su hijo no diese
muestras de su poder en público.
Pero
ocultar algo así, en un lugar rural como en el que vivían, era una carga
demasiado pesada, ya que si se descubría, lo primero que los demás iban a
pensar era que aquel muchachito estaba poseído o que sus padres habían hecho algún
pacto con demonios del otro lado de la Cordillera para conseguir cualquier cosa
y que a cambio habían ofrecido a su hijo.
Pasados
unos meses hasta ellos mismos acabaron pensando que su primogénito había sido
poseído por un demonio, diablillo del bosque, hadas o duendecillos traviesos,
si ellos pensaban así el resto del pueblo pensaría igual si aquello se sabía.
Una
tarde de un cálido día, la madre preparó una bebida a la que añadió unas hojas
de la planta del sueño, el muchacho, sin sospechar nada, tomó el vaso que su
madre le ofrecía, y minutos más tarde estaba en un sueño plácido y profundo. Con
sumo cuidado tomaron al mozo y, saliendo de forma que nadie les viese, le
llevaron y le abandonaron en el interior del Bosque Negro.
Con
gran dolor en sus corazones dejaron al muchacho en aquel oscuro y tétrico
bosque, un bosque denso, que se encontraba bordeando el valle por el lado noroeste.
Prácticamente nadie acudía a aquel bosque, ya que estaba repleto de alimañas y
bestias, casi de forma permanente estaba cubierto por una neblina que le hacía
aún más tétrico y frío. Incluso había leyendas y cuentos que hacían a ese
bosque el hogar de seres con los que era mejor no encontrarse nunca.
Siendo
cierto o no todo lo que se contaba y rumoreaba sobre aquel lugar, un niño de
diez años no llegaría a la mañana siguiente.
Ambos
padres regresaron presurosos al amparo de la noche, sus rostros surcados por
las lágrimas y de culpabilidad era la expresión.
Esa
noche el cielo lloró, cortinas de dolorosas perlas mojaban el bosque. La tierra
se estremecía por la pena y la tristeza. El bosque aullaba de dolor por la
pérdida de un inocente. En cambio las bestias se relamían por saborear la
fresca y tierna carne que unos incautos padres habían ofrendado.
Las
bestias eran muchas y el trofeo solo uno, así comenzó el enfrentamiento para
demostrar quienes serían los afortunados en desgarrar aquella blanca piel,
beber aquella roja sangre y mascar aquella tierna y rosácea carne.
Pocos
minutos pasaban de la medianoche cuando el pobre muchacho despertó, el frío
aguijoneaba su cuerpo y los gruñidos rompían sus tímpanos. Se encontró
desorientado y sumamente extrañado de no despertar en su lecho confortable.
Miró a su alrededor y solo vio oscuridad, podía escuchar las gotas que caían de
las hojas. Sus ropas mojadas comenzaban a humear, mientras su cuerpo temblaba.
El cielo era boca de lobo. Una brisa helada recorrió el lugar abriendo una
brecha entre las negras nubes. Unos tímidos rayos de plata iluminaron tenuemente
la zona. Lo que el muchacho pudo ver entonces le paralizó, se encontraba
completamente rodeado, no podía distinguir lo que eran, solo que aquellas
siluetas eran enormes comparadas con él, aquellas garras eran cuchillas
manchadas de sangre de sus propios iguales, lo que le indicó que habían estado
peleando por…, se estremeció solo de pensarlo, y allí estaban acercándose lentamente
como indicaba el brillo de aquellos ojos rojos como ascuas…
Respiró
resignado, tragó saliva y cerró los ojos. Lo que él había pensado era algo
divertido y que podría hacerle una persona especial, había hecho que sus padres
se asustasen de esa forma, sabía que le querían, se lo habían demostrado en
infinidad de ocasiones; pero no estaban preparados para aquello, por eso le
habían abandonado, si ese era su destino… las lágrimas comenzaron a salir de
sus cerrados ojos y a resbalar por sus suaves mejillas.
Esperaba,
apenas podía mantenerse en pie, pero esperaba a que la primera dentellada
llegase, o que las primeras zarpas rasgasen su garganta…, en cambio escuchó un
eco lejano, un susurro…
-
Usa tu poder… úsalo…
No
podía saber de donde procedía aquel casi inaudible sonido.
-
Úsalo y regresa… serás necesario en un futuro… ¡ÚSALO!
El
grito final se escuchó como el sonido de un cristal al romperse en una
habitación vacía. Reverberando y repitiéndose. El niño abrió los ojos y miró en
rededor, sólo aquellos ojos rojos y las siluetas grotescas que los mantenían
era lo que podía distinguir entre aquella negrura. Un crujido sonó a sus
espaldas, comenzaban a moverse de nuevo, otro a su derecha…
-
Fuego ven a mí – murmuró entre dientes, y sin ni siquiera estar seguro de que
aquello fuese a funcionar, pero en sus dedos aparecieron pequeñas llamas, aunque
eso no iba a ser suficiente – necesito más, pero… – suspiró, sabía que con lo
que solía hacer normalmente no podría defenderse, si hubiese un fuego cercano
lo podría utilizar pero todo estaba mojado, nunca había jugado con sus propios
poderes; mientras había tenido aquella extraña marca en su cuerpo, en su mente
aparecían cientos de fórmulas que no llegaba a saber para que eran, ni siquiera
sabía si sería capaz de usar algo de aquello o de si su cuerpo estaba listo
para ello, quizás… sí, tal vez aquello que aún podía recordar… –
¡Conversión a elemental de fuego!
Un
dolor que jamás había sentido recorrió su cuerpo por completo y unos segundos
después una enorme llamarada le recubrió totalmente, el calor comenzó a subir
convirtiendo la humedad en vapor, el lugar se cubrió por una neblina blancuzca,
el dolor desapareció y en cambio se sentía mejor que nunca. Del centro, del
lugar donde se encontraba aquello que las bestias ansiaban comenzó a oírse una
risa estridente y chillona.
-
Venid, venid, quiero jugar.
La
neblina comenzó a disiparse, el calor seguía aumentando. Y allí, de pie, se
encontraba la figura de un niño; sí, sólo la figura ya que el cuerpo era fuego.
Unas llamas rojas con tonalidades blancas y amarillas formaban ahora el cuerpo
del chaval. En el rostro sólo se distinguían unos ojos negros como el carbón.
Las
bestias primero retrocedieron unos pasos, pero luego se abalanzaron sobre él,
primero un grupo, el más numeroso.
-
Eso es, venid, juguemos – reía – ¡arded... llamas del infierno! –, una barrera
de llamas le rodeó, las bestias que se encontraban allí se convirtieron en
cenizas en cuestión de segundos –, ¡oh! no habéis durado nada, así el juego no
tiene gracia. – Las bestias restantes comenzaron a retirarse, pero aquel
elemental de fuego sin entrenar y con la mente de un niño de diez años no les
iba a dejar salir así de fácil. – No, no, una vez que el juego comienza no se
puede uno echar a tras, y fuisteis vosotros los que vinisteis a jugar. No vale
romper las reglas. ¡Resurgir del Fénix! –, una ola de fuego salió disparada en
dirección al grupo más lejano, cuando lo alcanzó se formó la silueta de un ave
elevando el vuelo, las llamas se elevaron incinerando tanto a las bestias como
a los árboles que se encontraban alrededor.
El
calor cada vez era mayor, las ramas y hojarasca que se encontraban en el suelo
se estaban quemando convirtiéndose en ceniza sin levantar llama, las piedras
estaban agrietándose, y las más débiles comenzaban a enrojecer.
Las
bestias que se habían mantenido alejadas, ya que habían perdido el duelo
inicial por el supuesto manjar, huían despavoridas después de ver como los más
fuertes de los allí presentes acababan convertidos en polvo negro.
-
No, no os vayáis aún… – el elemental quería seguir jugando pero el cuerpo al
que había sido llamado ya no podía soportar más –, maldito mocoso, me llamas y
no eres capaz de soportar estos hechizos simples, hay que ver, espero que la
próxima vez… bueno ya veremos.
Las
llamas que formaban al elemental se fueron desvaneciendo poco a poco, el cuerpo
del chico cayó de rodillas cuando la última llama desapareció. Respiraba
agitadamente, estaba extenuado y cayó al suelo quedando inconciente.
A
la mañana siguiente el cielo estaba despejado y los rayos de sol se filtraban
por la densa maraña de ramas y hojas. El niño despertó, ya el sol estaba
bastante alto en el firmamento, al ver lo que había hecho se quedó paralizado, ante
él, el bosque era un erial negro, todo estaba calcinado, aquel era su poder,
era demasiado destructivo si no se podía controlar.
Su
cuerpo estaba intacto, no así sus ropas, las cuales al intentar quitarles el
polvo se deshicieron. Completamente desnudo se encaminó de regreso, era posible
que sus padres le rechazasen que le considerasen un monstruo, pero dónde iría,
qué haría.
Tardó
varias horas, el sol ya casi había desaparecido y el velo nocturno comenzaba a
extender su paz y tranquilidad cuando llegó al poblado; estaba hambriento, la
sed hacía que su boca pareciese una esponja reseca, el cuerpo dolorido y estaba
extenuado, pero no podía entrar así como estaba, desnudo, cubierto de cenizas,
suciedad y sangre de los arañazos que se había hecho al salir tambaleante del bosque,
así que se ocultó hasta que la oscuridad reinó y nadie se encontraba en las
calles, y lentamente se acercó a su casa. Escuchó el llanto de su hermano menor
y el de su madre desesperada porque el pequeño no quería dormirse.
Sólo
él era capaz de conseguir que su pequeño hermano dejase de llorar a la hora de
acostarse, sólo él era capaz de conseguir que aquel bebé se quedase dormido con
una sonrisa en el rostro.
No
pudiendo soportar escuchar como sus padres trataban de tranquilizarle y como su
hermanito lloraba, entró de golpe en la casa, atravesó la pequeña
cocina-comedor y corrió como el viento a la habitación en la que, hasta la
noche anterior, habían dormido él y Zur.
-
¡Dejadlo ya, sabéis de sobra que sólo se duerme si yo lo tomo en brazos!
-
¡Ian! – exclamaron ambos al ver entrar a su hijo mayor, como si nada hubiese
pasado y completamente desnudo.
-
Nada, no pasa nada, Zur, ya estoy aquí, perdóname por haber tardado tanto, me
entretuve jugando en el bosque. – Ian cogió al pequeño de la cuna y lo meció en
sus brazos, instantes después la criatura estaba completamente dormida, como de
costumbre con su angelical sonrisa.
-
Ian hijo… nosotros… lo… lo sentimos… pero… – su padre no podía hablar, tenía un
nudo de culpabilidad y dolor en la garganta.
-
Lo sé, sé lo que teméis yo mismo no me puedo creer lo que pasó anoche, no
preguntéis… yo mismo… yo… – su madre se abalanzó hacia él abrazándole, mientras
sus lágrimas recorrían su rostro y caían en la espalda del muchacho.
-
Será nuestro secreto, nadie lo sabrá – dijo ella mientras lo apretujaba –, ve a
bañarte, mientras te preparare algo de comer debes estar hambriento. – Ian
asintió, y después de mirar a su hermanito se dirigió a la parte trasera de la
casa donde se encontraba un pequeño baño.
-
Ian, Ian, ¡IAN! Otra vez estás en las nubes – un jovenzuelo de unos dieciséis
años con el pelo azul oscuro casi negro y los ojos azules, zarandeaba a su
hermano que se encontraba como en un trance –, Ian, Ian, venga ya, prometiste
que me enseñarías, lo prometiste, ¡venga, venga, no me ignores!
-
Zur ¿has visto eso, lo has sentido? algo me dice que tengo que reunirme con
alguien dentro de muy poco. – El joven de unos veintiséis años con el cabello
de un rojo fuego y encrespado estaba mirando, con aquellos ojos de un color
púrpura intenso, un punto en el cielo.
-
¿De qué hablas?, no me cambies de tema, lo prometiste, me dijiste que el día de
mi cumpleaños me enseñarías cual era ese secreto que tienes.
-
¿Cómo? no has visto esa onda blanca que ha pasado por aquí hace unos instantes,
que raro era muy clara, he sentido que alguien ha despertado y que tengo que
reunirme con él.
-
Ya, lo que tú digas, pero no me interesa en absoluto, me lo prometiste hermano,
si no cumples con tu promesa jamás te volveré a dirigir la palabra.
-
Vaya, mira que eres exagerado, tú que no puedes estar separado de mí más de un
par de horas, no volver ha hablarme te va a ser imposible…
-
Lo juro, si no me lo dices, aunque tenga que morderme la lengua para no volver
a hablarte, jamás volverás a oír tu nombre de mi boca…
-
No me tientes, que solamente por ver si eres capaz de hacerlo, estoy pensando
en no decirte nada.
-
Jo, hermano, eres cruel. Tú lo sabes todo de mí y me estás ocultando un
secreto, eso no es justo.
-
Menos pataletas, Zur, además tu también tienes que guardarlo si te lo digo y no
sé si serás capaz.
-¡Hermano!,
oye le he dicho a alguien lo de aquella chica, o lo de las veces que…
-
¡Zur! no hagas chantaje, sólo estaba haciéndote sufrir un poco, sabes que
confió en ti como si fueses parte de mi propio cuerpo, además mi secreto está
relacionado con lo que te pasó a ti hace seis años, ¿lo recuerdas?
-
¿Qué? Aquel extraño signo de una ola en mi pecho… recuerdo que nuestros padres
estaban un poco exaltados, en cambio tu parecía que te alegrabas, nunca me
dijiste por qué, solo prometiste revelarme un secreto cuando cumpliese los
dieciséis, aunque nunca pasó nada, después de eso estuviste más pendiente de
mi, casi parecías un guardaespaldas, casi no tenía intimidad – dijo esto último
poniéndose un poco rojo.
-
Vamos Zur si en lo que a nuestros cuerpos se refiere… ya me entiendes, no hay
secretos, te he enseñado de todo, ahora solo te falta la práctica – dijo
socarronamente y al ver como su hermano se ruborizaba aún más no pudo evitar
reír.
-
¡Ian! ¡No te burles! No todos somos tan abiertos para esas cosas como tu. Y no
cambies de tema…
-
Está bien, está bien. – Miró a su alrededor comprobando que no había nadie. –
Jamás le digas lo que vas a ver a nadie, incluso nuestros padres no deben saber
que lo sabes. Promételo – dijo tomándolo fuertemente de los hombros.
-
Bien, lo prometo, pero me estás asustando y haciéndome daño, nunca te había
visto así.
-
Bien, si rompes esta promesa, juro que te mato.
-
Herma… – no pudo concluir su protesta al ver que las manos de su hermano se
cubrían de llamas.
-
Ya ves, puedo dominar el fuego, incluso puedo fusionarme con el y convertirme
en un elemental de fuego… – hizo una pequeña pausa –, cuando cumplí los diez
apareció en mi hombro izquierdo una marca de una llama, cuando desapareció
comencé a poder hacer cosas con el fuego, luego pasó algo que no sabes, y que
es mejor que quede así, apenas tenías un año; no, no preguntes, es mejor que no
lo sepas podrías… bueno al grano, he estado estudiando libros que padre me ha
conseguido en secreto…
-
Pero ¿por qué tanto secreto? – preguntó interrumpiendo lo que le decía Ian.
-
Sabes que aquí nadie sabe usar magia o poderes elementales, te imaginas lo que
pasaría…
-
Pero todos saben que existe ¿verdad?, sabes lo que se podría hacer con eso…
-
Mejor de lo que te imaginas. Y con malas influencias podría ser un autentico
caos…
-
Pero…
-
No, es mejor que siga en secreto, y tú no te pongas así, por lo que he podido
descubrir tú eres elemental de agua, aunque aún no has despertado…
-
¿¡Qué!? Yo… imposible no puedo hacer nada como tu…
-
Lo eres, la prueba es el extraño símbolo que apareció en tu pecho. El que no
puedas hacer nada es porque unos despiertan antes que otros, algunos jamás lo
hacen, otros deben vivir una experiencia cercana a la muerte o que afecte a su
vida, otros como en mi caso despertamos sin más, y luego están los elegidos
aquellos que deben despertar con ayuda, estos se les considera elegidos porque
pueden dominar más de un elemento a la vez nada más despertar y si son
poderosos los cuatro con todas sus variaciones.
-
Para hermano, me pierdo, ¿no son solo cuatro elementos? ¿A qué viene eso de
variaciones?
-
Sencillo, el que domine la tierra puede dominar el metal, el cristal y los
minerales especiales…
-
¿Minerales especiales?
-
Diamantes, circonitas, esmeraldas, cristal de roca, rubíes, etc., todo aquel
material inerte que haya sido sacado de la tierra puede ser dominado por los
elementales de tierra. El elemental de fuego puede convertir el calor en
energía y canalizándola destruir sin quemar; sí, no me mires así es concentrar
el calor en un rayo de energía, así – en su mano formó una esfera de llamas,
poco a poco se fue volviendo transparente hasta desaparecer, el calor era
insoportable para Zur que tuvo que alejarse, en segundos la mano se vio rodeada
de pequeñas descargas, unos rayos azul celeste la rodeaban, con un movimiento
seco los lanzó contra una roca que se encontraba cerca y ésta se hizo añicos –,
ves, incluso podemos conseguir que el sólido sea líquido y el líquido gas, solo
algunos tienen dominio sobre el gas azul, un elemento fuego muy especial.
El
agua de por si es tan destructiva como el fuego, pero un elemental de agua
puede ser muy peligroso, ya que todos los seres vivos tienen líquido en su
interior y…
-
No me digas que se puede dominar la sangre – afirmó con un atisbo de terror en
su rostro.
-
Sí, cualquier líquido. Y si lo solidifica lo puede usar como le venga en gana,
armas arrojadizas, muros impenetrables, caminos en donde no los haya.
-
¿Y los elementales de aire?
-
Esos, bueno en principio dominan todo el aire o cualquier gas existente, al
hacerlo pueden controlar el clima, es el único elemento al que el fuego le ganaría
sin dificultades, pero si dominan la técnica de vacío o la de presión…
-
Entiendo…, pero cómo es que sabes tanto de todo esto.
-
Llevo desde los diez años leyendo todo lo que se puede sobre este tema, tu
deberías empezar, pero ya sabes nada a nuestros padres, piensan que lo tuyo no
fue nada, toma, te he hecho una copia de la llave que da paso a la pequeña
biblioteca que hay en el sótano.
-
Gracias hermano, siento que esto nos ha unido aún más. – El jovenzuelo sonríe y
mira a su hermano, en su interior se siente muy feliz finalmente no hay
secretos entre ellos. Su hermano puede ver que aunque el tiempo ha pasado su
angelical sonrisa aún se dibuja en su rostro como cuando era un bebé que solo
se dormía si él lo acunaba.
Zur
no puede conciliar el sueño, se encuentra intranquilo a causa de todo lo que su
hermano le ha dicho, y como siempre que se encuentra en ese estado sale de la
casa y se encamina al pequeño lago que se localiza a unos minutos de su casa.
Esa
noche mientras Ian duerme placidamente, en sus sueños una voz le indica lo que
debe hacer y cuanto antes mejor.
-
Ian… Ian, lo has sentido verdad, has notado el despertar del Hijo del Eclipse…
debes reunirte con él en Lennut.
-
Pero… quién eres, y quién es ese Hijo del que hablas… no voy a moverme de aquí…
-
No importe quien soy… a él ya le conocerás… sé que lo has sentido…
-
He sentido algo extraño, sí, pero no por eso voy a salir de aquí…
-
Lo harás… está a punto de pasar algo que descubrirá vuestro secreto…
-
Después de tanto tiempo, por qué iba a pasar algo ahora…
-
Créeme estás a apunto de averiguarlo… ellos también han sentido su despertar y…
-
¿Ellos?... deja de importunar…
-
Te buscarán… te buscan… y están muy cerca…
-
Déjame en paz – diciendo esto se queda sentado en la cama, despierto, cubierto
de un sudor helado, mira temiendo haber despertado a su hermano pero no le ve –
y ahora donde está, él intranquilo y yo con sueños… nada, a qué demonios ha
venido eso ahora, por ver aquella onda blanca y sentir que en algún lugar
alguien me llamaba, tengo este sueño. – Se levantó y se acercó a la ventana
para mirar si su hermano estaba en el patio, la noche era fría, el cielo estaba
cubierto de brillantes estrellas y las lunas apenas eran unas líneas visibles.
No estaba, no se le habría ocurrido acercarse al lago de noche – este
imprudente como se le ocurre algo semejante – se puso los pantalones y una
camisa y salió en busca de su hermano.
Zur
estaba sentado sobre un saliente rocoso que entraba en el lago, se encontraba a
una altura de unos cinco o seis metros sobre el nivel del agua, era algo
peligroso teniendo en cuenta que no sabía nadar muy bien aún, pero aquel era su
lugar preferido, desde aquel sitio podía ver casi en su totalidad el lago. A su
izquierda, el saliente se convertía en un acantilado rocoso, escarpado y sin
vida, el bosque comenzaba casi en la misma orilla del quebrado, el Bosque Negro.
A
su derecha una leve pendiente llevaba a la playa, arenas doradas que por un
lado daban paso al agua de tonalidades verde-azuladas, aunque con la noche eran
de un tono negro brillante y por el otro lado se daban la mano con una pradera
de verde hierba, salpicada aquí y allí por pequeños grupos de florecillas,
algunos árboles y rocas solitarias, a unos doscientos metros de donde se
encontraba estaba el pequeño embarcadero y el inicio o final, según se viese,
del sendero que conducía al poblado.
Zur
contemplaba las estrellas que refulgían como ascuas, mientras pensaba en todo
lo que Ian le había contado aquella tarde. Era increíble, su hermano un
elemental de fuego y él de agua, pero no se suponía que sólo los que tenían
familiares con esas habilidades eran capaces de tenerlas, eso era un misterio.
Pensaba en como le gustaría despertar sus elemento para… y que iba a hacer si
había que mantenerlo en secreto, eso le frustraba un poco, pero si las cosas
eran así él no iba a cambiarlas.
Una
estrella cayó del firmamento, dejando tras de sí un halo dorado, parecía un
destello que se volatiliza en segundos, una eternidad condensada en un segundo,
un deseo inalcanzable después de ser conseguido.
El
muchacho la observó mientras desaparecía. Un crujido le sacó de su estado, algo
se acercaba. Se volteó para intentar ver que pasaba pero no pudo ver nada y
continuó intentando descubrir cual sería la razón de ser lo que era, o de por
qué todos tendrían miedo si se enterasen de lo que podían hacer. El sonido de
la hojarasca al ser pisada hizo que se levantase y mirase muy fijamente al
lugar del que había procedido el ruido. Una risilla estridente se escuchó y sin
esperarlo enfrente aparecieron tres esqueletos.
Esa
era la mejor forma de llamarles, había oído hablar de ellos pero jamás les
había visto, eran los muertos del bosque negro, cuerpos putrefactos de unos dos
metros de altura; principalmente tenían forma humana pero los había de varias
clases, ante él tenía uno de los peores, el torso era como el de un hombre pero
la parte inferior era el cuerpo de una sierpe. Un olor nauseabundo le iba
envolviendo poco a poco.
Las
cabezas apenas cubiertas por jirones de piel y músculo, mechones de pelo
parecían intentar cubrir aquellos cráneos, en algunos casos difíciles de
identificar. Los globos oculares o faltaban o colgaban. Las costillas asomaban
por entre la piel reseca y putrefacta; los brazos y piernas, el que los tenía,
estaban formados por huesos amarillentos y jirones de músculos oscuros, en
algunos lugares se podía ver aún algo de piel que daba la sensación de estar
acartonada.
Una
arcada, Zur tuvo que llevarse la mano a la boca y taparla junto con la nariz
para evitar vomitar, le iban a atacar y a él le daban ganas de vomitar, el
miedo le estaba paralizando, intentó moverse y tan solo pudo dar un paso a
tras, el miedo se había apoderado de él.
Instantes
después una garra le cogía del cuello y le levantaba, sólo pudo intentar
zafarse, pataleaba mas en vano, sus golpes eran como cosquillas para aquellos
monstruos.
-
No es él, tiene poder latente pero no es él – dijo mientras su cabeza giraba
por completo y Zur ahora veía la parte trasera de la cabeza que antes le
miraba.
-
Pues si es basura deshazte de ella. – Replicó el de cuerpo de sierpe.
Zur
vio en un instante su corta vida pasar como una exhalación, las risas y los
llantos, los juegos con su hermano, su primer beso, todo. El esqueleto se
acercó un poco a la orilla y le arrojó al lago; el muchacho justo antes de
entrar en el agua pudo escuchar la voz de su hermano, un grito de dolor y odio,
cuando su cuerpo chocaba con el agua escuchó, o eso le pareció, algo más pero
no podría asegurarlo, si vio como algo envuelto el llamas, no, eran llamas lo
que estaba moviéndose por la playa.
-
¡ZUR! ¡Zur!, no, no puede ser, malditos, lo pagareis, ¡Conversión a elemental
de fuego!
-
Vaya, tendremos poco trabajo, si no tenemos que buscarlo, se nos ha presentado
en bandeja de plata. – Dijo con tono irónico uno de aquellos seres.
El
cuerpo rígido de Zur se hundía lentamente, si no podía moverse en poco tiempo
se ahogaría, no sabía nadar muy bien pero si lo suficiente como para poder
subir a la superficie y respirar, pero el miedo que lo atenazaba no le dejaba
reaccionar. Iba a morir, irónico acababa de cumplir los dieciséis, se supone
que le quedaban demasiadas cosas por descubrir, por vivir, por experimentar, se
supone que tenía un poder dormido en su interior, pero el miedo al parecer era
más fuerte. Intentó moverse de nuevo pero fue inútil. Lentamente cerró los
ojos, iba a morir, le gustaría haber podido ayudar a su hermano, verlo en
acción, pero…
Dejó
de sentir el frío que le rodeaba, de pronto se sentía cómodo, una sensación
agradable estaba recorriendo cada milímetro de su cuerpo, es qué acaso había muerto,
así sin sentir nada más. Abrió lentamente los ojos y se encontró cubierto por
un resplandor azul, había dejado de hundirse. Sus ojos eran de un azul intenso
y brillaban con la intensidad de un sol. De pronto su cuerpo se sintió libre,
fluido como si formase parte del líquido que le rodeaba. Empezó a sentir un
dolor que le recorría el espinazo, sus ojos se cerraron por ese dolor y en su
cerebro la información necesaria que le permitiría usar su elemento se veía
nítida. El resplandor que le recubría se hizo cada vez más intenso, tanto que
el agua se iluminó por completo.
Ian
al ver aquel resplandor en el agua supo que su hermano acababa de despertar,
los problemas se acercaban, dos elementales en aquel pueblo, esos seres tan
alejados del centro del bosque, sería cierto que iba a pasar lo que había
soñado.
-
¡Geiser! – Zur empezaba a usar su elemento, saliendo del agua sobre una columna
del líquido vital. – Habéis subestimado a un elemental y eso no lo puedo
perdonar. Hermano ten cuidado con tus llamas.
-
Zur, no te preocupes, pero estás seguro de que quieres…
-
¡Elemental de agua ven a mí! – fue toda la respuesta que Ian obtuvo, y vio como
el cuerpo de su hermano se tornaba transparente, era agua pura, el rostro casi
sin rasgos, pero dos puntos de un blanco níveo se distinguían perfectamente. –
Juguemos pues, ¡agujas congelar! – una lluvia de agujas de hielo cayó sobre los
seres, Ian tuvo que apartarse un poco para no recibir el ataque.
-
Oye, ten cuidado, debes restringir un poco el ámbito de ataque o te pasará como
a mí la primera vez que usé mis poderes en forma elemental – el suelo en el que
se habían clavado las agujas se congelaba, pero aquellas criaturas habían
salido indemnes.
-
¡Dragón de agua! ¡Aliento gélido!
-
Maldita sea te he dicho que restringas tus ataques, eso es demasiado para este
lugar. ¡Muro de magma! ¡Resurgir del Fénix! – Un muro de roca incandescente se
elevó frente al dragón que surgía del lago, mientras la ola de llamas se estrellaba
contra el aliento, los ataques se neutralizaron unos a otros. – Hazme caso.
-
¡Abrasa hielo eterno! – una ráfaga de aire frío salió de las manos de Zur,
impactando de lleno en el cuerpo del ser que le había arrojado al agua, el
cuerpo se congeló y estalló en cientos de pedazos.
-
¡Aliento abrasador! – Ian atacaba a la sierpe, de su boca salía una ráfaga de
fuego que cubrió el cuerpo de aquel espectro, éste tan solo se meció un poco y
el fuego se desvaneció. – ¿¡Cómo!?
Aquellos
seres pasaban al ataque, la cola de reptil se enroscaba entorno al cuerpo
ardiente de Ian y comenzaba a apretarle, el otro atacaba espada en mano a Zur.
Los
ataques se cruzaban y parecía que ninguno llegaba a hacer el suficiente daño
como para terminar la pelea. Zur comenzaba a sentir los efectos de estar tanto
tiempo en estado elemental, le quedaba tiempo para un ataque más, después
caería sin fuerzas, tenía que concentrarse lo suficiente como para que ese
fuese el definitivo.
-
Hermano perdona, si uso esto en mi estado actual puede que no lo cuente pero… –
suspiró – adiós hermano. ¡Hielo eterno, muerte blanca! – de sus manos salió un
torrente de agua que empezó a rodear al enemigo, cuanto más intentaba éste
deshacerse del líquido que le estaba rodeando más se adentraba en el torrente,
eran como láminas de agua que se pegaban al cuerpo. En cuestión de segundos el
cuerpo quedó completamente rodeado por varias capas de aquellas láminas
acuáticas, que se apretaban más cada vez que él se movía. Cuando el cuerpo se
encontró cubierto por completo, el líquido se solidificó y se volvió de una
tonalidad blancuzca. Zur empezó a caer, el agua caía en hilos de su cuerpo.
-
Vaya para acabar de despertar a durado bastante, tengo que dejarle algo de mi
energía o no lo cuenta, y yo que pensaba
que este mocoso no me iba a dar diversión, escucha bien niño, hazte fuerte y
vuelve a llamarme, creo que lo vamos a pasar muy bien los dos. – Después el
elemental de agua se evaporó quedando el cuerpo inconsciente y desnudo rodeado
por un charco de agua, las ropas se encontraban hechas jirones y esparcidas a
su alrededor.
Ian
al ver el estado de su hermano se centró, tenía que acabar con aquel engendro
de una vez si quería ser de ayuda a su hermano. Respiró profundo, cerró los
ojos y dejó correr el calor de sus llamaradas por todo su cuerpo, la parte de
serpiente que le tenía sujeto dejó de apretar, incluso sintió como se aflojaba
un poco, aquel calor le estaba afectando, era el momento de usarlo.
-
¡Pira funeraria, muerte roja! – como si una ráfaga de viento hubiese insuflado
nuevo combustible, el cuerpo del elemental incrementó las llamas que lo
rodeaban, el calor comenzaba a fundir las pequeñas rocas, las pocas plantas que
se encontraban cerca se incineraron. El monstruo comenzó su danza para, como la
vez anterior, librarse de las llamas pero esta vez era imposible, éstas no
estaban solo sobre su cuerpo, le cubrían en su totalidad. Era apenas una
silueta, unas líneas oscuras dentro de aquel abrasador infierno. Se escuchó un
chillido agudo que cruzó la noche como un mensajero del fracaso.
Ian
dio unos pasos observando el montón de cenizas que habían quedado rodeadas de
un cristal rojo, era como un sarcófago de cristal calido al tacto. Luego se
giró, salió del estado elemental y se acercó al cuerpo de su hermano, éste
respiraba con dificultad pero aún estaba vivo, respiró aliviado. Se había
desarrollado bien, no era tan débil como parecía, el cuerpo estaba algo
trabajado ya comenzaba a mostrar los músculos. Le incorporó y al hacerlo el
chiquillo despertó, el cansancio se reflejaba en su rostro.
-
Pues tenías razón, soy un elemental de agua…
-
No hables estás agotado, no es bueno usar tanto poder la primera vez, el cuerpo
no está acostumbrado; por cierto debes tener más cuidado y hacer lo que se te
dice…
-
Ya veo, – sonrió levemente, como aceptando el pequeño regaño, – no siento nada,
es como si no tuviese cuerpo.
-
Tranquilo se pasará pronto, poco a poco irás recuperando toda la sensibilidad.
Tienes que acostumbrarte a esto.
Caminaron
en silencio, pero lo que esperaban fuese un regreso tranquilo les dio una
sorpresa. Al llegar a lo alto de la colina que separaba el lago del poblado,
contemplaron como las columnas de humo salían de el, y las llamas devoraban
algunas casas. Los atacantes eran un grupo de los mismos monstruos que les
habían atacado a ellos momentos antes. Estaba claro que buscaban algo, de
pronto aquellas palabras que había escuchado en su sueño regresaron como
afilado cuchillo a cortar su pensamiento. Sería posible que le estuviesen
buscando a él, todo por ser un elemental de fuego.
Los
gritos de los pobladores se escuchaban mezclados con el crepitar del fuego y
los llantos de los niños.
Miró
hacia su casa temiendo lo peor, no estaba en llamas pero si rodeada de aquellos
seres nauseabundos, sus padres, que sería de sus padres, tenía que hacer algo,
la desesperación empezaba a apoderarse de él, la rabia venía a continuación.
Para
su sorpresa una mano le tomó del hombro, se giró lentamente para ver a su padre
justo tras él.
-
Papá… ¿cómo es que estás aquí? ¿Dónde está mamá?
-
Tranquilo está bien… te seguimos cuando te oímos salir a toda carrera, apenas
si habíamos caminado unos cincuenta metros vimos como esas bestias aparecían…
nos escondimos como pudimos y seguimos en dirección al lago…
-
Lo habéis visto ¿no?
-
Si… debo decir que estoy orgulloso de vosotros, ha sido increíble…
-
Bueno no pensarías lo mismo si supieses…
-
Sois mis hijos, pase lo que pase siempre estaré orgulloso de vosotros, espero
que hayas podido perdonar nuestra cobarde acción de hace dieciséis años…
-
Papá eso es agua pasada, no te preocupes ya por eso, pero debes saber que esos
me buscan a mi y creo que no con buenas intenciones…
-
Debes ocultarte…
-
Eso ni lo pienses, coge a Zur por favor, está agotado después de haber usado
tanta energía en este combate, su cuerpo aún no está acostumbrado al cambio. Yo
voy a limpiar el pueblo…
-
Pero hijo descubrirán lo que eres…
-
No importa, no me puedo quedar de brazos cruzados, he de intentarlo al menos. –
Y sin decir nada más y evitando que su padre replicara sale corriendo en
dirección al poblado.
Ian
llega al lugar, los niños corren de un lado para otro, los adultos intentan
hacer frente a los esqueletos del bosque negro, algunas mujeres acarrean cubos
llenos de agua para intentar paliar las llamas.
Algunos
cuerpos yacen inmóviles sobre charcos de sangre, otros están despedazados o los
rostros están tan desfigurados que no se sabe quien puede ser. El joven se para
en medio de la calle principal, algunos conocidos que huyen le llaman
insensato, le imperan a que huya como el resto, que salve la vida; pero él
impertérrito, se planta desafiante en el centro de la vía, en sus ojos un
brillo que nadie había visto antes. Toma aire y llama la atención de los
monstruos.
-
¿¡Me estáis buscando a mi!? ¡Pues aquí me tenéis! – todos se pararon por un
momento, los habitantes desorientados y sorprendidos por las palabras del
muchacho, los esqueletos porque un humano les estaba plantando cara.
-
Ja, parece que hay un valiente – soltó uno de los esqueletos con voz sibilante.
-
Pero es el que buscamos – dijo otro que al parecer era el líder de aquel grupo,
unos ocho o nueve, Ian no estaba completamente seguro, si le atacaban todos a
la vez no lo iba a contar.
-
Dejad a esta gente no tienen nada que ver – ordenó el joven con el tono más
autoritario de voz que pudo articular – e intentad atraparme si podéis. ¡A mi
las llamas! – y todas las llamas que devoraban insaciables las casas,
comenzaron a arremolinarse y a dirigirse a las manos de Ian.
Los
del pueblo al ver aquello de inmediato empezaron a murmurar, él podía escuchar
palabras sueltas de aquellos más cercanos a él, pero se imaginaba el resto,
asombro, miedo, terror, incluso odio se escuchaba en el tono de aquellas
palabras susurradas a media voz.
Los
niños aplaudían y reían, incluso algunos querían acercarse al joven al ver como
estaba apagando de forma tan rara el fuego de las casas.
Un
par de dagas salieron de algún lugar que no pudo determinar con exactitud, ni
pudo reaccionar con la suficiente velocidad para evitar que una se clavase en
su hombro izquierdo y la otra rozase su costado, la sangre de inmediato comenzó
a manar, escurriendo por su piel. El haber estado en forma elemental
anteriormente le había dejado sin camisa y los pantalones le llegaban a la
rodilla, después de mucho tiempo había conseguido que sus ropas no
desapareciesen por completo.
Uno
de aquellos espectros se movió, estos estaban mejor organizados que los tres
anteriores, y si les había costado derrotarlos, ahora él solo no sabía si
podría hacer algo.
Miró
por sobre su hombro y a los lados, al ver que la gente aún permanecía allí les
conminó a marchar.
-
No seáis necios aprovechar y escapar de una vez, no sé por cuanto tiempo los
pueda entretener, marchaos ya. – Un nuevo silbido de algo que se acercaba, a
escasos metros de él un aguijón se aproximaba, allí había otro de aquellos con
cuerpo doble. Dio un par de pasos para evitar el golpe, pero vio como aquella
serpenteante cola corregía el movimiento y continuaba hacia él. – Malditos.
Al
ver que no iba a poder esquivar a aquel aguijón, lanzó el fuego que estaba
condensando en su mano, eso evitaría que le diese de lleno. Las llamas se
abrazaron a la cola de serpiente, y de detrás de una casa surgió el torso de
aquel ser repugnante soltando un alarido por el dolor.
-
Cuidado detrás de ti – escuchó la dulce voz de un niño que le avisaba, le
resultaba familiar pero no estaba seguro. Al mirar pudo observar como uno de
aquellos atroces seres se acercaba portando una enorme espada. No le quedaba
otra tenía que volver a convertirse en elemental – ¡Conversión a elemental de
fuego! – en aquel instante las llamas que aún quedaban en las casas
desparecieron y rodearon el cuerpo del joven; un cuerpo alto, con llamas rojas
y toques blancos y dorados desafiaba a los enemigos.
-
Acabad con él, la recompensa será muy elevada, los elementales elegidos no
deben reunirse con los hijos del eclipse, de esa forma la maldad se apoderará
de ellos y el reino de las tinieblas volverá a reinar.
-
A mi me interesa la recompensa, no sé nada de lo que el jefe está planeando o
ayudando a planear…
-
No hables así, si ellos te oyen olvídate de tu existencia…
-
Ya basta, me está entrando dolor de cabeza solo de oír vuestras chillonas y
sibilantes voces, cerrar vuestra mandíbula, y empecemos a jugar. – Ian
concentraba todo el calor que podía, debía eliminar algunos de un solo golpe,
la espada del que le atacaba por la espalda chocó contra su cuerpo. –Ahora eso
no sirve conmigo – dijo riendo mientras la espada cortaba desde el hombro hasta
salir entre las piernas, pero lo que parecía que era un corte limpio era el
metal derritiéndose – ves eso no sirve.
De
una patada le alejó unos metros y se preparó para recibir el ataque del
siguiente, pero como era de esperar, no fue uno el que atacó, fueron varios
cayendo sobre él, parecían no temer el fuego.
El
golpe cogió por sorpresa a Ian que no esperaba que se lanzasen sobre él de esa
forma, y cayó aplastado bajo aquellos cuerpos putrefactos. El joven intensificó
las llamas calcinando los que tenía encima.
El
ataque que vino después por poco le cuesta la vida, no supo de donde salieron
aquellas dos abominaciones, no les había visto cuando llegó, y eran de un tipo
al que no reconocía ni había escuchado de ellos, la parte superior era un torso
humano o eso parecía pero la inferior se asemejaba a una oruga. Apostados en el
suelo frente a él con la parte inferior levantada y apuntándole, comenzaron a
excretar una sustancia viscosa y amarillenta; al tocar las llamas estas
disminuían, estaban intentando acabar con él, si un punto vital era alcanzado
por aquello y alguno de los otros atacaba podría matarle.
Ian
retrocedió unos pasos, pero aquellos rudimentos que tenía ante él también se
movieron.
-
Vaya si que sois persistentes, vosotros lo habéis querido. ¡Arded llamas del
infierno! – un muro de llamas se alzó separando al resto de engendros de
aquellos dos y de él – acabaré con vosotros primero, ya veré si me queda
suficiente energía para hacer algo con los demás. ¡Incinera lucifer! – una onda
de color púrpura avanzó hasta chocar contra aquellos dos seres, en el momento
de hacerlo una explosión de fuego consumió sus cuerpos, para su sorpresa solo
pareció que se quemaban – ¿¡Cómo!? de qué
demonios están hechos esos dos.
Los
cuerpos negruzcos se movieron y volvieron a disparar aquella sustancia. Aquel
líquido viscoso tenía algo que evitaba que el fuego se propagase, lo apagaba.
En
su mente Ian intentaba entender que pasaba, si aquello continuaba así iba a
morir, su ataque más poderoso era devastador, si lo usaba allí no quedarían ni
los cimientos, pero por otro lado su cuerpo después de tanto tiempo en el
estado elemental no resistiría. La posibilidad de salir huyendo estaba
descartada. Volteó un instante a ver si aún quedaba alguien por la zona,
respiró aliviado al comprobar que no se veía ni un alma.
-
Feuer, ¿hay alguna posibilidad de salir con vida de esta? – preguntó al
elemental.
-
Solo si usas…
-
No, eso dejaría esto como un erial, ¿a dónde regresarían luego los demás?
-
Tienes que hacerlo, te tengo que confesar que ese ataque se puede restringir…
-
Pero cómo, solo el gas azul consume… yo no puedo usar esa variedad de elemento
fuego ya lo deberías saber.
-
Tú hazlo, usa el conjuro yo me encargo del resto, confías en mí ¿cierto?
-
Sí – dijo algo titubearte – seguro qué no hay otra opción.
-
Seguro, por tu estado no te preocupes puedo darte algo de mi energía vital para
que no te pase nada.
Mientras
Ian hablaba en su interior con su alter ego, el elemental de fuego, los dos
seres habían estado atacando sin descanso, Feuer se movía saltando de un lado a
otro, avanzando y retrocediendo, esquivando en lo posible el líquido.
El
muro de fuego se había extinguido, así que los restantes engendros se acercaban
desafiantes atacando con armas arrojadizas, y algún que otro hechizo, la cosa
se complicaba.
Ian
se detuvo, cerró los ojos y pronunció el devastador conjuro.
-
¡Danza de dragones infernales, aliento devastador! – Feuer se torno de color
azul, al abrir los ojos un remolino de llamas de color celeste empezó a
levantarse del suelo, el cuerpo del elemental se elevó un poco, bajo él
aparecieron las siluetas de cabezas de dragón, las cuales al abrir sus fauces
exhalaron una ola de llamas azul zafiro que se esparció por el lugar como el
agua baja por un pendiente. – Desapareced.
La
ola se fue extendiendo cubriendo todo a su paso. Las casas permanecían intactas
pero los cuerpos de aquellos seres cuando eran alcanzados comenzaban a arder.
Los primeros en ser destruidos fueron los dos que anteriormente le estaban
lanzando aquel desagradable líquido. Las llamas azules se pegaron a sus cuerpos
y empezaron a calcinarlos.
Ian
consiguió mantenerse en estado elemental por otros quince minutos.
Las
llamas azules habían acabado con los esqueletos a los que habían alcanzado. Otros
tuvieron el tiempo suficiente para alejarse del lugar, entre ellos el que
parecía ser el jefe. El grupo se había visto reducido, no esperaban que aquel
humano tuviese tanta destreza usando su elemento.
Las
llamas se fueron extinguiendo poco a poco, Ian cayó de rodillas, exhausto,
jadeante. Miró en rededor buscando posibles atacantes que aprovechasen la
situación, pero no vio a nadie ni nada. Se dejó caer quedando tumbado boca a
bajo, cerró los ojos y respiró profundamente, aún estaba con vida; a simple
vista lo que quedaba del poblado no había sido afectado por su ataque.
Un
olor desagradable llegaba a sus fosas nasales, y un silencio solo roto por la
leve brisa que arrastraba el humo, el olor a quemado y las cenizas de aquellos
que había destruido. Su cuerpo se encontraba dolorido y algo entumecido. Las
primeras luces del alba estaban haciendo su aparición de forma tímida.
Los
minutos pasaron inexorablemente, estaba a punto de quedarse dormido por efecto
del agotamiento, cuando escuchó el tenue sonido de unos pasos que se acercaban
lentamente, intentó incorporarse pero tan sólo pudo mover su cabeza para
intentar ver quién o qué se acercaba. Solo distinguió las piernas de un niño,
respiró lentamente y cerró de nuevo los ojos.
-
¿Te encuentras bien Ian? – la voz era la misma que le había advertido
anteriormente – Ian, responde.
-
Sí… aún estoy entero. – Girándose trabajosamente logró poner su espalda en el
suelo, le miró, justo a su lado estaba aquel niño arrodillado, cuando le miró
al rostro supo quien era, era el hijo mayor de sus vecinos. – Brok, ¿qué haces
aquí? Tenías que haberte ido con tus padres… – la tos le interrumpió su voz era
cascada y casi un susurro.
-
Quería ver todo, has salvado al pueblo, lo sabías.
-
Bueno, esa era la intención, pero ahora tendré que irme…
-
Pero ¿por qué?
-
¡¡Brok!! Aléjate de ese monstruo – chilló una mujer – te dije que no te
apartases de mí y vienes…
-
Qué dices mamá, si es Ian, él solito ha salvado al poblado, ya me gustaría a mí
poder haber hecho algo así…
-
Niño no repliques a tus mayores, aléjate de él, obedece.
-
Lo ves, tendré que irme… – de nuevo la tos le interrumpió – anda ve con ella,
no busques un castigo sin merecerlo.
-
No, no, no, no, tu eres mi amigo y no has hecho nada malo, vamos te ayudaré a
levantarte – el niño de diez años se incorporó y tomó la mano de Ian intentando
tirar de ella para que éste se levantase – vamos colabora un poco – los pasos
de un grupo de personas se oían acercarse.
-
Brok, tu eres demasiado pequeño para hacer eso…
-
Papá, tu también… – el niño agachó la cabeza, a la vez que soltaba la mano de Ian,
se había revelado contra su madre pero a su padre, no podría hacerle lo mismo.
Su sorpresa fue cuando vio que aquel curtido hombre del campo, ayudado por un
joven, levantaba a Ian del suelo y lo llevaban fuera del poblado donde todos
estaban reunidos.
Unos
murmuraban, otros desviaban la mirada, dejaron al joven apoyado contra el
tronco de un árbol, Brok llegó momentos después con una jarra de agua.
-
Estás mejor – dijo ofreciéndole la jarra.
-
Sí, poco a poco voy recuperando las fuerzas – el niño le miraba con admiración,
de pronto pareció darse cuenta de algo y se incorporó y comenzó a mirar
buscando entre la gente.
-
Oye Ian, tus papas y tu hermano, no les veo, sabes…
-
No te preocupes están bien, están en el lago.
-
Ian… esto… Ian… puedo…
-
Venga pregunta de una vez – dijo después de dar un trago al agua, mientras
miraba al chiquillo, con aquella inocencia y bondad que tanto le gustaban,
esperando la pregunta volvió a beber de la jarra.
-
Esto… podrías… podrías ense… enseñarme a hacer esas cosas – dijo finalmente
casi en un susurro mirando a un punto en el suelo.
-
¿¡Cómo!? No creo que tus padres estén de acuerdo, y solo te podría enseñar
algunas cosas otras sería imposible si no tienes afinidad con el elemento
fuego.
-
Yo quiero hacer cosas como las que has hecho…
-
Brok, dejemos el tema sí.
-
Jo, qué hay de malo en ello, seguro que a tu hermano si que le has enseñado. No
es justo.
-
No, Zur no juega con fuego, ¿me guardas un secreto? – los ojos casi llorosos
del muchacho se iluminaron, se los restregó y asintió. Ian se acercó a su oído
y le susurró. – Zur juega con agua, él domina el agua, pero no se lo debes
decir a nadie.
-
Vaya, quien pudiera yo… descuida nadie lo sabrá.
El
niño se alejó sonriente. Ian suspiró quizás había cometido un error al contarle
lo de su hermano al chico, pero… bueno ya estaba hecho.
Las
murmuraciones y comentarios a favor y en contra seguían, Ian oía algunas
palabras pero eran suficientes para saber que estaban discutiendo sobre él. A
eso se refería la voz en su sueño, primero el ataque ahora el destierro.
Los
niños estaban jugando. Brok les contaba lo que había visto, como su amigo se
había envuelto en llamas y había acabado con varios de los atacantes, parecía
que se estaban divirtiendo, aunque hubiesen pasado por un trance difícil eran
niños al fin y al cabo, solo algunos escuchaban con el rostro triste y surcado
por las lágrimas, posiblemente fueran los hijos de los fallecidos durante el
asedio.
Un
grupo estaba separado del principal, en su mayoría eran mujeres, estaban llorando
y maldiciendo, por lo que se podía escuchar habían perdido hijos o esposos.
Un
tercer grupo estaba formado por lo heridos y las personas que se estaban
encargando de vendar y limpiar las heridas.
Todo
aquello por él, pensó Ian. Que él recordase era el primer ataque en el que
había muertos y pérdidas materiales. Siempre, por su proximidad al bosque
negro, habían recibido ataques de bestias o de animales salvajes, pero nunca
algo así… de organizado, detrás de ese ataque había alguien más, no podía ser que
un grupo de esqueletos, que por lo general se encuentran en lo más profundo del
bosque y que raramente salen de el, ataquen. De pronto recordó haber oído a uno
de ellos nombrar una recompensa. Eso lo dejaba claro, detrás había alguien
interesado en acabar con él, el motivo aún se le escapaba, pero puede que esa
persona con la que había sentido que tenía que reunirse supiese más. Un grito
le interrumpió en sus observaciones y meditación.
-
¡Basta ya!, no podemos hacer eso, salvó al pueblo entero, nos dio tiempo para
que escapásemos, si no hubiese intervenido a saber que es lo que pasaría ahora.
-
Pero es un demonio – exclamó alguien.
-
Si fuese un demonio no habría salvado el pueblo, no hubiese atacado a las
bestias – replicó otro.
-
Les atacó porque lo estaban buscando a él, yo escuché como lo decía – otro en
contra, la conversación ahora había pasado a un nivel en el que no eran
susurros y palabras sueltas lo que se escuchaba.
-
Da lo mismo, es un integrante de la comunidad, y se queda si él así lo desea,
el tema queda zanjado. – Los murmullos fueron varios, pero nadie más replicó.
Un
hombre mayor se separó del grupo, dirigiéndose donde estaba Ian. Era el regidor
del poblado. Caminaba lentamente, mostrando que los años le empezaban a pasar
factura, el rostro amable, bondadoso. Llegó a su lado y le sonrió; mantenía los
ojos entrecerrados, nunca había visto a aquel anciano con los ojos
completamente abiertos, era casi imposible saber de que color eran. Se apoyó en
el tronco y se sentó a su lado.
-
Así que eres un elemental de fuego – los ojos de Ian se abrieron por completo
de la sorpresa, se suponía que nadie en la zona sabía nada acerca de magia o
sobre los elementales – tranquilo sé bastante del tema, no siempre he vivido
aquí.
-
Siento todo, han venido por mi culpa, no sé muy bien cómo o por qué, pero al
parecer estoy relacionado con el Hijo del Eclipse – los ojos del anciano se
abrieron por completo, eran unos ojos de un gris perla y aunque la edad era
avanzada los ojos parecían los de un joven – lo lamento…
-
No tienes que lamentar nada, todo lo contrario tu destino es… bueno mejor lo
descubres tu mismo, solo te diré que si estás relacionado con ese que has
nombrado, has sido elegido uno de sus elementos guardianes. ¿Tu hermano también
está relacionado? – El miedo se reflejo esta vez en los ojos de Ian.
-
No.
-
Pero también es un elemental, ¿cierto?
-
Sí, despertó…
-
No hace falta que digas nada más, lo sentí, al igual que sentí cuando lo
hiciste tu, tengo esa habilidad, también puedo usar algo de magia curativa –
Ian no salía de su asombro, tanto tiempo ocultando todo y allí había alguien
con el que podía haber hablado – no te asombres ya he dicho que no siempre he
vivido aquí – sonrió y colocó su mano sobre la herida que la daga le había
hecho, un resplandor verdoso iluminó la mano y la herida comenzó a desaparecer.
-
Regidor, ¿nos tendremos que ir? – preguntó cabizbajo, no quiso mirar al anciano
a los ojos.
-
No, que la mayoría sean unos ignorantes y tengan miedo a lo que no conocen, no
es motivo para que alguien, que ha salvado varias vidas al intervenir, tenga
que marchar. Solo tu tienes el privilegio de tomar esa decisión; si quieres
irte lo puedes hacer no vamos a obligarte, ni a ti ni a nadie de tu familia,
aunque creo que vas a tener que irte para cumplir con tu deber.
-
Es bueno saber que tendré un lugar al que regresar – suspiró – aunque yo
preferiría quedarme, mi hermano me va a necesitar…
-
Cierto, pero eso no es problema podéis partir los dos, a tu hermano le vendrá
bien un viaje de entrenamiento, por llamarlo de alguna forma.
-
Eso destrozaría a mi madre, lo sé. – El anciano sonrió levemente comprendiendo
la forma de pensar de Ian. De nuevo el silencio mientras continuaba curándole.
El
anciano terminó de sanar las heridas, el cuerpo de Ian se sentía mucho mejor,
casi habían regresado por completo sus fuerzas, un poco de comida y unas horas
de sueño y estaría como si no hubiese sucedido nada.
Los
rayos del sol iban iluminando la zona poco a poco, los allí reunidos se fueron
retirando a comprobar como estaba el poblado y a retirar los cuerpos de los
fallecidos. Lo que encontraron les partió el corazón, los cuerpos estaban
encerrados en un sarcófago de cristal rojo. Ian no recordaba haber usado la
muerte roja, aunque el contacto que mantenía con Feuer le hizo saber que eso
había sido un pequeño detalle de parte del elemental para evitar que los
cuerpos quedasen pulverizados.
Él,
por su parte, se encaminó en busca de sus familiares, les encontró de camino.
Estos regresaban al ver que el día había llegado de nuevo y que no se escuchaba
nada desde hacia mucho. Zur venia cubierto con la chaqueta de su padre, y al
parecer estaba bien.
Ese
día lo pasó hablando con sus padres de la conveniencia o no de que su hermano
le acompañase. Zur nada más oír las primeras palabras saltó de la emoción, uno
de sus sueños era salir de aquel poblado y recorrer mundo, conocer otras gentes
otros lugares. Pero sabía que su madre sufriría, así que, aunque mordiéndose
los labios y retorciendo la camisa que llevaba puesta, dijo con voz temblorosa
que no iría, aunque todos sabían que en el fondo estaba deseando partir.
La
conversación se alargó hasta bien entrada la noche, finalmente acordaron que
ambos hermanos partirían con destino a Lennut. La mujer en principio reacia a
dejar partir a sus vástagos, finalmente se hizo a la idea, aunque no estuvo
satisfecha hasta que logró sacar una promesa de los labios de ambos jóvenes,
tenían que comunicarse con ellos mínimo cada dos semanas y lo más importante
debían regresar con vida.
-
Maldito elemental de fuego, cómo es posible que un humano, que no ha recibido
entrenamiento ni ha estudiado magia, pueda dominar su elemento de esa forma –,
el líder de los esqueletos estaba enojado, había perdido a un buen número de
los componentes del grupo, habían fracasado en la misión que les habían
encomendado y encima ni obtendrían recompensa ni obtuvieron botín del poblado.
Golpeó con fuerza el tronco del árbol que estaba a su lado, quebrándolo.
-
Quien lo diría nuestro número reducido así por un par de humanos… – el que
hablaba calló al recibir la mirada asesina del líder.
-
No lo habéis conseguido ¿cierto? – la voz tronó tras el grupo de esqueletos –,
imperdonable – el líder del grupo volteó sorprendido.
-
Señor, lo lamento pero no esperábamos que…
-
Excusas, teníais que haber tenido en cuenta esa posibilidad, no olvidéis que es
el elemental de fuego que está unido a los Hijos del Eclipse…
-
Pero señor aun así, resultó ser demasiado poderoso, manejaba al elemental como…
-
O el elemental le manejaba a él, los elegidos relacionados con el Eclipse
tienen esa habilidad, dominan al elemental o el elemental les domina a ellos,
de las dos formas son poderosos, por eso la orden era matarle nada más verlo no
dejar que se convirtiera. Encima tenemos dos en la zona, esto no es bueno…
-
Pero señor aún podemos terminar con ellos el mayor está herido y la batalla le
ha dejado muy cansado, el otro no creo que pueda usar tan pronto sus
habilidades… acaba de despertar.
-
Excusas, ya sabe que vamos por él ahora estará más pendiente.
-
Perdone señor, pero si tan preocupado está por qué no ataca usted mismo – el
líder fulminó con la mirada al subalterno que acababa de hablar, el misterioso
hombre que estaba allí sonrió y con sólo chasquear los dedos el grupo de
esqueletos se convirtió en polvo.
-
Ineptos, basura inútil, cómo se os ocurre. Yo voy a convertirme en el Príncipe
de las Tinieblas, yo solo puedo terminar con aquellos que me darán el poder
necesario para lograr mi objetivo, yo sólo puedo atacar a los Hijos del
Eclipse, yo he de llevarlos por el camino tenebroso y cuando estén preparados
para la destrucción acabar con ellos y quedarme con el poder. Los subalternos,
los esclavos, la escoria como vosotros, que me sirva los encuentro a centenares
allí donde busque, y son esos los que deben entregar sus existencias por el fin
de mi causa – diciendo esto soltó una carcajada que resonó como el eco en el
lugar. En el suelo se veían pequeños montones de polvo en los lugares en los
que anteriormente habían estado los esqueletos del bosque negro. Él continuaba
riendo. – ¡Desplazamiento! – exclamó y se desvaneció del lugar sin dejar
rastro.
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